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Capítulo 9


La misma rutina, la misma vuelta al colegio. Otro día lleno de posibilidades rotundas de volver a encontrarme con la mirada de Zack y con la sonrisa de Nat. Para que insistir, son como dos sombras totalmente distintas. Ésta vez mi cara era un auténtico poema. Mis ojeras reflejaban una noche sin poder conciliar el sueño y mi cara ya de por sí era un auténtico espejo tenebroso. Me puse el uniforme con un nudo en el estómago: no tenía ganas de ver a nadie, cosa que el instituto no podría aliviar. Fui más lenta de lo normal, me tomaba mi tiempo para abrocharme los botones de mi falda, para peinarme y mirar el aspecto tan siniestro que tenía. Cogí mi mochila apenas sin fuerzas y me dirigí como todas las mañanas hacia la cocina. Cuando entré mamá me miró extrañada.
-¿Te pasa algo Kim?-Estaba fea, ¡pero no tanto! Mi propia madre me había dado fe de lo horrible que estaba.
-No…-Dije sin ganas.
-Tienes mala cara.-Era de agradecer que me lo dijera, ¡ya lo sabía!
-Bueno…-No me salían ni las palabras. Era como si todo mi cuerpo se hubiera dormido, simplemente tenía ganas de caerme y temía hacerlo. Mamá se acercó a mí. Alzó su mano hasta tocarme la frente. Luego, con dos dedos me tocó el cuello.
-No tienes fiebre.
-Ya lo sabía mamá…-Sonreí forzada.
-¡Hoy es jueves!-Gritó papá con su mejor sonrisa.- Y mañana… ¡viernes!-Sonreí mientras veía a papá hacer lo que siempre hace para alegrarnos la mañana: el tonto.
-Tengo muchas ganas de que sea ya viernes.-Suspiré sin darme cuenta.
-¿Acabas de empezar el colegio y ya estás cansada?-Bufó papá mientras le miraba de reojos.-No me gustaría estar en tu lugar cuando empieces a trabajar.-Mamá nos miró mientras reía. Al menos mis padres mantenían su autoestima alto, claro, ya no temían preocuparse de los chicos, del colegio… la verdad es que en parte echaba de menos la niñez, aquella en la que mis muñecas y juguetes eran mi mundo, aquella en la que no me preocupaba de nada excepto pasármelo bien con mis amigas… mis recuerdos me abrumaron. Todo aquello me parecía un sueño, algo muy lejano que nunca volvería a alcanzar. El timbre me obligó a concienciarme de la realidad. Miré a papá que disimulaba leyendo el periódico mientras sorbía café.
-Está bien, iré yo.-Dije de mala gana mientras me dirigía a la puerta.-Vicky, ¿ya estás aquí?- Me sonrió.
-Claro Kim.-Miró su reloj azul marino de Lacoste.- Kim, son las ocho y media…
-¡¿Qué?!-Dejé la puerta abierta antes de echar a correr a mi cuarto con el fin de alcanzar la mochila. Les di dos besitos mañaneros a mis padres y bajé a toda prisa con Vicky. Ya en el coche, y como siempre que nos manteníamos calladas durante el viaje, su madre nos contó anécdotas de su vida y, como siempre, nosotras nos mirábamos aburridas deseosas de salir de aquel Citroën rojo, pequeño y viejo. Vicky miró el reloj cuando pisamos la puerta del instituto.
-Las nueve menos diez, la primera vez que llegaré tarde a una clase.-Se compadeció Vicky mientras corríamos por el pasillo. Nos dividimos en mi clase donde, la puerta, estaba cerrada y el profesor de lengua, Louis Petrori, volvía a repasar las oraciones. Que tortura, a primera hora tenía lengua, pero lo peor es que, el miércoles también la tenía y, casualmente, llegué tarde.  Llamé tímidamente a la puerta y la abrí asomándome avergonzada.
