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Capítulo 7 (Libro 3)



Amon la había dejado en la cama aunque aún seguía igual de serio que cuando llamó a la puerta. Aquello era un problema más para mí que seguramente a Amon le preocuparía en mayor medida en aquellos momentos. Ambos prometimos no decir ni una palabra a nadie aunque le comuniqué para su enojo que Phoebe ya tenía cierta idea de ello. Él la protegería, la vigilaría e incluso la encubriría ante sus superiores y compañeros. Quizás transcurriera el suficiente tiempo como para acabar las clases e irnos a Londres, lejos de todo aquello. Sin embargo, ambos sabíamos que Zack no se zafaría de mí tan fácilmente y mis relaciones con ciertos celestes provocarían preguntas a cerca de mi paradero. Así que le hice muy a mi pesar una promesa: al acabar el curso, llevaría a Lola a Nathaniel para que él acabase con todo esto. Con lo cual, mayor presión para mi alma que ya casi parecía una bomba de relojería que necesitaba expulsar como fuese.
Amon se fue a las doce menos cinco y ahora, a las doce menos tres minutos me dispuse a salir, una vez abrigada y escrito una nota en la que me excusaba para dar un paseo ante mi madre –si volvía por un imprevisto- y ante Lola – por si se despertaba.


Cojo las llaves de la casa y cierro la puerta con cuidado. Aprieto con celeridad el botón del ascensor que llega a su tiempo y a su relativa velocidad. Me encierro en él y pulso el botón del “0”. No quiero mirarme en el espejo, hacía mucho tiempo que no lo hacía así que verme no era una de mis prioridades. Así que no me giré en ningún momento agazapándome por el frío y por el nerviosismo.
Por fin las puertas me dejan salir. Camino a grandes zancadas hacia fuera del portal y me dirijo hacia el parque. Sin embargo no noto una presencia detrás de mí.
Ni el chaquetón logra apaciguar el frío, el cual provoca una sonrojada nariz en mi rostro mientras el vaho se extiende cuando expiro.
Llego al parque a las doce y dos minutos. Paro en la entrada unos instantes. Me encuentro frente a frente con el cartel que da la bienvenida hacia el interior del parque. Tomo aire y prosigo mi camino. No hace falta tener una meta, él se aparecería en cualquier momento. Así que camino lentamente y a pasos pequeños para no alejarme demasiado de la entrada. Sin embargo, mis pies me llevan a la zona de las enredaderas. Delante de mí un pasillo de grandes arcos blancos cubiertos por preciosas hojas verdosas que sin duda habían despertado tras un invierno frío. Me adentro tras titubear. Tengo un presentimiento. Pronto me encontraré con Zack. Advierto una silueta al final del pasillo de enredaderas, tomo aire y me dirijo hacia ella con rapidez. “Acabemos con esto” cavilo decidida.
Me paro a unos metros delante de él… sus ojos oscuros me miran, me ponen nerviosa… siento lo mismo que sentía cuando aún no era consciente de todo esto. Él da unos pasos hacia mí ante la impasividad por mi parte de acercarme. Se coloca a tan solo unos centímetros de mi cuerpo.
Intento mostrarme impasible.
-¿Qué quieres? –cuestiono con rapidez.
Zack sonríe, me sonríe, como si nada hubiera pasado. Coge un mechón de mi cabello y lo observa. Sus ojos le brillan. Luego lo coloca detrás del lóbulo de mi oreja, excusa para acariciarme el cuello. Un escalofrío recorre mi piel.
-No… -intento liberarme de aquellas dulces ataduras a través de mi endeble fuerza de voluntad- no hagas eso –me aparto por fin unos centímetros.
Mis intentos por mostrar mi fortaleza fueron en vano. Ahora ya me tiene en sus manos, cosa que sabe de sobra.
Acerca sus labios a mi oído.
-Solo quería verte –me susurra con delicadeza. Tras sus palabras siento un frío beso debajo del lóbulo. Me estremezco. Sin embargo, y ante mi absoluta sorpresa, logro apretar mis puños y empujar suavemente el pecho de Zack quién no puede evitar separarse de mí ante la presión de mis nudillos. Aparto la mirada ladeando el rostro mientras en el de Zack pude atisbar de reojo una desilusionada mirada. Consigo tomar aire y suspirar.
-Dijiste que no podías amar… -murmuro sin pretender que él me oyese.
