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Capítulo 11


Nos separamos lentamente mientras Nat arrugaba su entrecejo molesto cuando el teléfono sonó con fuerza. Me sonrió y lo cogió enfadado.
-¿Sí?-Preguntó lentamente dándome la espalda. Mientras escuchaba se calmaba, al igual que yo ya que esa sensación que sentía antes, se había esfumado.-Claro, ahora vamos.-Colgó. Me miró sin clavar sus ojos en los míos y se aclaró la voz antes de hablarme.-Son ellos, vienen hacia aquí… hora de irse.-Intentó imitar una frase divertida, pero su nerviosismo lo empeoró aún más. Asentí.

Dejamos la casa atrás, y mientras subíamos por el camino ancho que cada vez era más elevado, conversábamos sobre lo bueno y malo de vivir en un sitio como éste. De pronto, vi a lo lejos un caballo marrón oscuro. Me paré en seco sonriendo y Nat lo notó.
-Por aquí hay muchos, seguro que su familia está por aquí cerca, ven.-Me cogió de la mano y corrimos hacia el pequeño caballo que nos miró tranquilo mientras masticaba. Nat se acercó lentamente y le acarició la cabecita. Se agachó arrancando un poco de hierba y se la dio, no sin antes remangarse la camisa blanca. Me quedé clavada manteniendo la distancia entre el animal y yo, pero Nat quiso acercarme.-Vamos, no tengas miedo, no hace nada.-Eso ya lo sabía. Me acerqué tragando saliva. Me mordí el labio inferior para tocarle la cabeza cuando la movió rápidamente y relinchó. Grité levemente mientras me echaba hacia atrás y me tapaba la boca conteniendo el susto. Nat también se apartó un poco, pero sonrió, y ambos reímos. Volvimos a acercarnos, pero esta vez, Nat cogió mi mano y me ayudó a acariciar al caballo. Le sonreí sinceramente, ya que estaba dispuesta a renombrar este día como “el más feliz de toda mi vida”. De improviso, oímos un grito.
-¡EY!-Los dos volvimos nuestros rostros hacia el final del camino, donde se dividía en dos. Había dos chicos rubios con ropas claras… y uno de ellos alzando el brazo.
-Ahí están.-susurró Nat. Le seguí mientras éste subía para encontrarse con ellos. A medida que nos fuimos acercando comprobé que ninguno de los dos sobrepasaba la barrera de los 19 años. Uno era más alto que otro y aparentaba más edad. Tenía el pelo rubio y un poco rizado, tenía la piel algo más morena que Nat y nos observaba con sus ojos marrones. Llevaba una camisa fina desabrochada, dejando ver su torso… bien trabajado. El otro tenía mechas naturales castañas, pero seguía siendo rubio y con el pelo liso. Vestía una camisa a rayas azules y blancas más gruesa que las del otro chico y llevaba un pendiente pequeño en su oreja derecha. Me sorprendió al verlos descalzos… a los dos.
-Ey, Nat.-El más alto le dio unos golpecitos en la espalda, al igual que el otro.
-Tío, hace mucho que no vienes aquí, ¿qué te ha pasado?
-Ya sabes, no he tenido tiempo con la mudanza.-Los tres rieron. Parecía que yo era invisible puesto que ninguno de los dos me había mirado en ningún momento aunque sonreí cuando ellos se rieron de no-se-qué. Pero el más joven me miró. Le dio un codazo leve en el estómago al mayor. Éste también se dio cuenta de que estaba detrás. Nathaniel me miró y sonrió.-Esta es una amiga, Kim.-Les sonreí. El pequeño se peinó y se acercó.
-Hola preciosa, yo soy Gabriel Hícaro.- Increíblemente me cogió la mano y me la besó.-A tu servicio.-Le miré divertida pero a la vez desconcertada. El mayor se acercó también y le empujó.
-Ey, no te la quedes para ti.-Sonrió.- Ángelo Ribertti.-Hizo una pequeña reverencia mientras me sonreía.
-Encantada.-Susurré.
-Bueno, vale ya.-Nat apartó a los dos jóvenes y me sonrió.-Más arriba hay una pequeña cascada, ¿vienes?
-¡Pues claro que vendrá!-Gritó Gabriel mientras me rodeaba con su brazo. Inconscientemente miré su muñeca, donde colgaba el mismo cristalito que llevaba Nat. Abrí la boca para preguntar pero Gabriel me hizo caminar.

Fueron muy atentos conmigo por el camino. Se colocaban a mi lado y me explicaban lo que hacían cuando Nathaniel no estaba o, por el contrario, cuando los tres estaban juntos. Algunas de sus explicaciones fueron graciosas-la mayoría- y me alegró saber que yo era la única chica que había en el grupo. Aunque Ángelo y Gabriel se pegaban mucho a mí e incluso me cogían de la mano, sentía que eran cosas de chicos, pero no más, además, mis ojos solo tenían vista para Nat que me miraba y sonreía. El sitio estaba sin duda lejos aunque a medida que nos acercábamos sonaba con mayor intensidad la caída del agua. Sin embargo, cuando tenía que fingir no estar cansada, notaba como la respiración de los tres se mantenía pausada y tranquila, sin duda estaban en forma.

