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Capítulo 8 (Libro 2)


La azafata de uniforme azul marino y pañuelo canela comenzó a reproducirnos con una gran sonrisa las indicaciones de emergencia utilizando sus dedos y manos.
Mis padres insistieron en que ambas nos sentáramos juntas mientras que ellos se relajaban y acomodaban en los asientos de delante. Empezábamos mal para poder hablar con mi prima de lo de anoche, aunque no fuera nada del otro mundo. A no ser que ella creyera que yo creía que se habían comprometido… cosa muy extraña y dudosa. Los asientos de atrás estaban ocupados por dos niños pequeños, de unos doce y diez años que jugaban a las cartas desentendiendo las indicaciones de la joven y atractiva azafata. Una vez acabada la lección de viaje de ésta, la gente comenzó a hablar suavemente.
-Lola.-Ella me miró arrugando sus labios.
-¿Qué?-Fingía no tener ni idea de lo que pretendía preguntarle, pero sus ojos fijos en otra parte la delataban.
-Me lo tienes que contar.
-Buff Kim…
-Si no hiciste nada raro ¿por qué no me lo quieres contar?-Sonrió enarcando una ceja.
-Porque estas cosas se lo cuento a mis amigas, no a primas chismosas.-Arrugué el entrecejo.-Bah, bah, te lo contaré.-Alzó la mano con un movimiento como si quisiera espantar una mosca de su rostro.- Resulta que nos besamos. No me pidió salir con él, pero está al caer. Nos dimos los móviles y ahora espero su mensaje que me confirme lo que anhelo.
-Lola, es un chico más.
-No, eso no lo digas ni por asomo, prima.-Se acercó a mí mirando hacia los asientos de mis padres que hablaban sobre no se qué.-Amon es especial, Kim.
-Eso lo has dicho muchas veces.
-Te equivocas prima, porque esta vez estoy segura.
-Si tú lo dices…-Chasqueó la lengua suavemente.
-Bueno, ¿y por qué no me cuentas qué hiciste tú con Zack?-Enarqué una ceja mientras colocaba recta mi espalda fingiendo seguridad.
-Lo que hacen las parejas.-Se tapó los labios simulando impresión. Abrió los ojos de par en par.
-¿A tanto habéis llegado?-Me puse seria y le pegué con todas las intenciones en el brazo. Rió abriendo la boca en forma de “o” por la fuerza del impacto.-Jo, jo, jo, te lo has ganado.-Cogió una revista colocada sofisticadamente en el bolsillo trasero de los asientos de mis padres y me lo lazó a la cabeza provocando un sonido seco y plastificado en todo el avión. Rió a carcajadas, colocando su mano derecha en la tripa. Aspiré un “a” profundo entornando los ojos. Miré a mi alrededor para localizar un objeto fácil de lanzar a modo proyectil sobre la cabeza de mi prima que temblaba de la risa. En ese momento pasaba la azafata con el carro de los aperitivos. Sin pensar cogí sin permiso una botellita chiquitilla de agua y se la tiré con toda la intención. Le dio de lleno en el hombro. La azafata dijo algo sorprendida cuando Lola me empujó y de un desliz pudo coger una lata de coca cola. Alzó el brazo casi encima de mí cuando la azafata le arrebató de las manos la lata mientras nos gritaba algo. Mis padres por el escándalo nos separaron como pudieron desde sus asientos, bastantes avergonzados. Todo el avión estaba pendiente de nosotras. Tras disculpas de mamá y papá a la azafata y después de devolverle la botellita de agua, se marchó irritada tras otros clientes. Así que mis padres cambiaron la distribución de los asientos. A mí me tocó con papá, el que echa las broncas de manera que te hiciera sentir culpable.
