Phoebe se encuentra en su
habitación, estudiando bajo la tenue luz de la lamparita que ilumina en un color
triste la estancia. Permanece sentada en la cama, con las piernas cruzadas y
manteniendo las palmas de las manos taponando sus oídos para una mejor
concentración. Su cabello castaño se mantiene recogido en un moño despeinado y
en su oreja reposa el lápiz al que acudía cada vez que encontraba oportuno
apuntar algo en los folios. Sus labios permanecen separados, de vez en cuando
articulando palabras sin voz. Phoebe Fox vive en un chalet prácticamente a las
afueras de la ciudad, lo que le permitía tener un gran jardín, aunque supusiese
mayores esfuerzos para ir cada mañana al colegio. En su habitación (un segundo
piso) se siente tranquila, alejada del ruido y de posibles distracciones que
imposibilitarían su concentración. En el desván, más conocido por el nombre de “Urna”,
hacía frío, había humedad y, aunque parecía una adecuada sala para los casos de
estudio, no era lo suficientemente triste como para no entretenerse con los
colores que la adornaban. Así que, su cuarto, era la estancia perfecta para
mitigar su mente, dejar espacio para nuevos contenidos y, sobretodo, para no
distraerse.
Sin embargo, y a pesar de todo
aquello, comienzan a surgir de sus oídos algún que otro sonido. No le desvían
demasiado la atención, aunque de vez en cuando su mente parecía querer saber de
qué se trataban. Pronto su consciencia reacciona y lo asocia con el sonido de la calle. Hasta que un sonido
evidente atropella las palabras que articula con la mente y la despeja de un soplido.
Como un golpe seco, un desconcertante sonido que se multiplicaba al estar la
casa completamente vacía. Phoebe se sobresalta alarmada por el ruido y
permanece unos instantes con las manos inmóviles, lejos de sus orejas. El
silencio vuelve a enmudecer la casa. Phoebe frunce el ceño.
-¿Max? –cuestiona.
Sabía perfectamente que tanto
sus padres como su hermano habían ido al centro a comprar y a visitar a unos
amigos y, desde luego, tan temprano no podían haber regresado.
Phoebe traga saliva y retorna
su mirada hacia los apuntes aunque procura mirar de reojos la puerta de su
cuarto. Carraspea e intenta recordar por donde iba. Ordena sus pensamientos
hasta que el timbre chirria un pitido que hace sobresaltar a la joven. Ésta se
levanta con lentitud y deja los apuntes encima de la cama. Cubre sus pies
descalzos con las zapatillas y camina hacia la puerta de su cuarto. La abre con
premura cuando de nuevo el timbre hace temblar las paredes. Baja las escaleras
con rapidez y se acerca a la puerta de la entrada. Sin duda deben de ser sus
padres y Max. Seguramente se han dejado la
llave. A no ser que fueran tan inconscientes como para dejar la puerta del
jardín abierta. Al pensar aquello, para unos instantes acongojada. Aguanta unos
segundos la respiración intentando escuchar algo que le indicara quien podía
llamar a esas horas. Suena de nuevo, seco y sin emitir otro sonido. Phoebe
pestañea y abre la puerta por fin.
Se sobresalta, abre los ojos e
incluso da un paso atrás.
-Dino… -murmura cuando los ojos
verdes de la joven se encuentran con los del muchacho.
-Phoebe –interrumpe con celeridad-
vete, ¡corre! –exclama.
La joven niega confundida con
el rostro, sin comprender, hasta que de repente algo oscuro tapa los labios del
joven y hace provocar una reacción brusca en el rostro de Dino.
Phoebe emite un chillido de su
garganta al contemplar la escena. Los guantes negros del opresor parecen hacer
daño al joven, quien se resiste profiriendo un sonido imperceptible a oídos de
Phoebe. Dino es empujado hacia el lado contrario de la puerta de la casa,
dejando ver la silueta oscura de Annibal. El joven cae de bruces contra el
suelo. Sin embargo, esto no lo detiene para seguir animando a la joven a que
huyera del lugar que consideraría el más seguro del mundo: su casa.