El lugar era un auténtico paraíso. Los pequeños arbolitos rodeaban el pequeño lago cristalino, con un color azul marino, que desembocaba en una cascadita pequeña pero ruidosa. Más que un laguito, era un manantial. Además, presenciábamos unas vistas espectaculares, donde el fondo parecía cartón. Los tres se sentaron alrededor del manantial y yo no tuve más remedio que imitarles aún temiendo mancharme mi pantalón vaquero. Suspiré al poder descansar. Cerré los ojos para poder relajarme un instante… cuando los abrí, no tuve más remedio que ver como el alto se quitaba la camisa y se zambullía en el agua. Me salpicó unas frías gotitas. Gabriel también le imitó y-debido a mi timidez-aparté la vista cuando se quitó la camisa. Nathaniel permanecía a mi lado con el brazo apoyado en su rodilla, sonriendo-¡y qué sonrisa!
-¡Vamos, animaos!- Gritó Ángelo.- ¡Está muy bien!- Negué con la cabeza sonriendo cuando inmediatamente Nat se levantó y se quitó la camisa obligándome a pensar en otra cosa para no fijarme en su cuerpo. Esta vez me salpicó más gotitas.- ¡Vamos Kim!-Me animé un poco cuando pronunció mi nombre, pero ni por esas estaba dispuesta a meterme en el agua con tres chicos.
-¡No puedo mojarme la ropa!-Grité sonriendo.
-¡Pues quítatela!-Reí cuando Gabriel vociferó y Nat le hizo una ahogadilla a consciencia. Cerré los ojos para volver a relajarme mientras los débiles rayitos de sol me calentaban el rostro. Oí el movimiento del agua, pero también susurros. Abrí un ojo y observé como los tres estaban hablando en voz queda… planeando algo. Le resté importancia y cerré el ojo. Estaba realmente relajada, tanto que estaba dispuesta a tumbarme en el suelo. Me dediqué a escuchar el canto de los pájaros y el movimiento del agua al caer cuando… de improviso alguien me cogió por detrás, me alzó y me tiró de lleno al agua. Lo único que sentí fue frío. Nadé rápidamente a la superficie y sin esfuerzo volví a recapacitar la situación. Ángelo estaba en el sitio donde antes estaba intentando relajarme y los otros dos se reían como locos.
-Muy bonito.-Sonreí. La verdad es que no estaba tan mal salvo en un pequeño detalle: que mi ropa estaba mojada. Desde luego esto se lo tendría que explicar Nat a mamá y no yo. Me toqué el cabello mojado y nadé como pude-el jersey me entorpecía- Ángelo saltó por encima de mí y se tiró al agua no sin antes berrear su grito de guerra.
-¿No estarás enfadada?- Me preguntó dulcemente Nat mientras se acercaba a mí.
-No, claro que no. Pero la que va a estarlo va a ser mi madre.-Ambos reímos levemente.
-Ey Nat, comparte a tu novia.-Ambos nos ruborizamos y Ángelo proliferó una carcajada. Nat y yo le imitamos algo desconcertados.
Estuvimos toda la mañana en el agua. Cuando salí de ella mis dedos estaban totalmente arrugados y mi nariz taponada. Me había resfriado. Ahora sí que sentía verdaderamente el frío. Y de camino a casa, cuando Ángelo y Gabriel se despidieron,  Nat lo notó. Me tendió la camisa seca que llevaba en la mano para no mojarla.
-Toma, quítate el jersey y póntela, te vas a resfriar.-Titubeé.-Tranquila, yo me doy la vuelta.-Y lo hizo, así que corriendo, me quité el jersey y me puse la camisa con los nervios a flor de piel.
-Ya.-Le indiqué. Nat se dio la vuelta y sonrió nervioso. Bajé mi mirada y comprobé que la camisa se transparentaba un poco, dejando ver mi ropa interior. Caminamos en silencio y a medida que avanzábamos, olíamos el exquisito olor de la barbacoa. Cuando llegamos, nuestras madres-y no nuestros padres- se alarmaron al vernos mojados. Le explicamos riéndonos lo ocurrido pero a ellas no les pareció tan gracioso. Me puse una camisa de cuadros rojos, negros y blancos  y regresé al patio donde la barbacoa ya estaba casi hecha. Nat y yo comimos como cerdos-teníamos mucha hambre- aunque el resto no lo notó. Stella se dedicó a contarme lo que habían hecho durante toda la mañana y me enseñó la muñeca que le habían comprado. Cuando el silencio reinó en plena comida, Clariva habló mientras se servía otro trozo de barbacoa.
-Nat, a las cinco tienes cita con el médico.-Miré a Nat rápidamente. Éste observaba a su madre con el ceño fruncido y suspiró.
-Mamá tu sabes que yo no…
-Iras y punto.-Aunque pareció dar la conversación por concluida, Nathaniel siguió buscando el por qué de tan pronta visita al médico.
-Pero esta tarde tenía planes…
-Nathaniel no discutas, ayer te volvió a pasar y…
-¡Pero mamá!-dio un golpe en la mesa que a todos nos asustó.-Maldita sea… ¡¿por qué tengo que ir?! ¡Ellos no consiguen… nunca conseguirán saber de qué se trata!
-¿Acaso tú sí?-Preguntó con semblante serio Clariva. Nat titubeó mientras yo cortaba un trozo de barbacoa disimulando no enterarme de nada.
-… no, ir al médico no sirve de nada solo para perder el tiempo.
-Ya está bien Nathaniel, no hagas otra vez el numerito, ¿quieres?-Carl los tranquilizó.
-Lo único que digo es que no hacen nada por más pruebas que me realizan, siempre hacen lo mismo y nunca consiguen dar con la clave, ¡estoy arto de ser el conejillo de indias!
-¡Nathaniel no vuelvas a gritar!-Amenazó Clariva. Nat se levantó haciendo el máximo ruido con la silla y acercando su rostro al de su madre susurró.
-No iré.-Y así se retiró de la mesa y salió del pequeño patio donde comíamos la barbacoa. Mamá se aclaró la voz mientras se limpiaba con la servilleta. Clariva, Carl y Stella se miraban fingiendo su compostura. Es la primera vez que veía a Nat así. No lo conozco mucho pero lo suficiente como para darme cuenta de que no es un chico que se enfadara con facilidad.
-Kimberley.-Me llamó Clariva.-Ve a hablar con él, ¿quieres? A ninguno de nosotros nos escuchará. Dile que es lo mejor para él y que… ve por favor.-Asentí, pero cuando me levanté tuve que decirle:
-Iré si es lo que quieres Clariva, pero me temo que lo que yo diga no influirá en su forma de pensar.-Entonces salí de la casa.
 
