Un golpe de luz acude a su
consciencia. De repente siente poco a poco el frío en su piel y los sonidos más
cercanos. Ahora percibe su lenta respiración. Su tacto ya parece funcionar aún
de una manera un tanto difusa. El susurro de unas intermitentes pisadas llega a
sus oídos. Se siente sudoroso, sucio, débil… sus músculos le resultan pesados,
algo dormidos aún sintiendo una clara inclinación de su cuerpo. Pronto degusta
entre sus labios un sabor agrio y áspero a pesar de ser una sustancia
claramente líquida. Sin embargo, no tiene fuerzas suficientes como para indagar
entre los sabores que había experimentado a lo largo de su vida. Sus dedos
tienden a estirarse palpando el mismo líquido que habían percibido sus labios.
Con esfuerzo, logra cerrar en un puño sus manos, mientras intenta abrir sus
ojos para observar al menos algo que le ayudase a identificar. No puede
recordar con exactitud cómo es su rostro o su altura, ni siquiera evocar su
voz. Lentamente y sin pestañear, logra dejar actuar a sus pupilas negras sin
poder remediar una oscura capa de niebla que evita una perfecta visión. Jadea
por el esfuerzo. Parece como si hubiera estado congelado durante un período de
tiempo demasiado largo para sus músculos. Extiende sus dedos con suavidad.
Sorbe con su garganta un pequeño extracto de aire que se mezcla con el mismo
repugnante sabor que había enjugado sus labios. Entorna los ojos. Está oscuro.
Pero no lo suficiente como para no ver absolutamente nada. Poco a poco puede
entrever bruscas siluetas rocosas y de aspecto un tanto duro. Vuelve a estrujar
sus dedos en un puño en un amago de coger fuerzas. Deja caer todo el peso en
sus manos hasta lograr alzar unos centímetros su torso. Al elevar su cuerpo, la
destrozada camisa que apenas cubre su torso chorrea un líquido negruzco. Partes
de su rostro también parecen gotear. Respira con brusquedad mientras aclara su
mirada pudiendo identificar aquel suelo como una especie de superficie fría,
rocosa y muy desnivelada, provocando que aquel líquido se estancase en las
pequeñas hendiduras. Sin embargo, pronto sus brazos flojean incitando que, en
un último esfuerzo, su cuerpo se dejara caer bocarriba, chapoteando el pequeño
charco que se había formado bajo él. Vuelve a jadear dolorido. Ahora nota su
espalda inflamada emitiendo un malestar agudo e incómodo que se exterioriza en
su rostro al cerrar con fuerza sus ojos y al esbozar una mueca de desazón.
“¿Dónde estoy?” logra cavilar
tras unos minutos sin poder siquiera pensar.
Una aguda risita lo vuelve a
devolver a la realidad. Abre los ojos acongojado.
-Por un momento llegamos a
pensar que no despertarías…
Aquella voz le resulta
familiar. El siseante susurro le desagrada.
No dejando mostrar su notoria
debilidad, intenta ladear el rostro hacia la zona donde proviene aquella voz.
Sus ojos pestañean con lentitud a causa del dolor. A pesar del esfuerzo, no
puede evitar dejar caer su cabeza al suelo, emitiendo un fatigoso quejido que
dificulta su respiración.
Otra vez acude esa risa.
-No te esfuerces, tu Cristal a
penas se mantiene vivo… dudo que puedas incluso levantarte.
-¿Quién eres? –cuestiona con
cierta dificultad.
Se acerca tras articular
aquella pregunta. Los charcos chapotean a su paso. Alguna que otra fría gotita
humedece aún más su rostro. Siente una fuerte presión en su cuello cuando los
dedos del captor logran elevar su cabeza.
Aquellos ojos no eran
desconocidos para él: celestes como el hielo, venosos como el de un peligroso
asesino…
-A-Annibal… -logra murmurar
evitando la presión de su cuello.
El aludido sonríe al ser
reconocido. Su frívola sonrisa logra sustraer un gemido de dolor del oprimido.
-Lamento que te encuentres
entre tanto fango… te propongo una cosa: si hablas te dejo libre, sino te harás
mugre y convivirás con ella.
