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Capítulo 12 (Libro 2)


Todos dormían tranquilamente y las calles estaban vacías y silenciosas, al igual que la casa. Me dispuse sin pensar a subir las escaleras con la manta enrollada en mi cuerpo por el frío helado que recorría la casa. Subí los peldaños de la escalera que conducían al desván lentamente, procurando no hacer ruido. Miré hacia el pasillo para saber si alguien se había despertado cuando llegué al último peldaño. Abrí la puerta que emitía un ruido sordo por el tiempo que había estado cerrada. La cerré tras de mí envolviéndome en la más densa oscuridad. No había luz ni lámpara que alumbrara el desván ya que seguía en pie desde hace más de un siglo y mi abuela no daba señales de querer hacer una renovación en aquella habitación. Me quedé parada sin moverme. Abrí los ojos lo más que pude para poder diferenciar alguna silueta que me guiara. Si no recordaba mal había una ventana al otro lado de la habitación, la cual estaba tapada por dos puertas de madera a modo de protección. Alcé los brazos como un zombi mientras daba cada paso minuciosamente calculado para no tropezar con cualquier trasto viejo que se hubiera escapado de su sitio. Mi corazón latía fuertemente por el nerviosismo de encontrarme con Zack en una habitación como esa. Moví los brazos intentando palpar alguna superficie. Debía de procurar no hacer ruido para no estropear el silencio en el que dormían mis padres y la abuela.  Mi pie colisionó con algo duro. Intenté reprimir un grito de dolor mordiéndome la lengua y moviendo el pie como si estuviera encima de un río de lava. El sonido del golpe produjo un grave eco en toda la habitación que me hizo pensar en cómo de fuerte sonaría en las habitaciones que compartían el pasillo del primer piso. Suspiré fuertemente mientras el impacto en el pie me dolía cada vez menos. Palpé Lo que me había “atacado”. Era el baúl cubierto de barniz donde la abuela guardaba la ropa de cuando mi padre y sus hermanos eran pequeños. Lo delató el tacto frío de los relieves metálicos que se esparcían a modo de elegantes y abstractos decorados por el baúl. Me puse recta para comprobar si mis ojos se habían acostumbrado ya a la oscuridad, el caso es que ya lo estaban pero no centelleaba ni siquiera un pequeño reflejo de luz. Cerré los ojos sintiendo el ambiente tan cargado y húmedo que poseía aquella estancia. Escuché un leve sonido al fondo de la habitación, como un movimiento lento y preciso de hojas de libro que se movían sin parar. Enseguida lo relacioné con las alas negras y aterciopeladas de Zack
-¿Zack?-Miré hacia donde procedía el sonido. Nadie contestó.-No veo nada, no te veo.-El sonido se disipó.
-Pero yo sí.-Susurró la delicada voz de Zachary. Escuché unos pasos que se acercaban lentamente hacia mí mientras yo movía mis ojos como una persona ciega en un aeropuerto donde sus familiares esperaban ansiosos su llegada. Sentí su presencia delante de mí, escuchaba su lenta respiración. Alcé el brazo hacia la nada hasta que mis dedos se toparon con algo duro pero que bajaba y subía sin ningún esfuerzo. Era su tórax. Me acerqué palpando con la planta de los pies el suelo que se extendía hasta que mi otra mano palpó el hombro de Zack. Sentí como la yema de sus dedos se deslizaban por mis mejillas erizándome la piel, y como me atraía hacia él sin ninguna resistencia. Sus pulgares se recostaron sobre la comisura de mis labios, sujetándome el rostro. Cerré los ojos instintivamente y me besó suavemente. Noté como mis mariposas se acaloraban por el contacto de su cuerpo con el mío mientras mis brazos no sabían dónde colocarse. Pero él siguió besándome, cada vez más apasionadamente. Y yo me dejaba llevar de tal forma que mi mente se quedaba en blanco, dejándome en un estado involuntario, de reacciones instintivas… humanas. De improviso, se encendió una luz de destellos suaves y azulados. Él se separó de mí intentando identificar aquella luz. Escondí mi muñeca detrás de mí con el corazón eternamente contraído. El destello se perdió en mi espalda.