-Se puede…
-¡Señorita Hilthom!- Cerré literalmente la boca cuando me gritó.- ¿Otra vez llegando tarde? Lleva dos días seguidos haciendo lo mismo, y como consecuencia interrumpiendo mi clase.-Se subió a la tarima mientras abría su cuaderno de notas.-Sepa que apunto todo y esto cuenta como actitud. Pase.-Suspiré con el corazón encogido mientras mis ojos me escocían- ¡soy muy sensible!... y más cuando un profesor me riñe- Me senté resignada en mi sitio deseando que la tierra me tragase hasta que me encontré con la mirada de Nat, me tranquilizó. El profesor continuó la clase escribiendo una oración… un tanto infantil. Era cierto que en mi curso se repasaba lo más importante de los años anteriores, pero tampoco consistía en volver a explicar lo que era una oración simple o compuesta…
Su primo vivía en la granja.
-Señor Logan.-El profesor Petrori se quitó los anteojos y le observó cuando levantó la mano.- ¿Qué me puede decir de esta oración?- Demetrius miró fijamente la oración e hizo un gesto de rabia.
-Es que…
-¿Tiene algún problema?
-El problema es que, como es usted un buen profesor de lengua, sabrá que no solo tenemos que aprender a resolver oraciones, sino que mejoremos nuestra expresión escrita…-Los más cercanos comenzaron a contener una sonrisa al escuchar el tono intelectual de Demetrius.
-¿A dónde quiere llegar Señor Logan?
-Verá, ese “su”… es muy fácil recurrir a lo… fácil. Si tuviéramos que escribir una redacción en la que apareciese ese pronombre, ¿no sería mejor nombrar a la persona a la que se refiere?-Demetrius parecía ir en serio pero, estaba claro que lo hacía para hacer “la gracia del año”. El pobre profesor miró la oración y enarcando las cejas de confusión, cogió el borrador.
El primo de Demetrius vivía en la granja.
-¿Así le gusta?
-Es que aún… yo no tengo ningún primo que vivió en una granja…-Las risas brotaron de los asientos. Miré a Dino. Era increíble cómo, consciente de que estaban poniendo en ridículo a su padre, reía tanto o incluso más que los demás. El profesor nos miró a todos con gesto de duda y volvió a retocar la frase.
El primo de Demetrius vivía en la ciudad.
-Ahora proceda a contestarme a la cuestión que le formulé anteriormente.
-De acuerdo profesor, pero antes, ¿podría indicar en qué ciudad?- El profesor lo miró un tanto molesto.- ¡Es para mejorar nuestra expresión!-Explicó con total naturalidad Demetrius. Louis Petrori borró con fuerza un trozo de frase y la escribió con enfado.
El primo de Demetrius vivía en la ciudad de New York.
-Pero profesor, ¡Yo no tengo ningún primo que viva en New York!
-¡Señor Logan ya es suficiente!
-¡No tiene derecho a decir mentiras de mi familia!
-¡Cállate niño!- Gritó el profesor. La clase se echó a reír de forma escandalosa. Incluso Pau reía. Yo no lo hacía y Nat tampoco. El profesor miraba a la clase pidiendo silencio mientras cogía un pañuelo de su bolsillo y se secaba el sudor de la frente con él. Yo era consciente de que hace tiempo, sufrió un infarto a causa de una pelea con un padre enfadado con el resultado de su hijo en las notas. Louis Petrori era cardíaco y ahora parecía muy nervioso. Estaba a punto de gritar para callar a toda la clase pero mi personalidad tímida, me lo impedía. Nat, de repente, se levantó rápidamente y se dirigió a la pizarra. Los alumnos fueron callándose a su paso. Cogió la tiza y borró la frase para escribirla como estaba en un principio.
Su primo vivía en la granja.
