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Capítulo 10


-Mamá, ¿me das una servilleta por favor?-Clariva asintió y tendió una servilletita de colores a Nathaniel. Estábamos cenando: filete de pollo y huevos fritos. Mis padres hablaban por los codos mientras que los Ninvet asentían cuando tenían que asentir y reían cuando tenían que reír. Durante la cena observé lo disciplinados y educados que eran en todo: las servilletas no la dejaban a la vista después de ser utilizadas, los codos nunca se apoyaban sobre la mesa, no hablaban con la boca llena-eso era difícil puesto que mamá no dejaba hablar-, en su plato solo había un filete y no más, para después coger otro y lo más destacado fue la poca suciedad-por no decir ninguna- que dejaban en los manteles. Sonreí cuando comprobé lo contrario en nuestro bando pero sin embargo, ahí estaban soportándonos, riendo nuestras gracias y asintiendo a nuestras explicaciones.
-La verdad es que Kim le gustaría estudiar empresariales, como su padre.- Dijo mamá después de limpiar sus labios con la servilleta.-Y a mí no me desagrada, aunque preferiría que siguiera mis pasos.-Los Ninvet rieron levemente.
-Mamá…
-Solo digo lo que pienso-sonrió.
-Ahora que lo dices, aún no sabemos lo que quiere estudiar nuestro hijo.-Por fin habló Carl Ninvet. Todos miramos a Nat, que terminó de tragar un trocito de filete.
-Podría deciros opciones pero si queréis que vaya al grano, no tengo ni idea.-Reímos, y su madre le apartó un cabello de los ojos. Era una familia utópica.
El postre también estaba exquisito, o exuberante en honor a los cultos que eran. Cuando Clariva y mamá terminaron de recoger la mesa, Carl Ninvet nos propuso jugar al famoso Trivial. Todos nos apuntamos, aunque como sobraba uno, me ofrecí voluntaria para ser la mediadora entre los tres equipos: Carl y Clariva, mamá y papá, y mi grupo favorito, Stella y Nathaniel. Le tocaba coger carta a mis padres-que vergüenza.
-Veamos.-Susurró mamá, que buscaba con el dedo el símbolo Tabú.-Vale, esto es fácil John.-Se aclaró la voz y asintió para que diera la vuelta al reloj de arena.-Celebridad.
-Mmm… yo.-Hubo unas leves risas.
-Millonario.-Mamá le miró de tal manera que parecía evidente.
-¿Bratt Pitt?
-Ordenadores.-Papá se encogió de hombros.
-¿Windows?-Mamá alzó la voz nerviosa.
-Creador.-Papá abrió los ojos de par en par sin creer que fuera tan fácil.
-Yo que sé… Mmm… ¿Windows Smith?
-¡Tiempo!-Grité mientras todos reíamos.
-¡Oh, John, Bill Gates!
-Aaaaaah.-Asintió mi padre sin ruborizarse.
-¡Nos toca!-Cantó Stella aún con la sonrisa en sus labios de porcelana. Tiró el dado y cogió una carta.-A ver Nat…-La pequeña se apartó un poco la cara del cuerpo de su hermano puesto que estaba sentada en su regazo… me sentía celosa. Stella puso bocabajo la carta y se colocó lentamente en el suelo. Le tocaba mímica. Di la vuelta al reloj y comenzó a realizar gestos exagerados. Ondeó sus brazos de arriba abajo. Nat negó con la cabeza mientras sonreía. Su hermana trazó un círculo imaginario encima de su cabeza. Con solo hacer ese gesto supe a lo que se refería, y no por su impecable explicación mímica sino por el aspecto que tenía la pequeña… un aspecto angelical. Nat se puso serio. Hizo una mueca y llevó su mano a su omóplato como pudo. Su quejido dio la voz de alarma a sus padres.
-Oh Nathaniel, ¿otra vez?-Su padre cogió de un cajón de la entrada unas pastillas blancas mientras su hermana corría a llenar un vaso de agua. Nat se quejó aún más y yo permanecía asustada e inmóvil. Mis padres se pusieron a su alrededor y comenzaron a preguntarle. Clariva apartó la mano de su omóplato y se lo acarició mientras le tranquilizaba. Carl le ayudó a tragar las pastillas cuando Stella trajo el vasito de agua. Pasó unos minutos hasta que todo se tranquilizó incluido Nathaniel. Éste no dudó en subir a dormir, llevándose a su hermana. Y yo les seguí.
Cuando tenía puesto ya el pijama me percaté de que mi móvil permanecía encendido en la cazadora que llevaba y dejé en el perchero de la entrada. Bajé silenciosamente por las escaleras-aunque francamente eso era imposible. Los cuatro hablaban… sobre el dolor de Nat. Me senté lentamente en el último escalón y apoyé mi frente en la columna de la barandilla mientras mis oídos se aguzaban. Sí, me volví cotilla, pero era un asunto que confería a mi corazón.
-Los médicos no pueden hacer nada.-Añadió Clariva.-Según los doctores tiene un hueso más en el omóplato, y alguna veces intenta… ¿expandirse era la palabra?-Carl asintió y prosiguió.
-El hueso pretende salir al exterior, es decir atravesar la piel.-Hice una mueca sin darme cuenta.
-Los médicos están estudiándolo, y por eso nos enviaron a Irlanda, y como un tío de Carl tenía esta casa de campo, decidimos venir.
-Según dicen, aquí también hay otro caso como el de mi hijo.-Suspiró Carl.
-¿Aquí?-Preguntó papá. Me acerqué aún más a la columna y abrí mi boca como si pudiera canalizar mejor las palabras.
-Un tal… Zachary McNemfiel.
-¿Cómo, McNemfiel? Bratt no me comentó nada.-Mis ojos se abrieron de par en par mientras mi mano tapaba mis labios.
-Sí, creo que está en clase de Nat, pero a ese chico le ocurre en el omóplato izquierdo.
-Es algo realmente raro Carl.-Susurró mamá.-Tengo poca experiencia en enfermedades extrañas pero esta es más que rara.
-Los médicos nos dieron varias posibilidades. En la que más insisten es en la posibilidad de que el ser humano esté evolucionando, y que nuestro hijo y el otro muchacho sean los incipientes del desarrollo. Pero Carl y yo pensamos que como otros niños nacen con alguna malformación, eso implique a los dos.-El padre de Nat suspiró.-La verdad es que solo en tres ocasiones el hueso a conseguido salir, pero en ninguna hemos podido ver como ocurría…
-… en las tres veces que le ha ocurrido, nos llamó cuando el hueso había vuelto a su estatus normal… sí, sí, el maldito vuelve dentro del cuerpo…-Cerré los ojos fuertemente mientras mi cuerpo se ruborizaba tras pensar en aquella situación. Me olvidé de mi móvil por completo y subí lentamente hacia mi cuarto donde Stella permanecía dormida. Me metí en la cama mientras pensaba en la situación que atravesaba Nathaniel. Pobre… Mis padres y los Ninvet estuvieron hablando prácticamente toda la noche sobre el tema, pero no quise escuchar más, ya que estaba claro que los cuatro no estaban empeñados a descubrir lo que verdaderamente pasaba… pero no por nada sino porque ellos confiaban en que la ciencia lo solucionara, pero yo tenía la sensación de que la respuesta de la extraña enfermedad de los dos chicos que albergaban mi corazón estaba más allá de la ciencia… y yo lo iba a descubrir.
 