-¿Qué es eso?-Murmuró Zack confuso. No veía nada, absolutamente nada, y me daba miedo decirle lo que realmente era.
-Una linterna que subí para…
-Mientes, Kimberley.-Sí, y eso me hizo sentir culpable. La forma en que lo dijo y su murmullo provocó que todo mi cuerpo se paralizara.- Enséñame tu brazo.- Tragué saliva mientras miraba a la oscuridad. No debía de tenerle miedo, a él no, pero solo por el mero hecho de comprobar el odio que reflejaban los ojos de Eríka cada vez que mencionaba a los ángeles con aquel rojizo tinte alrededor de su iris… Le tendí el brazo titubeando. Sus dedos acariciaron la superficie de la pulsera y los alrededores. Pero sus caricias eran suaves.-No me puedo creer que lo haya hecho.-Su voz sonó fuerte y seca.
-Zack… lo acepté como un regalo, no sabía lo que realmente significaba…-Sin decir nada me arrebató en un movimiento rápido el brazo izquierdo, dejando caer el derecho con cuidado. Mis ojos observaban donde supuestamente estaba mi brazo izquierdo, intentando adivinar lo que hacía. Sentí un tacto frío alrededor de mi muñeca y como sus dedos ataban algo que me presionó levemente aquella zona. Sentí como algo caía de mi muñeca una vez que agarró de nuevo mi brazo. Noté sus labios templados en mi mano, suaves y cuidadosos, intentando no lastimarme la piel. Sonreí exhortada por su contacto. Pero mi rostro se serenó cuando algo en la muñeca comenzaba a emitir rayitos rojizos que competían de alguna manera con los de mi brazo derecho.
-Ahora también serás mía.-Olvidé respirar por unos segundos lo que provocó en mis reacciones involuntarias un suspiro entrecortado. De nuevo sus labios besaron los míos con fuerza. Sin darme cuenta sus brazos me alzaron como una pluma. Mis pies no tocaban el suelo y eso me hizo sonreír entre los besos que me entregaba. Mis manos acariciaban sus mejillas cálidas y suaves mientras sus brazos conseguían elevarme sin ningún esfuerzo o al menos eso sentía.

-¿Qué significa esto?-Pregunté mientras contemplaba como las dos luces –una azulada y la otra rojiza- se mantenían igual de deslumbrantes. Sentí su corazón latiendo cuando apoyé mi rostro en su pecho. Ambos estábamos sentados en el baúl que me golpeó el pie.- ¿Acaso tengo doble vida?-Su brazo rodeó mi cadera.
-No, nada de eso.
-Eríka…
-Eríka siempre cree en lo simple. Tiene sentido que el Cristal de Vida de tu mano derecha contenga tu vida ya que para eso sirven. Pero ella se equivoca. Lo que yo he visto en aquel cristal no es tu vida, sino la de él.-Se aclaró la voz.-Ambos te hemos entregado nuestras vidas.-Abrí los ojos de par en par. Tras unos minutos de silencio de reflexión pude preguntar.
-¿Y por qué brillan?
-Porque queremos que brillen.-Ambos reímos suavemente. Él prosiguió.-Siento curiosidad por saber qué pasaría si arrancara de tu mano ese cristal azulado y lo tirara por la ventana.- Alcé mi rostro hacia el suyo.
-No te atreverás.
-¿Me estás desafiando?-Bufó. Sonreí de nuevo calmada. Sus labios besaron mi frente.- Es algo difícil de romper, pero no imposible.
-¿Sabes que eso es precioso?-Sentí como su cuerpo se sobresaltó.