-Kimberley Hilthom, te prometo que estarás castigada en Londres sin salir, ni de compras ni de nada de nada, ¿entendido? Nada, absolutamente nada, me hará cambiar de idea.- Se recostó violentamente sobre el sillón y abrió rápidamente el periódico lleno de enfado y vergüenza. Mamá me lanzó varias miradas asesinas, así que me dediqué a encogerme en el sillón, volviendo mi rostro hacia la ventana observando los verdes campos de Irlanda cruzando radicalmente mis brazos. En eso era muy cabezona, y estaba dispuesta a estar de esa manera durante todo el viaje. Lo peor era que entre nosotras ocurrían peleas semejantes, de pequeñas incluso nos tirábamos cristalitos de las colonias que rompíamos cuando intentábamos impregnarnos del aroma de nuestras madres. Éramos además de violentas, frías a la hora de enfadarnos… y maquiavélicas.
Para cuando me di cuenta, mi conciencia estaba ya serena, sin resentimiento hacia nadie ni hacia mí. Mis ojos observaban aburridos la hermosa silueta de los árboles verdosos y las ondulaciones del terreno campechano que dosificaba su situación con las montañas morenas y bronceadas por el manso sol de invierno Irlandés. Volví mi rostro hacia papá que seguía leyendo el periódico con la misma expresión seria que adoptaba cuando estaba concentrado. Me arrimé más a él para informarme de lo que estaba leyendo tranquilamente. Solo logré ver como un titular reflejaba el nuevo fichaje de no sé qué equipo para cuatro temporadas. Él lo notó y abrió más el periódico para que yo alcanzara a verlo mejor. Le miré sonriendo a lo que él me respondió con lo mismo. En realidad no estaba interesada en el contenido, a pesar de gustarme mucho los acontecimientos deportivos, solo quería mostrarle a papá que se me había pasado el enfado.

-¿Quieres  jugar a un rápido?-Me retó papá mirándome de reojos. Asentí con la cabeza mientras sacaba una baraja española. Ambos bajamos las bandejas que había delante nuestra enganchadas en los asientos delanteros. Nos pusimos frente a frente a pesar de tener que permanecer en una postura incómoda, con media pierna fuera del asiento. Comenzó a repartir todas las cartas después de haberlas barajado.
-Creo que debemos hablar sobre algo que te incomoda.-Indicó papá mientras colocaba un mazo de diez cartas delante de mí. Sonreí.
-Sabes que no me incomoda.-Otras diez cartas colocó delante suyo.- Son 39.-Papá fijó sus ojos en los míos.
-¿Cómo?
-Tenemos que tener 39 cartas cada uno.
-¿Cómo lo sabes?
-Por que cuando jugábamos.-Cogí las veinte cartas delante de mí.-Yo era siempre la que repartía, ¿recuerdas?-Sonrió.
-Claro que me acuerdo.-Contó diecinueve para cada uno y comenzamos a ponerlas en posición –una bocarriba, una bocabajo y encima una bocarriba, dos bocabajo y una bocarriba, y por último, tres bocabajo y una bocarriba- y comenzamos a jugar mientras papá hablaba.- ¿Qué significa para ti Zachary?-Coloqué un tres encima de un dos mientras miraba a papa de reojos.
-Mucho.-Me ruboricé.-Es mi primer…
-Lo sé, lo sé.- Hizo un mohín con la mano.-De todos modos no hace falta que te avise de nada, tu ya lo sabes todo cariño.-Sonreí agradecida.
-El problema es que mamá no lo cree.
-Tendrás que aguantarla entonces.-Papá tocó enérgicamente el mazo donde había menos cartas provocando que el otro perteneciera a mi baraja.-Kim… escucha, lo que sí quiero es que me cuentes cualquier cosa que te incomode o que te afronte alguna duda.-Asentí.-Sé que ese Zachary y su padre son personas raras que ocultan muchas cosas y…
-Lo dices por su padre.-No era una pregunta.-Te digo que él es diferente papá.