El vejado intenta deshacerse de
su cautiverio con rápidos movimientos. Annibal sonríe ante aquel intento,
motivo de su miedo y frustración. Éste acerca su rostro al del oprimido y le
susurra:
-¿Para qué agotas tus fuerzas?
Es inútil…
-Por la cuenta que le trae
tarde o temprano hablará –susurra otra figura posicionada tras Annibal- ¿has
dormido bien…?
El oprimido intenta atisbar su
rostro entre la oscuridad.
-¿… Ángelo? –tras esto, el
rostro de Demetrius alcanza el ángulo exacto de visión en el que el ángel logra
reconocerlo.
Aquello hace arder su mente y
nubla su consciencia. Sus brazos logran zafarse de las ataduras de Annibal tras
fuertes golpes en el rostro del mismo. De manera casi involuntaria sus alas blancas
surgen de su espalda con fiereza impulsando su cuerpo hacia el de Demetrius.
Sin embargo algo le hace retroceder con un golpe seco que fustiga partes de su
cuerpo. Ángelo cae de bruces contra el suelo sintiendo el dolor frío de sus
huesos provocados por las cadenas que rodean su tobillo izquierdo. Aprieta los
dientes mientras escucha suaves carcajadas de sus opresores. No puede evitar
volver a gemir tragando involuntariamente el fango que había vuelto a humedecer
sus labios.
-Dinos Ángelo… -susurra entre
risas uno de los dos demonios- … ¿quién es el último?
Acompañamos –tanto Lola como
yo- a mamá al aeropuerto. Sin duda se trataba de un día triste para mí aunque fácilmente
superable. Los problemas no habían dejado de brotar en mi cabeza y el hecho de
que mamá –y su tristeza- marcharan a un lugar más seguro, me proporcionaba
mayor tranquilidad de la que podría acoger. Alguien menos de quien preocuparse.
Caminamos con cierta parsimonia
por las zonas de comercio donde Lola no paraba de mirar con absoluta atención
los distintos escaparates. Ni mamá ni yo nos atrevemos a parar por si a Lola se
le ocurre la genial idea de entrar en una de las tiendas y, consecuentemente,
llegar tarde al avión.
-No hace falta que me
acompañéis hasta la sala de embarque, sé ir sola…
Le sonrío.
-Solo quiero despedirme de ti hasta
el verano.
Mamá me devuelve la sonrisa y
aferra mi brazo con sus dedos en un amago de mostrar cariño.
Aunque la maleta me pesa,
intento no quejarme para no cargar más a mi madre, a quien ya le pesaba la
maleta de mano.
Una vez facturadas las maletas
y ante el control de seguridad, mamá se resigna a parar para despedirse de
nosotras. Yo me dedico a observarla mientras da unos cuantos besos a Lola y le
hace sonreír momentáneamente con sus chistes improvisados. Ambas nos miramos con
una sonrisa en el rostro –cosa que hacía tiempo que parecía imposible- Mamá
recoge uno de mis mechones y me lo coloca detrás de la oreja con cariño sin
dejar de esgrimir una mirada de añoranza.
-Mi pequeña… -susurra.
-Oh, vamos mamá, no empieces…
-murmuro sin poder evitar emocionarme. Aparto la mirada para evadir las ganas
de lloriquear que estrujaban mi garganta.
Ella sonríe y me da un corto
pero dulce beso.
-Te echaré mucho de menos cariño…
confío en ti.
Ante estas palabras, la abrazo
con fuerza, aunque el tiempo solo nos permite permanecer de aquella manera unos
segundos, exactamente hasta que la cola para el detector de metales comienza a
andar.
Al separarnos arrugo mis labios
para impedir que explotara mi sensibilidad y volver a humedecerme las mejillas.
-Adiós mamá, cuídate.
-No sé si voy a poder hacerlo…
Abro los ojos.
-¡Ah no, ya no! Seguramente los
tíos y la abuela te estarán esperando ya en el aeropuerto de Londres, tendrán
tu habitación perfectamente preparada y la entrevista de trabajo programada…
¡ni se te ocurra mirar atrás! –exclamo con unas pinceladas nostálgicas.
Ella me sonríe y me mira… hasta
que llega el turno de marcharse.