Mis ojos se abrieron lentamente permitiendo el contacto con la luz del sol y con un nuevo día. Movía levemente mis brazos y piernas mientras entraba en mí tras un profundo sueño y un molesto despertar. Estaba bastante cómoda entre las sábanas debido a la suave brisa fresquita que entraba por la ventana. Me di la vuelta como pude para ver como dormía Stella, pero para mi sorpresa, la pequeña ya no estaba. Las sábanas celestes estaban desperdigadas por el colchón y en la arrugada almohada permanecía estampada la forma de la pequeña cabecita de Stella. Me incorporé lentamente, tomándome mi tiempo. Me acaricié el cabello y medio dormida busqué con mis pies las zapatillas. Me dirigí hacia el cuarto de baño tambaleándome y arrastrando de un modo escandaloso las zapatillas. Me miré al espejo con los ojos aún medio cerrados y con la expresión  resentida que tenía siempre recién levantada. Mis mechones rojizos estaban revueltos y con millones de enredos. No había nada que no pudiera solucionar una ducha.
Al bajar las escaleras escuché el ruido de la tostadora, de las bolsas de plástico, del movimiento en la cocina y el comedor y el susurro de los Ninvet y mis padres. Claramente era la última en levantarme. Escuché la risa -¡qué risa!-de Nat. Me hizo sonreír mientras las hormiguitas se despertaban en mi estómago.
-Buenos días.-Susurré con voz queda a mis queridas amigas. Me aseguré de que mi cabello estaba bien sujeto con la cola y miré hacia abajo comprobando que no me había olvidado ni del jersey morado, ni de los pantalones vaqueros.
Al primero que vi fue a Carl en chándal y leyendo el periódico-seguramente de ayer. Le saludé y me dirigí a la cocina… donde me choqué con Nat en la puerta.
-Oh, buenos días Kim.-Sonrió mientras agarraba con más fuerza los platos del desayuno. Yo le devolví la sonrisa a modo de “buenos días” y prosiguió su camino hacia la mesa. En la cocina estaban Clariva, Stella, papá y mamá. Todos me saludaron y yo les sonreí.
-Kim cariño, ¿vienes con nosotros al pueblo?-Me preguntó papá.
-¿Para qué?-Cuestioné mientras masticaba un trocito de pan suelto.
-Para rellenar la nevera y comprar el periódico.-Contestó Clariva.
-No sé…
-Vamos a ir todos menos Nathaniel.-Dijo mamá guiñándome un ojo. La muy cotilla parecía sospechar… espero que no hicieran lo mismo los padres de Nat.
-Si te quedas te presentaré a Ángelo y Gabriel.-Dijo sonriendo Nathaniel al entrar en la cocina. Me disponía a contestar cuando Clariva interrumpió.
-Pues entonces cuidar la casa, y tómate las pastillas.-Dijo la madre mientras miraba a Nat. Éste asintió.