-¿Qué sea posible romperlos?
-¡No!-Reí.-Qué me hayas entregado tu vida.-Me mordí el labio.-Ojalá yo pudiera entregarte la mía.-Eliminé intencionadamente el plural para no estropear el momento.
-No digas eso…
-¿Por qué?
-Porque si pudieras, estarías muerta.

Comíamos como becerros en la “comida de despedida” que siempre celebrábamos el día que partíamos de nuevo a Irlanda. Allí estaban  presentes de nuevo todos mis tíos y primos. Hoy estaba de mejor humor ya que sentía como los dos cristales se mantenían protegidos del frío entre las mangas de mi chaquetón negro. Había muchas diferencias a parte del color de los destellos. Mientras que la pulsera que sostenía el Cristal de Vida de Nathaniel me transmitía una sensación en mi piel de frío, la de Zack irradiaba una tenue sacudida de calor. Mi sonrisa estaba presente en todo momento durante la comida a pesar de las bromas pesadas que me dirigían de vez en cuando los comensales sobre las parejas. Sin embargo Lola no estaba de muy buen humor y esos chistes le incomodaban. Claro que yo sabía por qué tenía ese berrinche. No era a causa de lo que posiblemente le recriminara ayer su madre, sino por la nostalgia de no poder ver a Amon. Pensé si él sentiría lo mismo, pero sonreí al pensar que lo más posible era que él solo la quería para divertirse. Pero algo me desvió por completo ese pensamiento. ¿Y por qué a mi si me podía querer un demonio y a ella no? Desde luego Lola era más atractiva que yo y ambos se llevaban muy bien. Sentí lástima por ella, por no poder saber qué era lo que escondía su amor platónico –o no tan platónico.

Las maletas ya estaban en el maletero del coche de Mary quién iba a ser la responsable de llevarnos con tiempo al aeropuerto.
-Para mí la mentira más grande es el origen de los alimentos.-Comentó Mary que manejaba el volante.- ¿No os fijáis?, el código de barras demuestra que pertenece a Londres.-Se aclaró la voz.-Por poner un ejemplo, y seguramente ese producto se haya hecho en cualquier otro lado del mundo.-Mis padres asintieron entusiasmados.
-Para mí.-Añadió papá sonriendo.- La mayor mentira es... -Alzó los dedos en forma de comillas.-…“He leído y acepto los términos y condiciones de uso”.-Mamá y Mary asintieron diciendo “verdad, verdad” pero papá y yo reíamos como locos. Ambos conocíamos muy bien a qué se refería.
-Muy bueno papá.-Me miró de reojos en el asiento del copiloto mientras mamá me miraba interrogante.
-Habrá gente que los lea, ¿no?
-Ay, Shana, que poco conoces lo que es leerte diez páginas repletas de letras, algunas que otras en negrita, para explicarte lo mismo, una y otra vez.-Asentí sin dejar de reír, impaciente por llegar a casa.

Llegué sobre las siete de la tarde a casa. Inspiré el olor que siempre respiraba cuando volvía de Londres. Aquí no había tanta humedad y, sinceramente, Londres no era mi casa. Cierto que en realidad pertenecía a esa patria pero estar desde muy niña en Irlanda, me había hecho aflorar ese sentimiento patriótico por esta tierra en la que yo era extranjera. La mayoría a los que conocía no pertenecían a Irlanda… mamá, en cambio, sí lo era. Y de ella heredé el cabello… bueno ella no lo tenía berenjena pero su color era algo parecido, mientras que los ojos verdes me los había concedido la genética de papá. Parecía mentira que ya habían pasado cuatro días desde mi llegada a Londres.
Después de vaciar las maletas y mientras poníamos en marcha de nuevo nuestras costumbres en casa, papá tuvo la flamante idea de pedir unas pizzas para cenar ya que en la nevera no había ni una mísera rodaja de queso.
