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Capítulo 8 (Libro 3)


  
Un golpe de luz acude a su consciencia. De repente siente poco a poco el frío en su piel y los sonidos más cercanos. Ahora percibe su lenta respiración. Su tacto ya parece funcionar aún de una manera un tanto difusa. El susurro de unas intermitentes pisadas llega a sus oídos. Se siente sudoroso, sucio, débil… sus músculos le resultan pesados, algo dormidos aún sintiendo una clara inclinación de su cuerpo. Pronto degusta entre sus labios un sabor agrio y áspero a pesar de ser una sustancia claramente líquida. Sin embargo, no tiene fuerzas suficientes como para indagar entre los sabores que había experimentado a lo largo de su vida. Sus dedos tienden a estirarse palpando el mismo líquido que habían percibido sus labios. Con esfuerzo, logra cerrar en un puño sus manos, mientras intenta abrir sus ojos para observar al menos algo que le ayudase a identificar. No puede recordar con exactitud cómo es su rostro o su altura, ni siquiera evocar su voz. Lentamente y sin pestañear, logra dejar actuar a sus pupilas negras sin poder remediar una oscura capa de niebla que evita una perfecta visión. Jadea por el esfuerzo. Parece como si hubiera estado congelado durante un período de tiempo demasiado largo para sus músculos. Extiende sus dedos con suavidad. Sorbe con su garganta un pequeño extracto de aire que se mezcla con el mismo repugnante sabor que había enjugado sus labios. Entorna los ojos. Está oscuro. Pero no lo suficiente como para no ver absolutamente nada. Poco a poco puede entrever bruscas siluetas rocosas y de aspecto un tanto duro. Vuelve a estrujar sus dedos en un puño en un amago de coger fuerzas. Deja caer todo el peso en sus manos hasta lograr alzar unos centímetros su torso. Al elevar su cuerpo, la destrozada camisa que apenas cubre su torso chorrea un líquido negruzco. Partes de su rostro también parecen gotear. Respira con brusquedad mientras aclara su mirada pudiendo identificar aquel suelo como una especie de superficie fría, rocosa y muy desnivelada, provocando que aquel líquido se estancase en las pequeñas hendiduras. Sin embargo, pronto sus brazos flojean incitando que, en un último esfuerzo, su cuerpo se dejara caer bocarriba, chapoteando el pequeño charco que se había formado bajo él. Vuelve a jadear dolorido. Ahora nota su espalda inflamada emitiendo un malestar agudo e incómodo que se exterioriza en su rostro al cerrar con fuerza sus ojos y al esbozar una mueca de desazón.
“¿Dónde estoy?” logra cavilar tras unos minutos sin poder siquiera pensar.
Una aguda risita lo vuelve a devolver a la realidad. Abre los ojos acongojado.
-Por un momento llegamos a pensar que no despertarías…
Aquella voz le resulta familiar. El siseante susurro le desagrada.
No dejando mostrar su notoria debilidad, intenta ladear el rostro hacia la zona donde proviene aquella voz. Sus ojos pestañean con lentitud a causa del dolor. A pesar del esfuerzo, no puede evitar dejar caer su cabeza al suelo, emitiendo un fatigoso quejido que dificulta su respiración.
Otra vez acude esa risa.
-No te esfuerces, tu Cristal a penas se mantiene vivo… dudo que puedas incluso levantarte.
-¿Quién eres? –cuestiona con cierta dificultad.
Se acerca tras articular aquella pregunta. Los charcos chapotean a su paso. Alguna que otra fría gotita humedece aún más su rostro. Siente una fuerte presión en su cuello cuando los dedos del captor logran elevar su cabeza.
Aquellos ojos no eran desconocidos para él: celestes como el hielo, venosos como el de un peligroso asesino…
-A-Annibal… -logra murmurar evitando la presión de su cuello.
El aludido sonríe al ser reconocido. Su frívola sonrisa logra sustraer un gemido de dolor del oprimido.
-Lamento que te encuentres entre tanto fango… te propongo una cosa: si hablas te dejo libre, sino te harás mugre y convivirás con ella.