El hombre vestido de negro
cruza el umbral de la puerta cerrándola tras de sí. Sus ojos celestes como el
hielo la miran impenetrables obligando a la joven a dar unos cuantos pasos
atrás… hasta chocar su espalda con algo. Su rostro se torna encontrando la
mirada oscura del que fue su compañero de curso durante muchos años. Demetrius
sonríe.
-Hola Fox…
-Tranquila –susurra Annibal con
tranquilidad mientras se acerca a ella-. Solo venimos a darte buenas noticias.
Phoebe frunce el ceño aún sobresaltada
y (casi) paralizada por el miedo. Demetrius ríe y mira a su compañero, quien
mantiene el rostro sereno.
-Verás, es que… -Annibal titubea
unos instantes hasta que la joven se topa con la pared, atrapada, sin posibilidad
de salir de allí-. Un pajarito muy quisquilloso me ha informado de que notas la
ausencia de alguien, ¿es eso cierto?
La joven no responde, encogiéndose
sobre sí misma.
-Supongo que la afirmación a la
pregunta no importa… -Annibal sonríe y prosigue-. Verás, esa persona… nosotros
sabemos cómo devolvértela.
El rostro de la joven adopta
una mueca incomprensible.
-Ángelo –añade Demetrius
cansado de tantos rodeos.
Phoebe reacciona. Articula su
nombre sin sonido en sus labios y mira a los ojos a Annibal.
-¿Qué-qué le habéis hecho? –tartamudea
la joven.
-Nada que modifique la
afirmación de que está vivo.
Demetrius esboza nuevamente una
sonrisa y cubre sus manos en los bolsillos de su pantalón negro.
-¿Dónde está? –solloza Phoebe
incapaz de hacer frente a ambos.
-No hace falta que lo sepas,
nosotros mismos te lo entregaremos… solo y solo sí nos proporcionas algo a
cambio.
Annibal se acerca a ella con
calma, degustando cada suspiro de terror que expira su respiración. Para a
pocos centímetros de ella, cuando la joven se siente intimidada por su
cercanía.
-Es algo simple, un
intercambio, ¿qué me dices?
Phoebe clava su mirada en la
helada del de negro y traga saliva.
-¿Qué clase de intercambio?
-Solo necesitamos un nombre… EL
nombre y te daremos a tu angelito –Annibal humedece sus labios antes de proseguir-.
El nombre del último.
Phoebe abre los ojos. Traga
saliva. Suspira. Expira aire. Pestañea. Todo, en un instante en el que su
propia consciencia duda de por qué titubea la respuesta.
Nathaniel abre la puerta de su
cuarto y deja pasar al resto de sus compañeros. Las dos ángeles se limitan a
sentarse sobre su cama mientras Gabriel titubea unos instantes. Ninguno de los
tres le había mencionado aún a Nathaniel sobre el motivo de su visita. Éste
cierra la puerta tras comunicar a los presentes en la casa que no le molestasen
bajo ninguna circunstancia. No obstante, sus padres y hermana ya estaban
acostumbrados a que cuando aquellos amigos entraran en su habitación, no podían
recurrir a Nathaniel bajo ningún concepto.
-¿Qué ha pasado? –cuestiona Nathaniel
suponiendo los motivos por los que había recibido la inesperada visita.
Celeste y Perséfore se miran y
Gabriel parece algo dubitativo. Carraspea.
-Esperábamos que tú nos lo
dijeras.
Nathaniel se sobresalta y
frunce el ceño.
-¿Cómo?
-No nos digas que no has
conseguido nada… -murmura Perséfore desilusionada.
-¿Conseguir el qué? –cuestiona Nathaniel
en un amago de mostrar su confusión.