-Si me lo dices no lo dudaré, pero quiero que sepas que cuando una persona está muy enamorada ciega su consciencia y se equivoca en muchas cosas, recuerda que la gente no es lo que parece, cuando descubras lo que esconde su otra máscara, conocerás de verdad a la persona.-Titubeé mordiéndome el labio inferior mientras recordaba lo que realmente era Zack –si tu lo supieras- cavilé entristecida.
-¿Y Nathaniel, a él también le ves raro o misterioso?-Pregunté sin ferocidad.
-No mucho.-Sonrió.-Pero algo sí.-Me miró a los ojos de repente.-Ya no lo ves ¿no?-De improviso mis músculos temblaron y la voz se me quebró.
-Emm… no.
-¿Y eso?-Ambos paramos el juego.-Os llevabais muy bien, ¿no?
-Bueno…
-¿Algún tipo de enfado causado por la pubertad?
-Supongo.
-No quieres hablar de ello, ¿verdad?
-No, por qué ni yo misma se por qué nos hemos separado de esa manera.-Le sonreí cariñosamente.
-Seguro que lo resolveréis cuando comiencen de nuevo las clases.-Típico, el inconfundible consuelo que cualquier padre hace a sus hijos cuando no tiene ganas de explicarles lo dura que es la vida. Me dediqué a sonreírle agradecida.  

Llegamos al aeropuerto a la hora prevista, sin complicaciones ni problemas. Como ninguna película, llegamos tan sosamente bien que nadie se fijó en los nuevos llegados a Londres. Lola estaba exultante y nerviosa por volver a ver a sus padres y a la abuela Dorothy –podría sin duda llamarse Nana, o Nancy o Kitty como en las viejas películas donde la abuela resultaba ser una joven en el cuerpo de una anciana que se comporta cariñosamente y juega con sus nietas.
Recogimos las maletas sin tropiezos o esperas incómodas por no aparecer la maleta roja o verde que contenía el equipaje importante. Todo transcurrió puerilmente, como todos los viajes que había hecho en mi vida, como los de cualquier persona.
A las puertas del aeropuerto nos esperaban mis cinco tíos. Mi tía Teah junto a su marido Brian –hermano pequeño de mi padre y padre de Lola-, Mi tía soltera Mary –un espíritu libre.- y mi tío Sam y tía Elga, ambos marido y mujer. Nos abrazamos y besamos. Lola rodeó con sus brazos fuertemente a su madre mientras tío Brian sonreía y le daba palmaditas en la espalda.
-Hola Mary.-Envolví con mis brazos a mi tía quién, desde chica, compartía grandes aficiones conmigo.
-¿Cómo estás Kimy?-Le sonreí mientras contemplada que no había cambiado nada sus pómulos rosados y su olor a coco suave.
-Mejor que nunca.-Sus ojos verdes me miraban cariñosos y llenos de ternura.
-Cierto, se te ve muy bien.
-¡Mi sobrina perdida!-Gritó Elga llena de euforia mientras abría sus brazos para fundirme en un abrazo. Sus labios siempre bien definidos y de un carmín así fosforito, me besaron las mejillas que sin duda estaban manchadas-Desde luego ya no eres mi pequeña Kimy.-Rió.- ¿Qué tal estás?
-Pues…
-Oh, supongo que bien sobrina, ¿Te has echado algún novio?-Me dio suavemente con el codo.
-La verdad es que…
-Bueno, bueno, luego nos contarás. No quiero que la abuela se pierda tus buenas nuevas, sobrina.-Le sonreí sonrojada. Elga era mi tía parlanchina, cuando le dabas un hilo de conversación, no paraba de hablar sin dejar que tu contestaras, solo con “si” y movimientos de cabeza para darle a entender que a pesar de la larga conversación, seguíamos el hilo.
-Me alegro de verte Kimberley.-Noté como siempre su acento británico, suave y melódico que siempre me había enamorado desde niña.
