-Kimberley –susurra Dino.
Enarco una ceja cuando lo contemplo delante de mí. Miro a mi derecha y a mi izquierda, pero no veo a ninguno de los que esperaba hallar. Sin embargo, los dos cristalitos siguen emitiendo un fuerte destello.
Su cabello está despeinado y sus ojos verdes ya no tienen aquel brillo que antes poseían. En la comisura de sus labios advierto una espesa mancha rojiza.
-Phoebe está en peligro.
Frunzo el ceño sin comprender.
-¿Qué? –cuestiono finalmente.
Aspira muy fuerte y mira hacia los lados.
-Yo no… yo nunca me imaginé todo esto.
Me acerco amedrentada y separo los labios. Temo lo peor. El estómago vuelve a apretar mi garganta y la respiración se acelera en mis pulmones.
-¿El qué Dino?
Él vuelve a mirar hacia sus frentes y titubea. Traga saliva con los nervios a flor de piel.
-No me tomes por loco, Kimberley… pero esos tíos no son normales, sus ojos se tintan de rojo cuando fijan sus miradas en los tuyos y siempre andan bajo una atmósfera misteriosa que te ponen los pelos de punta, yo…
Cierro los ojos sabiendo a qué se refería. Me muerdo el labio.
-Mejor que no sepas más allá de eso, Dino… créeme.
-¿Qué? –cuestiona en un susurro.
Mis ojos miran hacia otro lado.
-¿Sabes quiénes son?
En una inesperada reacción, Dino aferra mis brazos con fuerza y los zarandea haciendo caso omiso de la gente que nos mira extrañada.
-¡Dime quienes son Kimberley, necesito saberlo!
Intento deshacerme de su aprehensión con movimientos fuertes pero pausados. Sus dedos se clavan en la carne de mi brazo. Separo los labios enseñando los dientes por el dolor. Forcejeo y por fin me separo de él.
-¡Phoebe está en peligro! –exclama ante mi reacción.
Permanezco clavada en el sitio y lo miro con los ojos bien abiertos. Ante mi silencio, Dino traga saliva y, en un sollozo, comienza a relatarme.
-Me coaccionaron para que les ayudara a entrar en su casa –apartó la mirada avergonzado-. Cuando sus padres y su pequeño hermano se marcharon, me obligaron a llamar a la puerta para que Phoebe la abriera y, de alguna forma, no la cerrara al instante. Ellos entraron y no pude ver más… pero ya no está en su casa, Kimberley, sus padres me llamaron preocupados.
Separo los labios mientras niego con la cabeza en un amago de conmoción. El frío hace que el aire que expiro se convierta en un visible humito espeso que desaparece en tan solo segundos.
-Se la han llevado… -insiste Dino.
Pestañeo unas cuantas veces. Me tiemblan las manos, donde los destellos aún continúan acariciando mis muñecas. Las llevo a mi sien con pequeños estremecimientos. Aparto con nerviosismo los cabellos que cubren parte de mi rostro y los estiro hacia atrás. Los sujeto con fuerza y miro hacia todos los lados. Por mi culpa Phoebe está en peligro. No sabía si el causante de todo aquello había sido Zachary o Amon, en un ataque de sinceridad hacia sus compañeros. Lo que realmente sabía es que, si habían dado el paso de retener a Phoebe,… a Lola no le quedaba mucho tiempo de anonimato.
Mis labios están cortados por el frío, bajo un aspecto descuidado y rugoso. Me queman, al igual que cada articulación que conforma mi cuerpo. Y todo por mi culpa.
Alzo la mirada en un acto reflejo.
A mi izquierda, entre la gente, inmóvil, fijada su mirada en mí, espera Zachary, con su característica chaqueta de cuero negra, sus ropajes oscuros y su porte enigmático y cautivador. Sonríe cuando advierte que mis ojos lo observan. Trago saliva cuando se dispone a andar hacia mí. Sus manos permanecen ocultas en los bolsillos de su chaqueta mientras yo intento retener mi fascinación por él.