-Pasaste toda la noche con ella
y…
Nathaniel aparta la mirada
suponiendo lo que realmente querían sonsacarle. Perséfore interrumpe sus
palabras tras comprobar como el propio ángel se había percatado de lo que
estaban hablando… a juzgar por su rostro. Nathaniel arrastra la palma de su
mano por su cabello rubio y lo acaricia intentando encontrar las palabras
adecuadas.
-Dinos, Nat… ¿es ella la chica
de ojos verdes que nos dijeron? –cuestiona Celeste en un susurro mientras en su
rostro se puede advertir preocupación.
Nathaniel la observa y agacha
el rostro.
-No lo sé.
Gabriel se siente frustrado al
escuchar aquella respuesta. Chasquea con la lengua y cruza los brazos mientras
niega con la cabeza.
-¿Cómo que aún no lo sabes? –ante
la mirada de Nat deja caer los brazos con rabia.
-No es tan fácil Gabriel.
-¿A no? –en su rostro se pudo
atisbar una mueca de incomprensión- ¡Un año! –exclama cuidando su tono de voz-.
¡Un año llevamos detrás de esa chica porque a ti se te ocurrió decantarte por
esos ojos verdes, y resulta que lo único que haces es seguirla como un perro
faldero!
-Por favor, Gabriel, contrólate
–murmura Celeste mientras aferra su brazo suavemente. Éste arruga sus labios y
aparta la mirada de Nathaniel.
-Dinos, ¿qué necesitas para
poder sacarle información? –cuestiona Perséfore con un tono de voz favorable a
la actitud de Gabriel.
-Seguramente los estúpidos ya
hayan encontrado más de una pista… ¡si no ¿por qué el propio Zachary se ha
apartado de la chica?! Ella no sabe nada… -le recrimina de nuevo Gabriel.
-¡Lo que hace Zachary no tiene
por qué ser lo correcto! –exclama Nathaniel intentado hacerse escuchar por
encima de su compañero.
-¡De lo que estoy seguro es que
nosotros somos los tontos que seguimos intentando sacar la información a la
chica incorrecta! ¡Estoy más que harto de tus experimentos! ¡O ENCUENTRAS ALGO
O…!
De pronto, y alertada por los
gritos, Stella abre la puerta lentamente. Parece asustada y preocupada y se
dedica a morder una de las uña de su mano derecha. La pequeña busca con la
mirada a su hermano.
-¿Qué pasa, Nat? –susurra algo
acongojada por la presencia de los otros tres.
Nathaniel chasquea y se agacha
ante ella.
-Nada, Stella, cosas de
mayores, no te preocupes –el joven le retira un mechón rubio de su rostro y le
sonríe. La pequeña no parece convencida y mira a los amigos de su hermano.
-¿Seguro? –le murmura casi al
oído.
-Completamente, de todas formas
ellos tienen que irse ya, solo déjame unos minutos para despedirme y enseguida
te leo el libro que te prometí.
La pequeña sonríe emocionada y,
asintiendo, cierra la puerta.
Nathaniel mira a Gabriel en un
amago de recriminarle su vocerío y separa sus labios.
-¿Qué pretendes que haga,
Gabriel? –susurra-. ¿Qué pretendes que le diga? ¿Quizás que tanto Zachary como
yo nos acercamos a ella solo por ser una de las pocas chicas de ojos verdes que
adecuaban con la descripción del oráculo? No creo que fuera lo correcto. Déjame
hablar con ella, solo una última vez… y te prometo que te daré el nombre de la
última.
___
Por fin pude caminar después de
tantos días encerrada en mi casa. Siento que mis pies agradecen el pequeño
paseo. En el centro de la ciudad todas las tiendas permanecen abiertas. Sus
escaparates captan toda mi atención, imaginándome a través del cristal como
sería aquella prenda si embutara mi cuerpo y no el del delgaducho maniquí.