-Y yo, Sam.-Nos dimos dos besos. Me raspó con su barba rubia de tres días –lo raro es que siempre lo tenía así- mientras observé sus ojos marrones oscuros.
Luego saludé a los agradables padres de Lola –sin que ella se despegara de su madre- para luego irnos hacia casa de la abuela en coches distintos. Quise viajar con Mary que conducía un coche blanco y chiquitito.
-Has crecido mucho, bastante diría yo.-Le sonreí enseñando mis dientes mientras me ponía el cinturón. Su cabello rizado y castaño ondeó con el violento aire cuando bajó un poco la ventanilla. Observé cómo varios mechones “roji-berengena” volteaban por la llegada del aire, me rozaban de vez en cuando el cuello y los labios. Unos de ellos molestaba a mis ojos mientras yo intentaba poner orden en los de la cara, por lo que me serví del soplo para mantenerlos al menos unos minutos quieto.
-Creo que hace mucho viento, ¿no?-Mary ni me miró.
-¿Alguna vez has sacado la cabeza por la ventanilla?-Sonrió.
-¡No! Dicen que es muy peligroso.
-Bah, yo lo hago muy a menudo, siempre que voy de copiloto claro. Es una sensación única, y con este viento…-Me mordí el labio.
-¿Y si viene algún coche?
-No va a venir ninguno, estamos en el carril más cercano a la línea blanca.-Miré la ventana y la bajé con cuidado.
-¿Estás segura?
-Sí, tú solo asómate.-Miré el retrovisor prudentemente mientras me quitaba el cinturón.
-¿Y si nos pilla la policía?
-Como mucho me amonestarán verbalmente, por eso no te preocupes.-Me mordí de nuevo el labio. El viento ya azotaba mis cabellos cuando bajé por completo la ventanilla. Coloqué mis manos en la raya por donde había desaparecido el cristal fuertemente y saqué la cabeza poco a poco. Fue increíble. Cerré mis ojos sintiendo como el aire flagelaba hacía atrás mis cabellos de tal forma que incluso se me enfriaron los párpados. Por el retrovisor pude observar como las mechas volaban por detrás de mí removiéndose entre ellos. Me sentí libre y pequeña. Escuchaba como el azote del viento golpeaba las placas del coche y mi jersey que de vez en cuando se volvía como una botella. Grité sin miedo un “¡Uahuuuuuuuuu!” al cielo mientras mi tía reía. Pensé entonces en Nathaniel, en su rostro angelical, en su sonrisa. Abrí los ojos a pesar del aire que los secaba con un solo golpe, y mi euforia se marchitó fácilmente, haciéndome retroceder dentro del coche. Cerré seria la ventanilla mirando fijamente al suelo.
-¿Qué ocurre Kimy?-Advertí como sus pupilas me miraban de reojo.
-Recuerdos Mary, recuerdos.
-¿Acaso hiciste algo parecido?-Giró suavemente el volante hacia la derecha mientras al unísono el coche se desviaba en aquella dirección. Ningún conductor se comparaba con el manejo brillante de Zack.
-No, pero me recordó a alguien.
-¿A quién echas de menos?-Asentí mientras me sentía culpable.- ¿Tu novio?
-No, es una persona muy especial… bueno, quiero decir, él también lo es pero… es que ambos son tan diferentes Mary…
-¡Ajá!-Me sobresalté.-Así que tienes novio.-Me mordí el labio mientras mis ojos se clavaban en la sonrisa de mi tía.-Vaya Kimy, ¿cómo es?
-¿Quién?
-Quién va a ser, tu novio.
-Bueno… es guapo.
-Ya, ya, eso ya me lo imaginaba.-Sonreí nerviosa. ¿Y si le decía que iba a venir dos días? No me creería.
-No sé como describírtelo.-Titubeé intentando encontrar las palabras adecuadas que mantuvieran a Zack en un estatus de chico normal y corriente.-Silencioso… romántico… ¿rico?-Ambas reímos.