Él parece haber oído a la perfección aquel mensaje. Frunce el ceño y aprieta la mandíbula. Luego agacha el rostro y cubre sus manos en los bolsillos de su chaqueta.
Ante su silencio, algo rabia en mi interior. El hecho de que no fuera capaz de calmar y destruir aquella afirmación que hacía unos días (o semanas) me había confesado, resultaba un amago de frustración en mi consuelo el cual ya había sido innumerablemente castigado y traicionado.
Golpeo suavemente, conteniendo la rabia, el pecho de Zack con el puño solo dos veces muy seguidas para luego mirarlo a los ojos y atreverme a volver a ser víctima de sus pupilas. Él acaricia mis mejillas con sus dos manos y las apoya en mis hombros.
-Quizás el amor que tú sientes no sea como el que golpea mi corazón… ¿y si mis latidos fueran más fuertes que los tuyos?
No puedo evitar sonreír. Y él me corresponde con una profunda sonrisa.
-No hay amor más fuerte que el que siente un ser humano –susurro alejándome de él unos metros, los bastantes como para dejar un hueco frío y ahogado entre ambos. Le miro decidida y sin querer suplicar su perdón por ello.
Zack parece sobresaltado por mi reacción, cosa que hace crecer mi ego el cual había sido tantas veces dañado que casi ya no existía.
-¿Crees que lo que tienes en la muñeca es solo un capricho? –cuestiona mostrando en su rostro un dolor parecido al que había exteriorizado yo durante estas últimas semanas.
Algo en mi muñeca izquierda acaricia suavemente mi piel. No obstante, no quiero atender su llamada y me resigno a no sentir aquel alivio que suponían sus destellos.   
-¡Eh! –alguien grita detrás de mí.
Me giro mientras Zack solo alza la vista. Se tensa y yo por un lado me siento aliviada al ver a Nathaniel al otro lado del pasillo. Éste comienza a andar hacia nosotros.
-No deberías de estar aquí Kimberley –me recrimina sin dar un paso en falso- vamos a casa –susurra.
-Solo estamos hablando –reprende Zack inquieto.
Nathaniel para delante de mí y le sonríe en un amago de parecer sarcástico.
-Nada que esté relacionado contigo supone unas simples palabras.
-Creo que Nathaniel tiene razón… -interrumpo restando importancia a la acusación- debo de estar en casa.
-Te equivocas –niega Zack rotundamente acercándose hacia mí lentamente- y realmente no sé porque él está aquí –sus palabras parecen ser escupidas con repudio incitándole a encararse a más que a unas simples palabras.
-No conseguirás tenerla de nuevo, no mientras esté yo para impedírtelo… -le susurra con desdén devolviendo aquella mirada iracunda propensa a un enfrentamiento.
Yo me mantengo en medio de ambos, intentando evitar lo que podría avecinarse y buscando unas palabras tranquilizadoras para que cada uno se fuese por su lado. Zack se aleja unos centímetros de mí, al contrario que Nathaniel quien me adelanta dándome la espalda.
-No he venido para pelearme contigo –niega Zack con toda tranquilidad- claro que no me disgustaría nada tener que acudir a los puños si sigues entrometiéndote –tras esto, Zachary, intenta llegar hasta mí sin embargo, el cuerpo de Nathaniel obstruye su paso. Un cruce de miradas se sucede.
-Ella no debería de estar aquí, habla con ella cuando no tengas ventaja emocional, será entonces cuando no me entrometa.
Zack me mira con frustración y se aleja otros dos pasos más.
-Por favor… -murmuro en un tono casi imperceptible.
No quería que Nathaniel se mantuviera delante de mí y mucho menos con aquella ira palpable que parecía traspasar poco a poco las palabras. Mis músculos se tensaron pero no se atrevieron a reprocharle nada a nadie.
Los susurros de una feliz pareja paseando por el parque (y no muy lejos de nosotros) alivian mi turbación en forma de suspiro que consigue expandir mis pulmones. Tanto Nathaniel como Zack dirigen sus miradas hacia aquella pareja ajena a lo que estaba a punto de surgir, y yo me limito a agachar el rostro sin fuerzas para mirar a aquellos que de forma involuntaria habían evitado una peligrosa pelea. Me limito a aferrar suavemente la chaqueta negra de Nathaniel en un amago de alejarlo de allí.
Zack retorna su mirada hacia la mía y con notable nerviosismo susurra:
-Volveré a por ti.