Comenzó a escribir debajo la descomposición sintáctica y morfológica de la oración. Observé al profesor que se calmó, contemplé el rostro sorprendido y disgustado de Demetrius, pero sobretodo, clavé mis ojos en Nathaniel. Su camiseta amarilla y de mangas cortas dejaba al desnudo unos brazos trabajados y aparentemente duros. Su melena rubia cubría hasta la mitad de su cuello. A mis ojos era un chico perfecto, que emitía una luz propia. Las chicas de mí alrededor lo contemplaban embobadas. Yo no era la única a la que le… gustaba. Si, llegué a comprender que Nat estaba ganando terreno en mi corazón ocupado por completo por Zack. Un chico al que solo conocía desde hace tres días, ganaba la partida a uno que conquistó mi corazón desde muy niña.
Por fin, dejó la tiza suavemente en la mesa del profesor y se dirigió a su sitio, pero no sin antes, esquivar elegantemente el pie puesto a propósito de Demetrius; pero tampoco sin mirar fijamente el semblante de Zack en el cual, sus ojos brillaban con gran intensidad.
Ya en el recreo, todos nos reunimos de nuevo. A mi sorpresa, Nat saludó a los demás y se dirigió hacia Andreita. Ésta le sonrió y abrazó. Sabía perfectamente que en ese momento padecía de celos. Nunca antes había odiado con tanta intensidad a alguien, y menos a Andreita.
-Chicas.-Pau llamó nuestra atención.- ¿Os apetece ir mañana a mi casa… a dormir?- Pho no dijo nada y Vicky se emocionó.
-¿Fiesta de pijamas?
-¡SI!-Gritó Pau nerviosa.
-¡Naturalmente que iremos todas!
-¡Nos haremos la manicura, nos peinaremos y jugaremos!
-¡Y hablaremos de chicos!-Las dos saltaron riéndose como niñas. Miré a Pho quién, sonrió a tal tontería de Vicky y Pau. Me encantaba la risa de Phoebe. Sin embargo, en este curso casi nunca la esbozaba, quizás debería decirle que me gustaba su sonrisa, pero no era la típica chica presumida, es más, lo más posible era que se sintiera incómoda. Miré a un grupo de chicos donde Lori y  Cheba hablaban con otros que había visto pero no sabía nada de ellos. A menudo lo hacían, pero junto a Dino…
Dino pasó junto a nosotros sin ningún tipo de interés en saludarnos o incluso mirarnos. Iba con Demetrius y toda su tropa hacia su arbolito. Me acerqué sin dudar a ellos, pero con un único objetivo…
-Dino.-Éste se paró obligando a su compañía a imitarle. Me puse nerviosa al comprobar que Zack me miraba de forma penetrante, sin mover ni un músculo.
-Ah, hola Kim.-Sonrió. Estaba dispuesta a concluir la conversación pero tenía que hablar con él.
-Necesito hablar contigo…a solas.-Dino iba a decirme algo cuando Demetrius se interpuso.
-Oye nena, si quieres hablar con él tendrás que decírselo delante nuestra.-Sentía tanto rencor por ese… que no me costó nada enfrentarme con él.
-No me llames nena.
-Lo haré si me apetece.
-¿Tu numerito en la clase no te bastó para callarte tu estúpida boca?-Juro que no lo pensé, prometo que nunca hubiera pensado decir aquello, creedme si os cuento que mi corazón se mantenía valiente ante tal conflicto. Demetrius me miró con rabia y, a punto de abalanzarse sobre mí, sonó la perfecta voz de Zack.
-Quieto Logan.-Éste se hizo paso sin problemas hasta llegar a mí, al lado de Dino. Lo miré temerosa y sentí que aquel corazón que se fortificó, se derrumbó ablandándose provocando un nudo en mi garganta que me encendía por dentro.-Habla con él… a solas.-Esas últimas palabras sonaron como una jarra de agua fría sobre mí, pero en el buen sentido, encendiéndome más. Recordé este lunes en el que me quedé a solas con él en el cine, estuvimos tan cerca el uno del otro… Le sonreí agradecida, no sin luchar contra mi timidez ya que era la persona con la que más me costaba hacer… todo. Enseguida nos quedamos solos.