El vejado intenta deshacerse de su cautiverio con rápidos movimientos. Annibal sonríe ante aquel intento, motivo de su miedo y frustración. Éste acerca su rostro al del oprimido y le susurra:
-¿Para qué agotas tus fuerzas? Es inútil…
-Por la cuenta que le trae tarde o temprano hablará –susurra otra figura posicionada tras Annibal- ¿has dormido bien…?
El oprimido intenta atisbar su rostro entre la oscuridad.
-¿… Ángelo? –tras esto, el rostro de Demetrius alcanza el ángulo exacto de visión en el que el ángel logra reconocerlo.
Aquello hace arder su mente y nubla su consciencia. Sus brazos logran zafarse de las ataduras de Annibal tras fuertes golpes en el rostro del mismo. De manera casi involuntaria sus alas blancas surgen de su espalda con fiereza impulsando su cuerpo hacia el de Demetrius. Sin embargo algo le hace retroceder con un golpe seco que fustiga partes de su cuerpo. Ángelo cae de bruces contra el suelo sintiendo el dolor frío de sus huesos provocados por las cadenas que rodean su tobillo izquierdo. Aprieta los dientes mientras escucha suaves carcajadas de sus opresores. No puede evitar volver a gemir tragando involuntariamente el fango que había vuelto a humedecer sus labios.
-Dinos Ángelo… -susurra entre risas uno de los dos demonios- … ¿quién es el último?


Acompañamos –tanto Lola como yo- a mamá al aeropuerto. Sin duda se trataba de un día triste para mí aunque fácilmente superable. Los problemas no habían dejado de brotar en mi cabeza y el hecho de que mamá –y su tristeza- marcharan a un lugar más seguro, me proporcionaba mayor tranquilidad de la que podría acoger. Alguien menos de quien preocuparse.
Caminamos con cierta parsimonia por las zonas de comercio donde Lola no paraba de mirar con absoluta atención los distintos escaparates. Ni mamá ni yo nos atrevemos a parar por si a Lola se le ocurre la genial idea de entrar en una de las tiendas y, consecuentemente, llegar tarde al avión.
-No hace falta que me acompañéis hasta la sala de embarque, sé ir sola…
Le sonrío.
-Solo quiero despedirme de ti hasta el verano.
Mamá me devuelve la sonrisa y aferra mi brazo con sus dedos en un amago de mostrar cariño.
Aunque la maleta me pesa, intento no quejarme para no cargar más a mi madre, a quien ya le pesaba la maleta de mano.
Una vez facturadas las maletas y ante el control de seguridad, mamá se resigna a parar para despedirse de nosotras. Yo me dedico a observarla mientras da unos cuantos besos a Lola y le hace sonreír momentáneamente con sus chistes improvisados. Ambas nos miramos con una sonrisa en el rostro –cosa que hacía tiempo que parecía imposible- Mamá recoge uno de mis mechones y me lo coloca detrás de la oreja con cariño sin dejar de esgrimir una mirada de añoranza.
-Mi pequeña… -susurra.
-Oh, vamos mamá, no empieces… -murmuro sin poder evitar emocionarme. Aparto la mirada para evadir las ganas de lloriquear que estrujaban mi garganta.
Ella sonríe y me da un corto pero dulce beso.
-Te echaré mucho de menos cariño… confío en ti.
Ante estas palabras, la abrazo con fuerza, aunque el tiempo solo nos permite permanecer de aquella manera unos segundos, exactamente hasta que la cola para el detector de metales comienza a andar.
Al separarnos arrugo mis labios para impedir que explotara mi sensibilidad y volver a humedecerme las mejillas.
-Adiós mamá, cuídate.
-No sé si voy a poder hacerlo…
Abro los ojos.
-¡Ah no, ya no! Seguramente los tíos y la abuela te estarán esperando ya en el aeropuerto de Londres, tendrán tu habitación perfectamente preparada y la entrevista de trabajo programada… ¡ni se te ocurra mirar atrás! –exclamo con unas pinceladas nostálgicas.
Ella me sonríe y me mira… hasta que llega el turno de marcharse.