-¡Kimberley, cuando vengas trae los vasos!-Gritó papá desde el salón. También tuvo la fantástica habilidad de convencer a mamá para que comiéramos en el salón tranquilamente bajo el sonido de la televisión. Coloqué cuidadosamente la caja de música en la mesa del escritorio y me puse en camino hacia la cocina. Allí cogí tres vasos y los llené de agua, llevándolos como pude al salón.
-Tened cuidado de no manchar los sillones por que quién ensucie, limpia.-Papá rió entusiasmado con la película que estaban emitiendo. Se frotó las manos al contemplar la gran pizza que olía desde la cocina. Cogió el cuchillo y comenzó a cortarla en cachos más o menos grandes. Cuando los tres nos sentamos comimos en silencio, atentos a los “Ags” y quejidos de los debiluchos enemigos que caían como fichas de dominós tras los pasos del héroe. Desde luego morían muy mal. Hasta que papá interrumpió nuestro silencio mientras emitían anuncios publicitarios de media hora.
-¿Sabéis que a la niña que despertó del coma le han dado ya el alta?-Mamá emitió un sonido parecido al de sorpresa mientras arrancaba un trozo de pizza con los dientes. Cuando pudo articular palabra se dedicó a confirmar su asombro.
-¿Sí, tan pronto?
-Bueno, supongo, no sé, tú eres la enfermera.-Bufó papá.
-Pues sí es pronto, bueno en general ese caso es raro. Es un milagro que alguien en coma desde hace años despierte así como así, sin dar antes muestras de mejora. Según los médicos, abrió los ojos y los latidos y el pulso se normalizaron. Lo primero que hizo fue expulsar aire fuertemente. Y eso, John, es muy extraño.
-Cosas más raras han pasado.-Añadí mientras tomaba en mi mano otro trozo de pizza.
-¿Cómo cuales?-Me encogí de hombros masticando un trozo. Mamá chasqueó la lengua.- Si es cierto que ha habido varios casos más que aún la ciencia no ha podido encontrar el por qué.
-¿Cuántos casos?
-Cinco o más… no, cuatro, sí cuatro.
-Eso ya es mucho.-Mamá asintió.
-En fin.-Suspiró soltando aire.- Supongo que debemos de alegrarnos, una niña tan pequeña…
-Sin duda parecen obras de…
-No lo digas.-Cerré los ojos durante unos segundos pensando en la naturaleza de Nathaniel y Zack. Era natural que pensaran eso de un milagro como ese pero sentía que algo saliera de mis labios que los pudiera meter en un buen lío.
-¡¿Pero desde cuando eres tan blasfema?!-Mamá cruzó los brazos mosqueada. Realmente ahora era de todo menos blasfema. Saber que realmente existían los ángeles y los demonios me hacía sentirme pequeña. Me encogí de hombros sin saber que contestar mientras mamá agitaba su rostro para verificar que no estaba de acuerdo con mi reacción. Chasqueé la lengua sin darme cuenta.
-Me acuerdo de uno que fue impresionante.-Papá cambió de tema radicalmente con la mirada perdida y pensativo.-Hace cinco años, creo.
-¿La del anciano?-Preguntó mamá con el vaso de agua en la mano.
-Sí, esa. Resulta que estaba incluso en estado vegetativo, pero un día, sin más, despertó.-Papá imitó a mamá y tragó agua.
-Vive cerca de aquí.-Añadió. Me levanté de golpe.
-Bueno, me voy a la cama. Mañana he quedado para estar fuera todo el día.-Alargué la “o” mientras ponía los ojos en blanco cansada. Me costaba mucho tener que madrugar para estar en el centro. Mientras me iba hacia mi cuarto, escuché a mis padres hablar sobre esos casos llamados “Los despertares milagrosos” según acababa de decir papá. Le resté importancia.