Aprieto la mandíbula cuando, en contra de mi voluntad, mis ojos se dirigen hacia el frente derecha, donde Nathaniel acaba de llegar, con palpable presteza, labios separados por el esfuerzo, piernas cada vez más pausadas al verme y de unos ojos celestes como el agua tibia. Al captar mi atención, vuelve a retomar su rápido caminar hacia mí.
Entre la gente, los componentes de ambos bandos comienzan a surgir, con palpable frialdad, sin ser conscientes de que coinciden en sitio, lugar y… objetivo.
Niego con el rostro. Dino advierte el temor que seguramente ha adquirido mi rostro. Se da la vuelta, hacia el punto donde mis ojos se han clavado. Él también se sobresalta, inquieto por la presencia de Zachary y aquellas dos chicas que alguna vez había visto. Pero se siente aliviado al no haber ni un atisbo de ninguno de los dos que lo habían intimidado. Sin embargo, algo le dice que su ausencia era mucho peor.
El corazón parece estallar en mi fuero interno. Quizás Phoebe no les había revelado quien era aquella de la que pendía la victoria, pero seguramente había optado por tirarme a mí la pelota. En ese caso no tengo rencor, sino agradecimiento por haber guardado el secreto. Por el contrario, podría haber sido Amon quien los hubiera alertado de tal información. En éste caso, él habría roto su promesa.
Doy un paso atrás cuando ambos bandos permanecen cerca. Mis pies me llevan a un segundo retroceso mucho más seguido y nervioso. Entonces Nathaniel y Zachary cruzan sus miradas. Aquello los sobresalta. Sus músculos se tensan, ambos saben por qué están allí. Los destellos de los cristales ya no acarician… arden.
Trago saliva ante el escozor en mis muñecas, cierro los ojos con fuerza, me doy la vuelta y acto seguido echo a correr ciegamente.
Ambos bandos no pierden el tiempo. Al ser testigos de mi reacción, comienzan a correr tras de mí, empujando a todo el que se interpusiese en sus caminos, apartando con brusquedad sin una selección preestablecida. Ahora luchan por ser los primeros en hacerme hablar.
Mis pulmones se expanden cuando el aire fugaz y helado enfría mis alveolos, mientras mi garganta comienza a hincharse por el frío. Mis brazos oscilan rápidos, encabezados por unos puños fuertemente apretados y de palmas sudorosas por el miedo. Mis cabellos hondean empujados por el viento, permitiendo que mi rostro quedase impune de obstáculos que me impidieran ver con claridad. El miedo ya se ocupa de atrofiar mis sentidos. No escucho nada, solo el silencioso jadeo procedente de mi garganta. Nefertary y Eríka corren tras de mí, con sus miradas acechándome, sus cabellos negros como el azabache siendo abatidos por la velocidad. Corren más que yo, ya están cerca. Siento sus movimiento tras de mí. Cierro los ojos intentado ir a mayor velocidad cuando uno de los ángeles las alcanza, provocando que ambas se desconcentrasen para intentar abatirlo en la carrera y calmando el ritmo de carrera.
Gabriel las sonríe en un bufido mientras Perséfore y Celeste las siguen por detrás. El ángel golpea con el hombro a Eríka desequilibrándola y apartándola unos centímetros. Ésta ruge.
Me limito a correr evitando a la gente, sin detenerme a pedir perdón por los empujones o a atender a los que son derribados. No tengo tiempo, ni tampoco me importa. Seguramente no me reprocharían nada cuando se percataran de que otros cinco corrían mientras se arrollaban entre ellos.