Durante el camino de vuelta a casa el silencio ocultó nuestras ganas de hablar sobre algo. Eran momentos en los que una sola palabra mal expresada podía herir la sensibilidad de una de nosotras. Quizás fue ese el motivo por el que ni Lola ni mamá se atrevieron a preguntar el por qué de la gran mejoría que habían percibido en mí y en mi estado de ánimo. Por más que me observaban no conseguían descifrar el motivo de mi incansable sonrisa. “Nathaniel” era la única palabra que acudía a mis labios de forma silenciosa cuando no articulaba frase alguna. Después de mucho tiempo sin poder verlas, mis amigas, las viejas mariposas, aparecieron de nuevo, acariciando mi estómago como antaño. Parecía como que aquel viejo corazón cansado de amar había vuelto a bombear alegría por todo mi cuerpo. No encontraba palabras ni siquiera para explicarme como me sentía en estos momentos. “Nathaniel”… solo con recordar su nombre la emoción me pellizcaba la piel, la sangre fluía a velocidades vertiginosas y las mariposas lograban retomar su vuelo. ¿Y qué si estaba feliz en estos momentos tan duras para todos?
Para mi sorpresa –y para agotamiento de mi corazón- Nathaniel estaba en la entrada, ayudando a su  madre a recoger las bolsas de la compra, cuando llegamos a casa. Tanta actividad frenética no podía ser bueno.
-¡Es precioso, Stella! –exclama Nathaniel en un amago de parecer encantado con la pulsera que su hermana le ha colocado- ¿cómo lo has hecho?
Stella señala las caracolas que rodean su muñeca.
-Con piedrecitas que me regaló la abuela…
-Stella, no distraigas a tu hermano y ayuda a subir las bolsas –insiste Clariva Ninvet al pasar a su lado.
La pequeña pone los ojos en blanco y eleva con las dos manos la bolsa de mala manera. Nathaniel parece compadecerse y se la despoja aferrándola por las asas. Stella le sonríe.
-Gracias.
Lola no parece muy entusiasmada en ver gente conocida. Chasquea con la lengua en un susurro y finge no haber reparado en ellos a pesar de que taponaban las escaleras de subida. Clariva sin embargo, parece percatarse de nuestra presencia.
-¿Ya se ha marchado Shana? –cuestiona tras sujetar una de las bolsas de plástico.
Ambas le sonreímos –Lola por obligación y yo porque me encontraba eufórica- Le asiento con rapidez.
-Por la tarde la llamaré para asegurarme de que esté bien… si necesitáis algo ya sabéis que estamos abajo –sonríe con cariño Clariva sin dejar de avanzar hacia el portal.
Cuando aparto la mirada de ella, no puedo evitar dirigir mis ojos hacia donde se encontraba Nathaniel y su hermana, los cuales nos miran expectantes por nuestra conversación. Lola da unos pasos hacia el portal en un amago de presionarme para que nos fuéramos a casa, sin embargo, la evito y me acerco a ellos.
-¡Kimberley! .exclama Stella- ¿te gusta lo que le he hecho a mi hermano? –cuestiona mientras agarra la muñeca de Nathaniel.
Lo miro de reojos y él me sonríe. Aferro entonces su antebrazo para poder ver mejor la pulsera de caracolas que ahora adorna su muñeca izquierda. La examino unos instantes con los dedos y lo suelto con rapidez.
-Es muy bonita, Stella.
-Si quieres te hago una… -propone la pequeña algo tímida.
-Me encantaría.
-Anda Stella, ¿por qué no llevas esto a casa? –le indica Nathaniel tras tenderle la bolsa que antes le había arrebatado a la misma.
Me muerdo el labio nerviosa. Mientras Nathaniel convence a su hermana de que nos dejara solos, miro hacia atrás donde hace tan solo unos segundos, Lola, permanecía quieta y con los brazos cruzados. Pongo los ojos en blanco al comprobar que no se encontraba cerca.
Por fin Stella accede a llevar la bolsa a cambio de que Nathaniel le leyese otro libro por la noche. La pequeña se marcha a duras penas con la pesada bolsa de plástico teniendo que parar de vez en cuando en un amago de dar lástima a su hermano y así no tener que cargarla.