Me encogí más cuando el despertador martilleó mis oídos. Abrí los ojos sin ganas hasta que pude visualizar la hora. Me concentré para intentar arañar minutos al reloj. Debería de colocar la alarma media hora antes para hacerme a la idea de tener que levantarme temprano. Apagué la alarma tan rápido como mi condición de zombi me dejó y me dispuse a ducharme.

Una sudadera roja, unos vaqueros, una camiseta negra de manga larga y ya estaba preparada para irme todo el día. Por supuesto que no olvidé las pulseras, las cuales no se había separado de mi muñeca en toda la noche. Las miré cariñosa y eufórica, sobre todo por saber que para Nat era alguien importante… No era por menospreciar a Zack pero en Nathaniel tenía mucho más valor por el mero hecho de estar aparentemente enfadado conmigo y por nuestra silenciosa pero dolorosa separación.

-¡Ey!-Pau levantó el brazo para indicarme su posición. Sonreí y corrí hacia ella.
-Pau.-Ambas nos abrazamos.
-Te estoy esperando aquí desde hace media hora.-Cruzó los brazos fingiendo estar enfadada y miró a su alrededor meneando su coleta alta y rubia.-Y a Andreita también.-Me encogí de hombros mordiéndome el labio.
-No sabía que venía.-Pau me miró y sonrió.
-Kim, tranquila, ella ha vuelto a ser lo que era.-Colocó su mano en mi hombro cariñosa, no pude evitar una risa floja.
-No desconfío de ella Pau, desconfío de la gente que va a venir con nosotros.-Abrí los ojos desafiante clavándolos en sus ojos con forma de nuez.
-Bah, bah, Kim, van a estar los de siempre… más tres.
-¿Más tres?-Suspiré nerviosa por la idea de los nuevos integrantes.
-Nathaniel, Ángelo y Gabriel.-Abrí mi boca interrogante y sorprendida. A Pau se le escapó una risita contenida aclarando que ella sabía que para mí Nat era muy importante. Se tapó los labios con la mano para tapar su risa.
-¿Desde cuándo los conocéis?  
-¿A Ángelo y a Gabriel? Ayer quedamos todos y Nat nos lo presentó. Son muy simpáticos enserio Kim…
-No, si yo los conozco pero…-¿Pero que decía? Exteriormente parecía disgustada por el reencuentro pero lo realmente cierto era que me sentía preocupada por ello ya que no sabía cómo íbamos a reaccionar cuando estuviéramos frente a frente y el cristal azulado brillara como una estrella en un cielo oscuro y despejado.
-¡Chicas!-Gritó una voz detrás de mí. No tuve más remedio que sonreír a Andreita, que se abrigaba con un jersey negro algo ancho y grueso. Su cabello le caía hasta los hombros liso y brillante.- ¿Me habéis esperado mucho?
-Yo sí, ella no.- Añadió Pau mientras me señalaba con los ojos en blanco.

Todos reímos cuando Lori nos contó lo que habían supuesto las navidades para él cuando sus padres le llevaron a casa de su tía, quién, según su anecdotario, resultaba ser la mujer más loca y aterrorizada de Irlanda. Por fin estábamos todos juntos de nuevo… excepto Dino quién nos había demostrado que no le conocíamos para nada a pesar de haber trabado amistad con él desde los once años. Pho estaba mucho más animada y guapa que antes. Su sonrisa se marcaba más en sus labios a medida que pasaba el tiempo y Dino no aparecía en su vida. Y eso me hacía feliz. Lori disimulaba su atracción hacia mí como cualquier chico, ocultándolo terroríficamente mal, pero él era precavido y sabía que ahora era peligroso mostrar sus sentimientos hacia mí con Zack a mi lado.