-Aprovéchalo Kimy, créeme porque yo desaproveché muchas oportunidades, y ahora me arrepiento de muchas.-La miré sin dejar de sonreírle, a pesar de que en mi interior deseaba que su vida se convirtiera en una de esas películas donde cuando menos te lo esperas, aparece el amor de tu vida, de pura casualidad, de un empujón en la caja de la compra donde ambos se confunden de bolsas, o por un día en la cafetería, un día lluvioso donde ese amor apareciese empapado bajo un paraguas roto… El caso es que la quería mucho, y le deseaba lo mejor. Bien cierto es que en mi interior sentía un gran miedo por no encontrar el amor de mi vida. Fuera cual fuera mi futuro, estaba convencida de que esta etapa de mi vida jamás la iba a olvidar, quién sabe, quizás la tenga siempre a mi lado…

Llegamos a casa de mi abuela sobre las dos y media, hora de un buen aperitivo –teníamos que adaptarnos de alguna manera al apetito y dieta de Londres, para no disgustar a mi abuela quién, defendía sus costumbres de manera radical pero benigna. La casa estaba tal y como la recordaba, con aquel blanco en la pared echa de ladrillos alargados y su tejado negro azabache. En el jardín que rodeaba la casa aún permanecía el columpio ahora oxidado en el que jugábamos mis primos y yo a tocar el cielo. La caseta de su perro Dog seguía igual de mal pintada, de un marrón lleno de irregularidades y de gotas de pinturas secas y sucias. Sonreí al ver aquel abeto de puntiagudas hojas curvadas, donde trepaba sin miedo a caerme, hasta aquella rama donde aún seguía ondeándose el lazo celeste que me ponía siempre mamá en el pelo. El césped era el mismo verde sucio que siempre había tenido aquel pequeño edén. Entramos en la casa no sin antes comprobar cómo la alfombrilla donde estaba escrito un “bienvenidos” de aspecto navideño, seguía en su sitio, tal y como lo recordaba. Entramos en el salón donde mi abuela miraba fijamente la televisión, con una mirada cansada pero atenta. Giró su rostro rápidamente hacia nosotros y sonrió llena de alegría. Casi gritó al ver a papá quien la obsequió con un cálido abrazo. Eso sí, sin despreciar el corto pero cariñoso beso a mamá.
-Abuela.-Le susurré mientras mis brazos le rodeaba el cuello. Sentí como estaba aún más suave, pero sobretodo frágil. Daba un gran aprieto abrazarle muy fuerte por el miedo a aplastar su cuerpecito vestido por un colorido atuendo de lana y que tejió ella misma el invierno pasado. Sus flácidas mejillas se estiraron cuando nos separamos y me sonrió emocionada.
-Sí que has crecido niña, estás echa todo una mujer, ay… cómo pasa el tiempo-Dijo mientras me peinaba suavemente los cabellos que tapaban mis hombros. Percibí de golpe como alrededor de sus ojos verdosos, ya desgastados por la edad, estaba sitiado un fino color grisáceo. Sus manos temblaban sutilmente cuando las separaba de su cuerpo y su respiración era más exagerada.
-¡Abu! ¿Me echaste de menos?-Entonces lentamente miró a Lola.
-¡Claro que sí mi vida!-La abrazó también sonriendo. Era realmente por dentro una persona muy cariñosa y linda…
-Bueno John, os dejamos aquí las maletas.-Advirtió Sam mientras colocaba la última encima del sofá-cama donde iba a dormir. Papá asintió mirándolas.
-Vamos Lola, tenemos que irnos, mañana vendremos sobre las cinco de la tarde ¿no?-Despedí a Elga con la mano, al igual que a todos los demás.
-A las cinco, sí. Tened mucho cuidado con la carretera.-Dijo la abuela mientras abrochaba el último botón del chaquetón de Lola.-Abróchate que hace frío.