-Hola… -le susurro tras quedarnos solos (aunque tarde o temprano bajaría de nuevo Clariva para recoger el resto de bolsas que quedaban en el maletero)
-¿Cómo estás hoy? –cuestiona suavemente.
Agacho el rostro y cojo aire. Frunzo el ceño mientras miro hacia el suelo para luego retornar la mirada a los ojos celestes de Nathaniel.
-Gracias… -es lo único que salió de mis labios.  
-¿Gracias? ¿Por qué? –cuestiona algo confundido.
Trago saliva.
-Por ser tan considerado conmigo.
El sonríe y niega con la cabeza con palpable desilusión.
-¿Crees que lo hice como un deber?
Chasqueo con la lengua.
-Nathaniel…
-Si lo hice fue por mí y por lo que tenía dentro desde hace mucho tiempo –añade tras interrumpirme- ¿por qué eres incapaz de creerme cuando te digo que…?
-¡Nathaniel! –exclama alguien.
Parece olvidar la conversación cuando mira hacia los lados en busca del propietario de aquella exclamación. Miro hacia el suelo decepcionada por la interrupción.
Lejos de nosotros pero a la suficiente distancia como para reconocerlos, caminaban a paso ligero Gabriel, Celeste y Perséfore.
Nathaniel separa sus labios extrañado por la intromisión. Para mi sorpresa, él mismo vuelve a mirarme con rapidez.
-Kimberley… -me susurra.
Lo miro emocionada de nuevo. Sin embargo y al no encontrar las palabras oportunas en esos momentos por la presencia de sus compañeros, traga saliva y besa mi mejilla suavemente. Sin separar sus labios besa la comisura de mis labios y sujeta mi rostro.  Seguramente se le habían atragantado las palabras en aquellos momentos... Ambos esperábamos que alguno de nosotros articulásemos esas palabras que costaban tanto decir... Me sonríe y se marcha hacia sus compañeros.



Demetrius da un fuerte golpe en la mesa.
-Es imposible hacerlo hablar… ¡lo hemos probado todo! –ruge desatando su fuerza.
Zack aparta la mirada ante aquel ataque de ira. Chasquea con la lengua.
-Lo único que han conseguido los métodos de Demetrius es hacerle escupir la poca sangre que tenía –bufa Annibal sonriente por la reacción de su compañero.
-¿No habéis pensado que quizás él no sepa realmente donde está? –susurra Zack con la intención de apaciguar el ánimo.
-Imposible –chasquea Demetrius en un susurro.
-¿Por qué?
-El jefe nos dijo que la clave estaba en la muchacha de ojos verdes…
-¿Y por qué estáis tan seguros de que él lo sabe?
-Por la chica que lo acompañaba, señor… tiene que habérselo dicho…
-¡Idiotas! –exclama Zack- ¡¿Os dais cuenta de los estúpidos que sois?! ¡hemos perdido más de tres meses con vuestro inútil experimento!
-Señor…-murmura Annibal sorprendido por la reacción.
-Si sabíais desde un principio que ella nos daría la clave, ¿por qué diablos no la habéis cogido a ella?
-Por que esperábamos que él mismo nos lo dijera, señor.
-¿Y quién sabe si verdaderamente ella tiene idea de algo, acaso sabéis con firmeza que ella es la chica de los ojos verdes que tanto nos hartamos de buscar?
-Con todos mis respetos señor, ella debe de saber algo, si no el nombre quizás alguna pista –argumenta Annibal con total serenidad.
Zack suspira un tanto irritado. Ambos se mantienen erguidos aunque su orgullo había sido herido. Sin embargo, nada podían hacer frente a un superior, a pesar de ser más joven y con menos experiencia que ellos. Ante el silencio del mismo, Annibal asintió decepcionado.
-Está bien, señor, soltaremos al ángel y dejaremos el…
-No.
Annibal y Demetrius se miran confusos cuando el joven esboza una inquietante sonrisa.
-Tenemos el anzuelo… lo que debemos hacer es que el pescadito lo muerda.

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