A pesar de mis continuas súplicas, Nathaniel me acompaña hasta la entrada de mi casa. En ella consigo calmarme y recapacitar sobre lo ocurrido. ¿Qué hubiera ocurrido si Nathaniel no hubiera aparecido? Prefiero no pensarlo
-Gracias –le susurro agradecida con una sonrisa.
Nathaniel se apoya en el quicio y alza una ceja restándole importancia.
-Echaba de menos esa sonrisa.
Aquello me frustra. Desvío la mirada mientras poco a poco desaparece aquella mueca que Nathaniel llamó sonrisa. Siento como las lágrimas tornan mis ojos y mi estómago vuelve a apretar con fuerza. Lanzo un suave suspiro que a Nat parece incomodar.
Se acerca a mí y me coge con cariño el rostro obligándome a mirarle. Ese gesto acelera la necesidad de llorar.
-Eh… no pretendía…
Y lo abrazo de nuevo con todas mis fuerzas. Esta vez no lloro, solo dejo que mis lágrimas recorran mis mejillas apretando con fuerza mis ojos sin emitir ni un sollozo. Él me aferra con sus brazos emitiéndome todo su cariño y calor. Su mano derecha acaricia con suavidad mi espalda.
-Nat… -le susurro como puedo- … necesito ayuda –añado en un último esfuerzo.
Siento como él me abraza con más fuerza. Soy yo quien me aparto de él unos centímetros. Él me mira con aquellos ojos celestes con cierta sorpresa ante mi reacción. Tomo su mano y lo guío hacia la habitación de mis padres, donde dormí durante las noches que transcurrieron en las que mi madre tenía turno de noche en ésta última y fría semana.
Cierro la puerta tras de mí y titubeo antes de voltear mi rostro hacia Nat. Él, ante mi inmovilidad, acaricia mis antebrazos suavemente, hasta que por fin me giro hacia él.
-Me siento… inútil –digo por fin- creo que… todo esto ha terminado por acabar conmigo –los ojos celestes de Nathaniel me dan fuerzas para hablar, pero sobre todo para mostrarme como había intentado reprimir durante tantos días- me siento frágil, ya todos pueden manejarme… mi consciencia ha dejado de pensar por sí sola, ha sido todo tan rápido que… -trago saliva. Sin embargo no son lágrimas lo que muestro, sino rabia, ira, agobio, angustia… cosas que debía de haber mostrado hace ya mucho tiempo- ¡yo no tengo la culpa de lo que ha pasado! –exclamo sin subir demasiado la voz- pero me siento culpable de todo, de absolutamente todo. Un problema tras otro me presionan la cabeza –cierro los ojos con fuerza mientras agarro con mis manos el cráneo- ¡quiero gritar pero no puedo, estoy rota, muerta! –algo en mi cabeza se nubla- ¡necesito salir de esta pesadilla y retornar a lo anterior! ¡QUIERO IRME DE AQUÍ! –exclamo sin guardar la compostura- ¡Siento como mi estómago me presiona el corazón, todo esto ha pisoteado mi alma! ¡No creo que ningún ser humano haya podido soportar lo que yo! ¡Mi madre, mi padre, Lola, Phoebe, Zack…! ¡TODOS! ¡Necesito alejarme de todos al menos unos instantes, LO NECESITO! ¡SIENTO QUE VOY A EXPLOTAR…! –exclamo dejando que algo enturbiara mi mirada y consciencia.
Por sorpresa, las manos de Nathaniel me estabilizan el rostro, me obliga por la fuerza a mirarle, a dejar que él acerque su rostro, a permitirle que sus labios me besen desenfrenadamente transmitiéndome un calor que nunca había sentido en mi vida. Intento tan solo unas milésimas resistirme, sin embargo él me besa aún más fuerte, separando sus labios sin dejarme otra alternativa. Aquellos impulsos que Nathaniel demuestra me hacen sentir fuerte. Siento que ese beso era lo que realmente buscaba durante toda mi vida. Sin embargo… ambos nos habíamos reprimido demasiado tiempo el acariciarnos, besarnos, tocarnos… provocando que aquellos besos no fueran suficientes…
Lo veo todo borroso, la adrenalina se apodera de mis sentidos, aunque noto como sus dedos acarician mi piel desnuda, como sus labios recorren mi cuello con fervor. Siento su piel cálida y como su corazón bombea frenéticamente debajo de su pecho. Noto la tensión de sus músculos atrayéndome hacia él.
Llegó un momento en el que el cristal de vida rezumó una luz cegadora celeste que nos envolvió...







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