Nathaniel cerró la puerta cuando mis padres y los Ninvet arrancaron los coches.
-No volverán hasta las tres o por ahí.-Sonrió. Me puse nerviosa al darme cuenta de que estábamos solos… Nat… y yo. Pero me dediqué a devolverle la sonrisa.- ¿Qué te apetece hacer mientras vienen Ángelo y Gabriel?-Me encogí de hombros-Si tu lo supieras…-Cavilé.- A ver, pensemos… ¿ver la tele? No, eso es muy aburrido y descortés… ¿qué tal bailar?-Me sobresalté.
-¿Ba… bailar?-Nat asintió mientras se dirigía hacia el gramófono-que parecía una reliquia si no lo era- y lo puso en funcionamiento. Comenzó a sonar música clásica-Supongo que de Vivaldi, Mozart o de cualquier compositor famoso. Me puse roja, y lo notaba.
-¿No sabes?
-Bueno… cuando era pequeña bailaba pero… ya no me acuerdo.-Reí por no llorar de los nervios.
-El baile nunca se olvida…- Dijo mientras se acercaba a mí. Alzó su mano derecha mientras que su izquierda me rodeó la cintura. Y como no… mis queridas hormiguitas revoloteaban por mi estómago. Pero esta vez ellas también estaban nerviosas. Me aclaré la voz ruborizada como si fuera a decir algo cuando coloqué mi mano en su hombro-Si sentía esto cuando solo le tocaba, darle la mano…-Mi mano izquierda algo temblorosa rozó su palma que permanecía aún levantada esperando a que entrelazáramos los dedos. Observé una pulserita fina de donde colgaba un pequeño cristalito transparente que rodeaba su muñeca. Y lo hice, no sé cómo pero lo hice. Sentí que si era capaz de hacer tal acción, el resto sería facilísimo… pero me equivoqué. Mis piernas me fallaban cuando intentaba bailar como sabía realmente y él me sonreía… ¿nervioso? Mantenía aquella sonrisa que todos esbozamos al sentirnos desprotegidos e inmunes a un contacto con alguien que es realmente especial. Su brazo izquierdo me acercó más a él mientras rodeaba con fuerza mi cintura. Y yo sentía que me iba a desmayar. Él también se aclaró la voz cuando estábamos muy juntos. Ambos sentíamos el aliento del otro y como en las películas, apoyé inconscientemente mi cabeza en su hombro. Y comenzamos a dar vueltas lentamente mientras nuestros pies andaban solos y nuestros dedos se aferraban como si la vida nos fuese en ello. Me sentía como una princesa. O más, me sentía como la cenicienta en la noche del baile. Me sentí guapa y hermosa, fuerte, pero a la vez débil y feliz, tremendamente feliz. Había superado aquella barrera y mis hormiguitas habían correteado tanto provocando una metamorfosis que las convirtió en pequeñas mariposas que revoloteaban libres por mi estómago. Ya no escuchaba la música-y no es que quisiera- solo oía el latido de su corazón, rápido y veloz. Su mejilla rozó mis cabellos provocando su erizamiento y una subida de temperatura que ya no era normal. Me acercó más a él… y de pronto, el reloj dio las doce.

One Response so far.

  1. Maribel says:

    que románticoooo *___________________*

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