Nathaniel corre tras éstos, a un ritmo mucho más desenfrenado. El motivo es sencillo. No había vuelto a ver a Zachary desde que Kimberley había comenzado a correr de ambos. Permanece atento y, discretamente, sigue al resto. A medida que avanza logra advertir a más de una persona ayudada a ser levantada. El rastro le ayuda a seguirlos sin verlos. Sus ojos lo buscan con inquietud. No descarta que pudiera estar a la cabeza de la persecución, pero algo le decía que había enviado a sus dos secuaces a hacer el trabajo sucio por él. Mantiene la respiración y la agasaja con pequeñas expiraciones e inspiraciones para no gastar demasiado aire.
Los perseguidores lo llevan a una gran plaza donde la gente los mira con sorpresa y expectación. Observa uno de los carteles donde parece indicar que la dirección tomada por la joven era el muelle. Mal asunto. Traga saliva y se dispuso a acelerar el ritmo cuando, súbitamente, alguien le agarra de la camisa blanca y lo tumba con fuerza. La espalda del ángel impacta contra el frío suelo con vigor, provocando que su cabeza también sea golpeada por los adoquines de la plaza. Separa sus labios brotando de su garganta un gemido de dolor. Su cabeza le da vueltas mareado por el fuerte golpe hasta que sus ojos pueden advertir aquel rostro umbrío que tanto había buscado.
-Tú y yo tenemos algo pendiente –le susurra con desdén.
Zachary lo levanta aferrando el cuello de la camisa. Nathaniel vuelve a quejarse mientras contempla como los presentes en la plaza se apartan abrumados. Muchos de ellos exclaman en un amago de llamar la atención. Pronto descubre que el ala izquierda azabache y aterciopelada de Zachary permanece al descubierto, hondeando con suavidad sus plumas. Nathaniel traga saliva todavía desfallecido. El opresor lo tira al suelo de nuevo, dejándolo caer. El ángel apoya sus manos en el suelo para evitar ser tumbado por completo. Sus sentidos le hacen perder el equilibrio pareciendo patoso a ojos de Zachary quien, con una sonrisa burlona, anda rodeando el cuerpo del ángel, expectante. La saliva ya no le sabe como tal, Nathaniel sabe que la sangre brota levemente de su garganta. Pero apenas es un rasguño.
Ante la imposibilidad de reacción del ángel, Zachary, golpea con el empeine el estómago de Nathaniel, quien no puede evitar volver a ser derribado, y que un sabor más espeso a sangre germinara de su dolor.
-Vamos, te creía mucho más fuerte… no me decepciones –hostiga.
El ángel vuelve a intentar incorporarse, sin dejar de mirar inquisitivamente a Zachary. Se tambalea cuando sus piernas ascienden y logran mantener su cuerpo erguido, o casi firme. Nathaniel lleva la mano hacia sus labios apartando las gotitas de sangre que sobresalen, en un amago de intentar parecer templado.
Pero, debido al bloqueo de sus reflejos causado por el fuerte golpe en su espalda, los nudillos del ángel negro impactan en la mejilla de Nathaniel, provocando que su cuerpo retrocediese unos centímetros y que el dolor retornara a sus nervios.
-¿Por qué no te muestras? –cuestiona sin esperar respuesta- quiero que todo el mundo vea lo parecidos que somos.
El ángel cierra los ojos con fuerza para después abrirlos lentamente.
La gente teme acercarse y muchas de ellas hablan por el móvil amedrentadas.
Nathaniel sonríe mostrando su entereza.
-Has perdido: te has mostrado al mundo… no te lo perdonarán –increpa el ángel.
Zachary ríe y mueve con más fuerza su única ala.
-¿Eso crees? Ambos hemos perdido.
Nathaniel frunce el ceño.
-Los dos hemos cometido un error mucho peor que el de hacer ver a la gente lo sobrenatural que es su mundo –sus ojos parecen recuperar el negro que siempre habían mostrado en público mientras los músculos se relajan levemente- hemos perdido por una pelirroja de ojos verdes.
-o-
-¿Y Amon? –cuestiona Demetrius esgrimiendo una mueca de aburrimiento.