-¿Qué pasa Kim?-Lo miré aún con la sonrisa de boba.
-Ah… Dino…-Me puse seria recordando el discurso.- Quiero preguntarte que… ¿Por qué estás así?-Percibí su sorpresa.
-No se Kim, ¿Qué me pasa?
-Me refiero a que ya no nos saludas, te has vuelto más pasota y a Pho… ¿ya no salís? -Dino agachó el rostro, cogió fuerzas y me miró dolido.
-Kim, mira: lo primero, vosotros tampoco me saludáis, ¿por qué diantres tendría que hacerlo yo?-Abrí la boca para contestarle pero él me interrumpió.- segundo, si dices eso por lo de mi padre, él ya es mayorcito para protegerse, él siempre me dice que tengo la suficiente edad para solucionar mis problemas, debería aplicarse esa misma teoría; y tercero, Pho y yo cortamos ayer por la tarde.-Me quedé mirándole, compartiendo el dolor de sus ojos.
-Pero Dino…
-No Kim, ninguno de los dos tiene el papel de malo, Pho no quería que me fuera con ellos.-Señaló a Zack y su grupo.- tenía celos de Vivi porque hablaba mucho conmigo, ¡me controlaba demasiado!, además, ella cortó conmigo.
-No puedo creer que Pho se comportara así, ¡ella no es celosa ni controladora!-Tragué saliva.- ¡lo que pasa es que esos de ahí te han comido el coco y como ellos, sientes prejuicios de todos a los que crees inferiores, ESTÁS MANIPULADO!-Dino me miró atónito, y lleno de rabia me contestó:
-¡Quizás tú seas la manipulada, quizás tú tengas prejuicios de ellos y quizás tú seas la que ha cambiado!-Nunca mencioné que algo hubiera cambiado… pero Dino me lo echó en cara porque lo veía así, porque lo sentía. Pensé en todo lo ocurrido en lo poco que llevábamos de curso: Andreita se enfadó con nosotras, Pau y Vicky cada vez eran más amigas, Pho se apagaba por cada hora, minuto y segundo que pasaba, Lori y Cheba estaban más independientes y Dino cambió de amigos… Quizás nunca debí irme a Estados Unidos, quizás si hubiera estado ese año aquí, con mis amigos, todo seguiría igual: Andreita seguiría con nosotras, Pho estaría más alegre y con aquella luz propia, Lori y yo seguiríamos siendo amigos sin más, sin haber llegado a más y Dino se mantendría como el gracioso del grupo; quizás estábamos creciendo de forma independiente… lejos de aquella niñez en la que todos estábamos juntos y jugábamos sin preocuparnos por… nada. Reprimí las lágrimas de mis ojos y, sin mirar a Dino, contesté:
-Lo siento.-Agaché la cabeza y volví con lo que quedaba de mi infancia. 

Ni Pau, ni Vicky e incluso Pho me preguntaron por la conversación entre Dino y yo. Supongo que ninguna quería saber en que quedó tras verme volver de mala manera. La verdad es que yo tampoco toqué el tema para no enredar las cosas.
Las clases siguientes fueron muy aburridas. Los profesores se dedicaron a hablar sobre el primer tema y los chistosos de la clase, estaban bastante cansados como para hacer alguna gracia. Miré a mi alrededor en la clase de filosofía con la profesora Guariam. Todos-literalmente- miraban a las musarañas o hacia otro lado mientras bostezaban, se hacían señas o simplemente nada. Todo aburrido… hasta que llegó mi tutora, la señorita Carera.