Durante el camino de vuelta a
casa el silencio ocultó nuestras ganas de hablar sobre algo. Eran momentos en
los que una sola palabra mal expresada podía herir la sensibilidad de una de
nosotras. Quizás fue ese el motivo por el que ni Lola ni mamá se atrevieron a
preguntar el por qué de la gran mejoría que habían percibido en mí y en mi
estado de ánimo. Por más que me observaban no conseguían descifrar el motivo de
mi incansable sonrisa. “Nathaniel” era la única palabra que acudía a mis labios
de forma silenciosa cuando no articulaba frase alguna. Después de mucho tiempo
sin poder verlas, mis amigas, las viejas mariposas, aparecieron de nuevo,
acariciando mi estómago como antaño. Parecía como que aquel viejo corazón
cansado de amar había vuelto a bombear alegría por todo mi cuerpo. No
encontraba palabras ni siquiera para explicarme como me sentía en estos
momentos. “Nathaniel”… solo con recordar su nombre la emoción me pellizcaba la
piel, la sangre fluía a velocidades vertiginosas y las mariposas lograban
retomar su vuelo. ¿Y qué si estaba feliz en estos momentos tan duras para
todos?
Para mi sorpresa –y para
agotamiento de mi corazón- Nathaniel estaba en la entrada, ayudando a su madre a recoger las bolsas de la compra,
cuando llegamos a casa. Tanta actividad frenética no podía ser bueno.
-¡Es precioso, Stella! –exclama
Nathaniel en un amago de parecer encantado con la pulsera que su hermana le ha
colocado- ¿cómo lo has hecho?
Stella señala las caracolas que
rodean su muñeca.
-Con piedrecitas que me regaló
la abuela…
-Stella, no distraigas a tu
hermano y ayuda a subir las bolsas –insiste Clariva Ninvet al pasar a su lado.
La pequeña pone los ojos en blanco
y eleva con las dos manos la bolsa de mala manera. Nathaniel parece
compadecerse y se la despoja aferrándola por las asas. Stella le sonríe.
-Gracias.
Lola no parece muy entusiasmada
en ver gente conocida. Chasquea con la lengua en un susurro y finge no haber
reparado en ellos a pesar de que taponaban las escaleras de subida. Clariva sin
embargo, parece percatarse de nuestra presencia.
-¿Ya se ha marchado Shana? –cuestiona
tras sujetar una de las bolsas de plástico.
Ambas le sonreímos –Lola por
obligación y yo porque me encontraba eufórica- Le asiento con rapidez.
-Por la tarde la llamaré para
asegurarme de que esté bien… si necesitáis algo ya sabéis que estamos abajo –sonríe
con cariño Clariva sin dejar de avanzar hacia el portal.
Cuando aparto la mirada de
ella, no puedo evitar dirigir mis ojos hacia donde se encontraba Nathaniel y su
hermana, los cuales nos miran expectantes por nuestra conversación. Lola da
unos pasos hacia el portal en un amago de presionarme para que nos fuéramos a
casa, sin embargo, la evito y me acerco a ellos.
-¡Kimberley! .exclama Stella-
¿te gusta lo que le he hecho a mi hermano? –cuestiona mientras agarra la muñeca
de Nathaniel.
Lo miro de reojos y él me
sonríe. Aferro entonces su antebrazo para poder ver mejor la pulsera de
caracolas que ahora adorna su muñeca izquierda. La examino unos instantes con
los dedos y lo suelto con rapidez.
-Es muy bonita, Stella.
-Si quieres te hago una…
-propone la pequeña algo tímida.
-Me encantaría.
-Anda Stella, ¿por qué no
llevas esto a casa? –le indica Nathaniel tras tenderle la bolsa que antes le
había arrebatado a la misma.
Me muerdo el labio nerviosa.
Mientras Nathaniel convence a su hermana de que nos dejara solos, miro hacia
atrás donde hace tan solo unos segundos, Lola, permanecía quieta y con los
brazos cruzados. Pongo los ojos en blanco al comprobar que no se encontraba
cerca.
Por fin Stella accede a llevar
la bolsa a cambio de que Nathaniel le leyese otro libro por la noche. La
pequeña se marcha a duras penas con la pesada bolsa de plástico teniendo que
parar de vez en cuando en un amago de dar lástima a su hermano y así no tener
que cargarla.