Caminamos a paso lento hacia aquel parque verdoso y de grandes magnitudes donde hacía un año me despedí de ellos y viajé a Estados Unidos. Poco a poco nos fuimos adentrando en zonas que ni siquiera había pisado en mi vida. Todos hablaban y reían, pero yo, a medida que avanzábamos mi corazón despertaba con un fuerte latido a las mariposas cuando pensaba en que a cada paso que daba, más cerca estaba de reencontrarme con Nathaniel. De improviso noté como de mi muñeca derecha se emitía un suave destello. Cerré los ojos un momento para intentar sofocar mi nerviosismo y tragué saliva. Ya comenzaba a escuchar la voz de Gabriel y las risas de Ángelo y Nathaniel… ¿y de una chica? No, de dos, de dos féminas.
Nathaniel estaba sentado en el banco negro, al lado de una de las chicas que reían. Ángelo miraba atento a Gabriel, apoyado en el reposa brazos del banco con las manos refugiadas en sus bolsillos. Gabriel contaba de forma llamativa acompañada de mímica algo parecido a un chiste largo. La otra chica estaba cruzada de brazos al lado de Gabriel, escuchándole con una gran sonrisa. Su cabello era de un rubio muy claro y liso que caía hasta la altura de sus hombros. Sus ojos eran dos esquirlas de hielo celeste de destellos y brillantes reflejos dorados. Era de piel pálida lo que le ayudaba a conjuntar con el jersey negro, pantalón azabache y botas marrones exactamente del mismo color que su bufanda. En ella no se veían unos colores demasiado oscuros, sus ojos y su cabello lo aclaraban. Él primero que nos vio fue Ángelo a pesar de ser el más alejado.
-¡Ey!-Se levantó y alzó la mano. Inmediatamente Gabriel paró de hablar para mirarnos, al igual que los demás. Yo me dedicaba a permanecer a parte durante la bienvenida, detrás del grupo. Y me mantenía desapercibida si no fuera porque Nathaniel se acercó a mí alejándose de las típicas bromas al saludar de Gabriel.
-Hola Kim.-Me susurró mientras su mano acariciaba su cabello tímidamente. No tuve más remedio que sonreírle. No sabía qué hacer o que decir, y seguro que a Nat le ocurría lo mismo puesto que parecía intentar buscar una palabra para romper el hielo. Sus ojos azules miraban al suelo aunque a veces y de reojo, me observaban para asegurarse de que aún estaba allí. Como echaba de menos aquella sonrisa sincera que siempre esbozaba. Así que me dejé llevar por mi instinto y sin mediar palabra le abracé fuertemente hundiendo mi rostro en su hombro mientras mis brazos le rodeaban su cuello envuelto en una bufanda gris. Murmuró una carcajada eufórica y ladeó mi espalda con sus brazos. Sentí sus mejillas en mis cabellos y su aliento en mi sien.
-¿No nos vas a presentar a tu amiguita?-Preguntó una vocecita cenicienta cerca nuestra. Ambos nos separamos a la vez con el corazón intermitente. Delante nuestra estaba la de ojos claros.
-Emm… Kimberley, esta es Celeste.-Asentí con la cabeza mientras sonreía, al igual que ella.
-Encantada Kimberley, bonito pelo-Enarqué una ceja sorprendida y sonreí de nuevo.
-Bonitos ojos.-Soltó una suave carcajada. Luego se acercó la otra chica de unos diecinueve o veinte años –clarísimamente era mayor de edad- algo más seria. De cabellos cenizos y ojos atractivamente brillantes, iris dorado y forma redonda. Sus labios eran finos y alargados, llenos de estéticos brillitos de hidratación. Era sin duda una chica con un odiado estilo perfecto. Vestía con una rebeca azul marino, larga y ancha que en mí hubiera sido un saco de patatas de color dudosamente extraño.
-Y ésta es Perséfore, aunque todos le llamamos Séfore, es más corto.- La muchacha le dedicó una sarcástica mirada y me sonrió.
-Encantada Kimberley.