Llamó a la puerta dos veces my suavemente. Con una especial sonrisa y con papeles en la mano se dirigió a la mesa del profesor. Allí entregó los papeles a la primera de la fila, una tal Mary Clay. Comenzó a repartirlos mientras la señorita Carera habló:
-Bueno queridos alumnos.-Se frotó las manos eufórica.- Supongo que todos sabréis que el lunes se celebra el día de nuestro instituto, pero…-Gesticuló.-… no celebramos un año más, sino el cincuenta aniversario. Por lo que, y con motivo del acontecimiento, en vez de realizar un baile, iremos a un campo a pasar el día.-La profesora esperó a que los alumnos compartieran su entusiasmo.- Vuestra compañera os está repartiendo la autorización.-La señorita miró al profesor de la clase y se despidió con un suave “hasta luego”. Miré a Pau que recogía su papel. Intenté llamar su atención hasta que lo conseguí. Ella me miró sonriendo mientras nos señalaba primero a mí y después a ella-quería que fuera con ella en el autobús- Me llené de alegría por la proposición ya que, después de hablar con Dino, empecé a pensar que mis amigos me daban de lado. Asentí entusiasmada. Luego miré a Nat.
-¿Irás?-El me miró serio, pero en cuanto clavo su mirada en la mía sonrió.
-No, ese tipo de días los aprovecho para ir con mi familia a nuestro campo… aunque… ¿quieres que vaya?-Ya está. Mi corazón dio un vuelco.
-Emm… esto… yo…
-Era broma.-Su sonrisa perfecta se alargó aún más.- No sé si iré, depende.
-¿Depende de qué?
-De si voy este fin de semana al campo.
-Vaya…-Sonreí embobada por su rostro angelical…

Permanecía sentada en la biblioteca estudiando lengua. ¿Estudiar? Pensaba en que ponerme el lunes, mi peinado e incluso la comida que llevaría. Solo hacía como que estudiaba mirando fijamente a la página del libro con los codos sobre la mesa. Sentí aquella sensación de percibir que alguien clavaba sus ojos en los míos. Observé sus ojos oscuros de repente. Alcé la mirada y sin ningún obstáculo, en la mesa de enfrente, Zack me miraba fijamente… y yo a él. Aquello me dio tiempo para observarle sin disimulo, puesto que ha esta hora ya no había casi nadie. Su melena negra carbón le caía hasta el final de su cuello mientras un flequillo cubría parte de su ojo derecho. Su piel era algo morena y su mandíbula no muy marcada pero masculina. Sus labios siempre impecablemente hidratados permanecían horizontalmente perfectos. Sus brazos estaban relajados y encima de algún libro. Hoy llevaba una oscura gabardina y camiseta negra de cuello poco alto. Yo, sin embargo, no sabía qué aspecto debía de tener, al lado de tanta perfección… Le sonreí con la esperanza de recibir lo mismo por su parte, pero en vez de eso, no obtuve nada. Bajé la mirada. En ese momento se levantó bruscamente y cogiendo el libro se acercó a mi mesa. Se sentó en la silla frente a mí y miró hacia los lados para luego preguntarme.
-Se que ayer te encontraste a… -Entornó los ojos.-… a aquel con el que me choqué en el cine.-Asintió aceptando sus palabras. No dije nada, simplemente seguí mirándole.- ¿Qué te dijo?
-Estoy bien gracias.- Le sonreí tímida y volví mi mirada al libro de lengua. ¿Realmente yo había dicho eso, a Zack?
-Te lo estoy preguntando como un caballero… o es que acaso te estoy agrediendo.- Chasqueé la lengua.
-¿Lo conoces?
-Un poco.
-¿Un poco?
-Bastante.-Fruncí el ceño mientras intentaba recordar el susto que me produjo solo su presencia.
-Me dijo cosas raras y sin sentido, nada más.-Apoyé mis nudillos en mis mejillas intentando concentrarme en el libro.
-Se llama Annibal.-Lo volví a mirar. Un nombre bastante intimidante.
-Ah… -Cuando intenté volver a fijar la vista en el libro dio un golpe en la mesa estirando la planta de la mano muy cerca de mí. Me sobresalté.
-Estoy intentando acercarme a ti, por si no te has dado cuenta.- Tragué saliva sin poder creerme lo que había escuchado. Negó con la cabeza y se fue de la mesa… y de la biblioteca.