Entro en una, luego en otra. Aquella tarde había decidido dedicarla a mí y a
mis caprichos, aunque eso supusiese desatender mis obligaciones por una vez. Me
gusta pasear cuando el sol templa mis mejillas y más cuando casi todos los días
las nubes mantienen prisioneros los rayitos del sol.
Una vez en el probador,
desvisto mi torso con pereza para luego juzgar la prenda que he escogido. La
mayoría son más bonitas dobladas que en mi cuerpo. Aún así, decido
llevarme un par de jerséis y alguna que otra chaqueta. Luego, (y creo que por
primera vez) me siento en una mesa y observo el menú sin compañía alguna.
Compruebo mi monedero y, en función de mi renta disponible, pido la comida.
Mientras la degusto observo a mi alrededor las pocas mesas que están ocupadas.
Sonrío en mis adentros cuando compruebo como en la mayoría de las mesas
permanecen sentados una sola persona, leyendo un periódico, folios o cualquier
otra cosa. Apoyo mi barbilla en el puño ladeando el rostro. Pido la
cuenta y recojo las bolsas del suelo con lentitud.
Ésta simple escapada me hace
sentir aún más sola. Intento evitar pensar en ello, pero debido a que no tengo
ningún acompañante con el que mitigar mis pensamientos, vuelvo e insisto en
pensar en la soledad que ahora me invade. Reprimo las ganas de llamar a
alguien negando con el rostro suavemente para que nadie que estuviera cerca de
mí se percatase de mi posible demencia. Suspiro. El aire es frío cuando no
tienes a nadie en el que apoyarte. No obstante, no tengo ganas de volver a
casa. Así que, tras atisbar unos cuantos bancos cercanos, me acerco a ellos y
me siento, dejando las bolsas a un lado y metiendo mis manos en los bolsillos.
Me encojo por el frío y miro a la nada. La gente pasa a mi lado, pero nadie me
ve, nadie me escucha, nadie me habla. Todos parecen ocupados. Todos menos yo.
Abrazo con las manos mi cuerpo, tiritando de frío, mientras siento como mi
nariz se enrojece por momentos. Contemplo los pies de la gente que pasa cerca
de mí. No me encuentro bien. Carraspeo intentando encontrar el aliento que me
falta y respiro hondo. Mis manos me sudan mientras pestañeo para mitigar la
borrosidad que comienza a hostigar mis ojos.
Sé perfectamente qué me pasa,
pero no quiero pensarlo. Aprieto mis dientes para reprimir mis ganas de salir
corriendo. Siento suavemente mis muñecas relajarse, producto de una cálida
sensación. No obstante, lo evito, o al menos eso intento. Aquella percepción
parece cobrar fuerza por momentos. Entonces me levanto lentamente. Ya no miro a
la gente. Extiendo mis brazos y los observo como si a través del abrigo pudiera
cerciorarme de lo que pasa. Estiro la manga derecha por donde advierto un
destello azulado. Luego arremango la izquierda y una luz rojiza acude a mis
ojos. No sé si la gente me mira. Dejo caer mis brazos sintiendo una sensación
extraña. El ambiente parece cargado. Miro hacia el frente, y poso mi mirada en
un punto imaginario. No sé exactamente qué hacer… si tornar mi ojos hacia la
derecha o hacia la izquierda.
dios como que solo estan con ella por eso........¬¬ no me lo puyedo creer
quiero leer el siguiente ya !!!!!
joder pobreciita como se entere se le partirá mas el corazon.......
pufff.... que va a pasar? por favor sube pronto que quiero seguir leyendo mas capitulos xd
ooooo. dios mio que malos los dos, que rabia, agh. la pobre con un dilema y los otros solo utilizandola, que asco de tios.
pero no puedo evitar pensar que siguen siendo adorables.
por cierto, el capitulo 8 no se ve.