-Hola… -le susurro tras
quedarnos solos (aunque tarde o temprano bajaría de nuevo Clariva para recoger
el resto de bolsas que quedaban en el maletero)
-¿Cómo estás hoy? –cuestiona suavemente.
Agacho el rostro y cojo aire.
Frunzo el ceño mientras miro hacia el suelo para luego retornar la mirada a los
ojos celestes de Nathaniel.
-Gracias… -es lo único que
salió de mis labios.
-¿Gracias? ¿Por qué? –cuestiona
algo confundido.
Trago saliva.
-Por ser tan considerado
conmigo.
El sonríe y niega con la cabeza
con palpable desilusión.
-¿Crees que lo hice como un
deber?
Chasqueo con la lengua.
-Nathaniel…
-Si lo hice fue por mí y por lo
que tenía dentro desde hace mucho tiempo –añade tras interrumpirme- ¿por qué
eres incapaz de creerme cuando te digo que…?
-¡Nathaniel! –exclama alguien.
Parece olvidar la conversación
cuando mira hacia los lados en busca del propietario de aquella exclamación. Miro
hacia el suelo decepcionada por la interrupción.
Lejos de nosotros pero a la
suficiente distancia como para reconocerlos, caminaban a paso ligero Gabriel,
Celeste y Perséfore.
Nathaniel separa sus labios
extrañado por la intromisión. Para mi sorpresa, él mismo vuelve a mirarme con
rapidez.
-Kimberley… -me susurra.
Lo miro emocionada de nuevo. Sin
embargo y al no encontrar las palabras oportunas en esos momentos por la
presencia de sus compañeros, traga saliva y besa mi mejilla suavemente. Sin
separar sus labios besa la comisura de mis labios y sujeta mi rostro. Seguramente
se le habían atragantado las palabras en aquellos momentos... Ambos esperábamos
que alguno de nosotros articulásemos esas palabras que costaban tanto decir...
Me sonríe y se marcha hacia sus compañeros.
Demetrius da un fuerte golpe en
la mesa.
-Es imposible hacerlo hablar…
¡lo hemos probado todo! –ruge desatando su fuerza.
Zack aparta la mirada ante aquel
ataque de ira. Chasquea con la lengua.
-Lo único que han conseguido
los métodos de Demetrius es hacerle escupir la poca sangre que tenía –bufa Annibal
sonriente por la reacción de su compañero.
-¿No habéis pensado que quizás
él no sepa realmente donde está? –susurra Zack con la intención de apaciguar el
ánimo.
-Imposible –chasquea Demetrius
en un susurro.
-¿Por qué?
-El jefe nos dijo que la clave
estaba en la muchacha de ojos verdes…
-¿Y por qué estáis tan seguros
de que él lo sabe?
-Por la chica que lo
acompañaba, señor… tiene que habérselo dicho…
-¡Idiotas! –exclama Zack- ¡¿Os
dais cuenta de los estúpidos que sois?! ¡hemos perdido más de tres meses con
vuestro inútil experimento!
-Señor…-murmura Annibal
sorprendido por la reacción.
-Si sabíais desde un principio
que ella nos daría la clave, ¿por qué diablos no la habéis cogido a ella?
-Por que esperábamos que él
mismo nos lo dijera, señor.
-¿Y quién sabe si
verdaderamente ella tiene idea de algo, acaso sabéis con firmeza que ella es la
chica de los ojos verdes que tanto nos hartamos de buscar?
-Con todos mis respetos señor,
ella debe de saber algo, si no el nombre quizás alguna pista –argumenta Annibal
con total serenidad.
Zack suspira un tanto irritado.
Ambos se mantienen erguidos aunque su orgullo había sido herido. Sin embargo,
nada podían hacer frente a un superior, a pesar de ser más joven y con menos
experiencia que ellos. Ante el silencio del mismo, Annibal asintió
decepcionado.
-Está bien, señor, soltaremos
al ángel y dejaremos el…
-No.
Annibal y Demetrius se miran
confusos cuando el joven esboza una inquietante sonrisa.
-Tenemos el anzuelo… lo que
debemos hacer es que el pescadito lo muerda.