Entré en casa con un vacío infinito en mi barriga- No os equivoquéis, era hambre- Corrí hacia mi cuarto, me cambié y abrí la nevera mientras mi lengua recorría mis labios secos.
-Kim.-No me di cuenta de que mamá estaba en casa.- ¿Tienes algo que hacer este fin de semana?-Miré a mamá apoyada en el arco de la puerta del salón.
-No… bueno mañana tengo una fiesta de pijamas en casa de Pau.
-Recuerda que estabas castigada…- Iba a contestarle pero ella me cortó.-De todos modos debes cancelarlo cariño. Los Ninvet nos han invitado a pasar el fin de semana en su campo, y por supuesto vamos a ir.-No le discutí porque, aparte de no conseguir nada, implicaría un fin de semana con Nat… Así que ya me puse nerviosa y fingí mi disgusto.
-¿Me obligas? Bueno, si no hay más remedio…
Cogí el teléfono sin ni siquiera dejar la mochila, y llamé a Pau.
-Oh, vaya… supongo que nunca tendrás una oportunidad como esa para estar cerca de él, ¿verdad? -La verdad es que me sentía mal por dentro, tanto por Pau como por mí- por el mero hecho de estar distanciándonos- así que intenté hacer nuevos planes para que no me comiera la conciencia.
-No es por eso Pau. Mis padres quieren que yo vaya… el próximo fin de semana si que podré.
-¡Claro! Bueno entonces ya me contarás el lunes… pero que sepas que si te decides por Nathaniel, tendré todo el derecho de quedarme con Zack.-Ambas sonreímos.

Viernes por la tarde después de un aburrido día de colegio. Ese día me concentré realmente en lo que me iba a llevar, hacer o incluso decir cuando estuviera a solas con Nat. Estos pensamientos se volvieron más reales cuando comencé a preparar la maleta. Iba de un lado a otro en busca de ropa, cremas y todos esos potingues que nunca me había puesto. Cuando ya la tenía hecha me senté nerviosa en el sillón del sofá mientras miraba la televisión. Mis padres no habían terminado y, en mi opinión, aún les faltaba mucho. Golpeaba con mi uña el cristal del móvil. A veces incluso me miraba con el pequeño espejo que había en el salón. Oía a mis padres abrir y cerrar armarios, mover muebles para coger la ropa que estaba guardada posiblemente en el interior de algún mueble escondido y a mi madre en concreto pasar la aspiradora. Parecía que nos íbamos todo un año. Impaciente, me fui a mi cuarto de baño y comencé a mirar las imperfecciones de mi conjunto. Mi camiseta azul marino se arrugaba por momentos, así que cerré parte de mi sudadera negra. Los pantalones vaqueros oscuros se me caían, por lo que corrí a por un cinturón azul. ¡Hay de mí si no hubiera revisado mi vestuario!
-¡Kim, vamos!-Al parecer me había quedado embobada delante del espejo corrigiendo todas las imperfecciones aunque, me arreglara como me arreglara, siempre observaría alguna imperfección.
-¡Voy mamá!-Bajé tranquila acompañada de mis padres hasta la entrada del piso donde los Ninvet cargaban las maletas. Mientras mis padres hablaban con los de Nathaniel, me acerqué a él -estaba ayudando a su hermanita Stella a subir su maleta rosita y llena de purpurina- Al verme, sonrió y alzó la cabeza como saludo.
-¡Hola Kimberley!-Gritó Stella emocionada –la verdad es que yo también lo estaba.
-Hola Stella.-También me sonrió enseñando los dientes blancos y brillantes.
-¡Verás cómo te vas a divertir!-Gritó de nuevo.- Hasta ahora nunca he tenido una compañía femenina, descartando a mi madre, claro.-Me sorprendió con que fluidez hablaba la pequeña de los Ninvet. Estaba encantada de entretenerla a pesar de su corta edad, supongo que por aquella sensación que nunca actué de “hermana mayor”.-El culpable es mi hermano, que me deja sola para irse con sus amiguitos del campo…-¿Eso quería decir que no tendríamos tiempo para hablar a solas? Sonreí un poco turbada.