Annibal juguetea con una fina cuerda entrelazada entre sus dedos, acostado en el sillón mientras sus pies reposan encima de la mesa de cristal. La chimenea templa el ambiente, alumbrando la sala del restaurante donde siempre se reunían. Solo los destellos de la llama brillan bajo la oscuridad.
-Se habrá ido con el resto –susurra concentrado en el juego que lo mantiene distraído.
Demetrius se recuesta en el sofá y contempla el fuego.
-Nada de esto fue buena idea –murmura dejando que Annibal lo escuchase. No obstante, éste no cuestiona y deja que el propio Demetrius prosiga-. Ya le dije al jefe que Zachary no estaría preparado para todo esto.
Annibal deja de juguetear y lo mira.
-¿Qué quieres decir?
Demetrius sonríe tras haber captado la atención de su compañero.
-Ya sabes a lo que me refiero… no hemos venido a la tierra para secuestrar niñas ni herir ángeles.
Annibal inspira con fuerza y se hunde aún más en el sillón.
-Si te refieres a que Zachary no debería de ser tan reservado y hacer él mismo los trabajos sucios… entonces estoy de acuerdo –y esboza una sarcástica sonrisa.
-A parte, eso no lo había pensado –le corresponde con otra sonrisa-. Me refiero a que ha sido tan estúpido como para entregar a la pelirroja su Cristal, y eso es perder demasiado tiempo.
Annibal sigue ensimismado con las finas cuerdas.
-No creo que fuera necesario encandilarla para sacarle… ¿el qué? Nada –prosigue Demetrius ante el silencio de Annibal.
-¿Y cómo pretendías que lo hiciera si no? Al final hemos conseguido que la niña nos diga que la pelirroja lo sabe, ¿no?
-Hay otros métodos mucho más rápidos…
-¿Te refieres a retenerla, meterla en una habitación oscura y forzarla hasta que nos diga lo que sabe? Seguramente, cuando Zachary se interesó por ella no tenía ni idea de lo que había tras él, bueno… tras nosotros –esboza una sonrisa.
-¡Bah! –escupe Demetrius-. El fin no justifica los medios.
-Cierto, aplícatelo, te ayudará –bufa retornando la mirada hacia la cuerda, la cual ha adoptado una forma abstracta.
Alguien entra en la habitación. Cierra la puerta de un portazo. Demetrius ladea el rostro y gira un poco su torso para visualizar mejor al recién llegado… o recién llegada. Vivian se dirige a zancadas hacia uno de los armarios. Parece sofocada.
-¿Qué ocurre Vivi? –cuestiona Demetrius aburrido.
-Que la pelirroja se resiste –admite con celeridad.
-¡Vaya!
Demetrius dirige su mirada hacia el dueño de aquel sobresalto.
-¿No podéis con ella? –cuestiona el mismo.
Vivian suspira intentando calmar sus nervios.
-Los ángeles la protegen.
Demetrius se recuesta en el sofá, tal y como estuvo antes, y chasquea con la lengua. Tanto Annibal como él debían de permanecer al margen de la caza y captura de la joven, solo por si acaso. Pero los ángeles despertaban el apetito vengativo de Demetrius. Esperaba con creces intentar contraatacarles de alguna forma, pero no podían dejar ni a Phoebe ni al ángel sin alguien que los vigilase.
-Así que… -le susurra Annibal mientras forma con sus dedos los últimos retoques a la imagen que parece formarse- …los ángeles también lo saben, muestra de que la pelirroja vale más de lo que crees, ¿no Demetrius? Habrá que hacer algo –y esboza una vigorosa sonrisa mostrando el rombo que por fin consigue formar.
me a encantado la historia es genial y logra engancharte desde el primer momento recien me puse al dia y ya tengo ganas de poder continuar leiendon mas capitulos =)
estoy deseando leer como accaba me tienes con la intriga que no veas jajajaaj
el siguiente yaaaaa
besos :)