-Sí, si.- Fingía muy bien cuando pretendía mostrar que estaba de acuerdo en algo con alguien.

Escuché la leve percusión que emitían las gotitas de lluvia al colisionar con el cristal en un golpe seco pero silencioso. El viento se dejaba oír de vez en cuando al graznar por las minúsculas aberturas de las ventanas y puertas. Sin embargo casi no sentía frío. Mis ojos estaban completamente abiertos mientras permanecía tumbada de lado en el sofá-cama. Era muy cómoda y calentita pero aún así no podía dormir sabiendo que estaba lejos de todo aquello que ahora ocupaba mi consciencia. Pestañeé rápidamente cuando un relámpago alumbró el salón y un trueno produjo ese sonido fuerte y estrambótico que a mí –personalmente- me relajaba. Suspiré al no poder conciliar el sueño a pesar de la melodiosa nana que cantaba la tormenta. Me levanté sin apenas hacer ruido, destapándome. Por suerte llevaba los calcetines de lana gorda que me servían como zapatillas en caso de emergencias como ésta. Mis padres y la abuela dormían arriba, donde un cuarto de baño y una escalera compartían el piso con las dos habitaciones. Aquella escalera conducía al desván donde debía de ir cuando Zack me mandara el mensaje. Claro está, que mi móvil permanecía encendido al lado del sofá-cama donde supuestamente, tenía que dormir. Entré en la cocina, más grande que la nuestra, de colores marrones y utensilios antiguos. Busqué un vaso por los armarios de arriba con cuidado de no hacer ruido cuando los cerraba. Normalmente personas como mi abuela se despertaban con cualquier ruido y eso implicaba que también debía de acudir el miedo de cualquier persona mayor cuando escuchaba cualquier ruido a las tres de la mañana –si, eran las tres y yo sin dormir. Encontré el vaso en el armario donde guardaba los platos y tazas, en el más grande. Abrí el grifo suavemente y esperé a que se llenara casi gotita a gotita. Me lo bebí sin tener ganas, pero según algunos, eso ayudaba a conciliar el sueño. Luego, me senté en la cama rodeando mis piernas con los brazos y pendiente del teléfono. Contemplé nostálgica aquel árbol de navidad de hojas verdes semejantes al color de la manzana, de adornos rojos y dorados que los vestían en un manto de risueños brillos áureos. Las luces estaban apagadas por mi presencia pero sin embargo, a mis ojos, la estrellita de purpurinas pajizas que se alzaba espléndida en la copa de aquel gran abeto estaba iluminada. Observé, como la televisión atrapada en una librería llena de antiguos y empolvados manuscritos y novelas, afrontaba el mando delante de un sillón de tres plazas y de un silloncito –donde mi abuela siempre se sentaba- acompañado de una pequeña mesita de mata gris ceniza. Y atrás mío, la mesa donde íbamos a comer todos mañana y donde los invitados siempre se sentaban a charlar. Una mesa heredada, de madera de caoba cara para cualquiera que adore la elegante silueta de aquella mesa rojiza que, por desgracia, pasaba desapercibida. Pero algo en ella me erizó la piel. Me acerqué sigilosa, andando con el famoso talón-punta que utilizaban los espías. Encima de ésta, había una pulserita de un color claro, que unos minutos antes, no estaba. Mi corazón se heló cuando asocié lo que era, cuando mostré de que se trataba acercándomelo a mis ojos. Un pequeño cristalito colgaba adyacente a aquella fina pulsera. Era el Cristal de Vida que me regaló Nathaniel. Miré a mi alrededor atemorizada. Pero enseguida me calmé cuando pensé detenidamente que podía significar aquella acción, ¿un perdóname quizás? Puede, pero el caso es que él no me había olvidado, de tal manera, que vino hasta Londres bajo esta tormenta para entregarme de nuevo algo que no dejaba de ser mío.  


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