-A mi me puedes llamar Kim, es más corto.-Celeste que estaba presente rió. Los demás ya estaban en el banco donde el grupo de angelitos estaban sentados. Sin dudarlo esas dos chicas también eran ángeles, su aspecto era propio de una hermosa escultura de mármol blanco.
Ni Ángelo ni Gabriel me dirigieron la palabra, solo miradas llenas de rencor. De todos modos eso carecía de importancia ya que lo que realmente me preocupaba era Nathaniel.   

*
Los ojos de John comenzaron a tomar un color rosado alrededor de su iris. Sus dedos los masajearon suavemente, apaciguando el escozor que le provocaba de vez en cuando un lagrimeo. Suspiró deseando que la pantalla del ordenador fuera la lámpara de su mesilla de noche y que su espalda estuviera cómodamente recostada en su cama. Pero al parpadear varias veces se percató de la oscuridad que envolvía su despacho y la incandescente luz molesta que proyectaba la pantalla de su portátil. Suspiró cansado mientras el silencio del edificio inundaba la estancia. Decidió dejar el trabajo atrasado que le quedaba para mañana –un domingo- y terminarlo en su casa. El despacho cayó en la penumbra cuando agachó la pantalla cerrándola como cualquier libro. Cerró por un momento sus ojos, dejándolos descansar y ahogando su mente en la oscuridad propicia. Miró el reloj, las siete menos cuarto, el primer día de trabajo había perdido la noción del tiempo y la tranquilidad de unas buenas vacaciones cómodas y menos agotadoras. Ordenó a oscuras su cartera entornando sus ojos para poder leer alguna palabra o clave para darles el visto bueno y meterlos en la cartera. Giró rápidamente hacia la puerta donde, recostado en el quicio, observaba con aquellos ojos inquietantes un hombre joven, de cabellos negros y rostro marcado. John se sobresaltó asustado, luego sonrió aliviado.
-Bratt.- Susurró mientras el de ojos oscuros sonrió al ver la reacción de su compañero.- No sabía que seguías aquí, creía que era el único.-Su pupila observó sus manos ocultas en los bolsillos del pantalón y el peso del cuerpo recaído en su pierna izquierda.
-Yo creía lo contrario.-Empujó levemente su hombro para impulsarse y acercarse a John que revisaba los últimos papeles. La pura realidad era que a él siempre le había inquietado Bratt, y más cuando la oscuridad le envolvía. Desconfianza, eso era lo que sentía a medida que se acercaba.-Creía que era el único que trabajaba hasta tan tarde.-John le sonrió algo asustado. Cerró su cartera intentando evitar la mirada de su compañero que lo miraba intentando encontrar las palabras adecuadas para ese tipo de temas.
-¿Te vas ya?-Dijo por fin John caminado hacia la puerta. Bratt asintió algo preocupado.
Ya en el aparcamiento y con los materiales en ambas manos, ambos sacaron las llaves de sus respectivos coches –uno mucho más limpio, grande y lujoso que otro- y Bratt encontró las palabras.
-Por cierto John, mi hijo me comunicó anoche que tu hija y él están manteniendo una relación, ya me entiendes.-En ese momento deseó irse de allí. Dejó en el maletero su cartera y miró fijamente a los ojos oscuros de Bratt.
-Sí, lo sé.
-¿Qué opinas? Quizás lleguemos a ser cuñados.-Aquella sonrisa recorrió su espalda en forma de escalofrío.
-Ni siquiera llevan un mes, Bratt, no creo que duren mucho. El amor en esa edad es efímero.-Bratt hizo una mueca con los labios que John no pudo percibir.
-¿John?
-¿Si? -Abrió la puerta del conductor mientras Bratt seguía apoyado en el maletero de su coche.
-Nada…-John Lo miró rápidamente a los ojos. Su sonrisa se le quedó clavada en su mente de tal manera que mientras conducía a casa no dejaba de inquietarse por aquella frase, palabra o sílaba que no terminó de vocalizar.



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