-Tranquila, seguro que tendrá tiempo para nosotras.-Le sonreí con la esperanza de oír una frase como “Claro que estaré con vosotras, todos los días y cada segundo” Como pensaba, él no contestó, solo sonrió.

Durante el viaje llevé un nudo en la garganta que me hacía pensar si este viaje serviría para aburrirme o para estar más unida a Nathaniel. La radio sonaba fuerte, donde los éxitos del momento provocaban el bufido de mi padre emocionado, cantando y manejando el volante a la vez. Mi madre se ocupaba de dirigir a mi padre de una manera insoportable.
-¡John a la derecha! ¿No ves que ellos han encendido el intermitente? ¡Ve más despacio!-Y mi padre fingía escucharla.

Bajamos del coche muy cansados del viaje. Duró unas tres horas. Mi padre me tuvo que despertar. En ese momento debía de tener una cara horrible recién levantada. Sentí mi pelo despeinado y la ropa arrugada. La verdad es que todos estábamos igual menos los dos hermanos Ninvet: la pequeña Stella era como una muñequita de rizos dorados, tez pálida y ojos claros, con su vestidito blanco perfectamente llano, sin ninguna arruga; mientras que Nathaniel… que decir de él, pues que estaba perfecto.
Observé medio dormida la estructura de la casa de campo donde me iba a instalar el fin de semana. Las paredes eran rojizas con ventanitas blancas y limpias. La entrada era grande y espectacular, con un metal brillante e intacto que abría paso a un camino delimitado por piedrecillas hasta la puerta de la casa. Tenía una gran extensión, lleno de árboles y pequeñas montañitas que rodeaban una más grande que parecía no tener fin. Las enredaderas de las paredes llegaban prácticamente al tejado convirtiendo aquella casita de campo en una autentica casa de lujo. Los farolillos estaban encendidos a causa de la oscuridad que nos envolvía- eran las nueve y cuarto- lo que le daba un aspecto más brillante, pero a la vez siniestro. Seguí a mis padres por miedo a perderme –aunque eso era imposible- o a quedarme sola. Hacía frío por lo que mi respiración provocaba el vaho propio de un día totalmente nevado. Me arrepentí de no llevar un jersey más calentito porque presentía que este no era el único día en el que tendría frío. Ayudé a mis padres a bajar las maletas-menos mal que tenían ruedecillas-Los Ninvet abrieron la puerta que parecía un poco atascada al tenerla que empujar suavemente. El pequeño patio protegido por los muros de la casa era bastante acogedor, pero en mi opinión, no en ese momento. Volvieron a abrir la otra puerta que daba verdaderamente a la casa. Me sorprendió al sentir un calorcito agradable cuando pisé las losas. Delante estaba dispuesta una gran mesa con sillas de madera alrededor, cerca de una pared hecha de cristales por el que se veía una televisión, una chimenea encendida, una pequeña mesa y un sillón marrón junto con otros dos silloncitos más pequeños.  A mi derecha estaba la escalera donde Clariva Ninvet nos guió hasta nuestras habitaciones. Los peldaños sonaban cuando nuestros pies se apoyaban en ellos, como una película de terror. Compartía cuarto con Stella. No sabía bien que pensar, si era bueno o malo. Las dos camas eran iguales aunque la de Stella tenía unas sábanas celestes y la mía no tenía ni siquiera una mantita. Mi madre me dio las sábanas verdes y comencé a hacer mi cama. Luego, dejando mi maleta encima de la cama, comencé a deshacerla, colocando la ropa en el armario donde la mitad de las perchas estaban ocupadas por ropita de niña, coloqué mi cepillo de dientes en el cuarto de baño y por fin me tumbé en mi cama cansada y cerrando los ojos me relajé.

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