Al salir de la casa no le encontré. Miré por los alrededores pendiente de algún ruido, pero lo único que conseguí escuchar fue el canto de los pájaros y el viento. Mis pasos arrastraban la arena y formaban un pequeño polvo grisáceo. Todo el campo estaba solo… muerto. De pronto comenzó a picarme la nariz. Procuré no hacer ruido al estornudar para no despertar al silencio que reinaba en ese lugar. Pero sonó, y bien fuerte, lo suficiente como para que varios pájaros se alzaran al vuelo y para que la ramas de los árboles se inquietaran. Escuché un sonido.
-Tsss, Kim…-Escuché el susurro de Nat, pero no conseguí localizarlo hasta que abrió la puerta del todoterreno de sus padres. Corrí hacia él y me invitó a entrar. Ahora él estaba sentado en el asiento del conductor y yo en el del copiloto. Iba a comenzar a hablar cuando Nat tomó la palabra.-Nunca conseguirán saber de qué se trata.-Sonrió afligido.-Yo sé lo que me ocurre pero… es algo… que no puedo decir.-Me miró, y aquellos ojos azules y entristecidos me llenaron de sufrimiento por dentro.-Ni siquiera a ti puedo decírtelo…-De golpe me sentí importante para él y aquello casi me hizo sollozar.- Se que… te alejarías de mí y eso… me mataría.-Ambos nos mirábamos a los ojos.
-Eso jamás ocurrirá.
-Si te lo digo sucederá, digas lo que digas.-Dijo en un susurro que poco a poco se fue apagando. De pronto sonrió.-A veces, me gustaría escaparme contigo pero si supieras lo que me ocurre, no vendrías corriendo a buscarme.-Me mordí el labio con fuerza y me atreví a hacer algo que nunca hubiera pensado. Le cogí de la mano dulcemente y la miré abatida por la situación.
-Sabes que yo estaré aquí contigo siempre, que pase lo que pase…-Titubeé.-… por poco que hayamos pasado, significas mucho para mí. Y…-Tragué saliva.-… estás entrando en un terreno que me asusta, pero a la vez me llena de alivio saber que esa parte de mi corazón no seguirá siendo tierra de nadie.-Él me sonrió aún más y me tranquilizó saber que no le asustaban aquellas palabras que tanto me costó transmitir, y eso significó un paso más.
-¿Quieres que vaya?
-Eso no depende de mí, pero me gustaría que te dieras cuenta de lo mucho que luchan tus padres por no verte sufrir cada vez que sientes esos dolores. Pensarás que soy una chismosa pero ayer por la noche escuché como tus padres estaban desesperados por saber lo que te ocurría y sobretodo llegar a tener algún día la satisfacción de saber que su hijo está sano. Quizás tu si lo sepas, pero ninguno de nosotros sabe a lo que llevarán esos dolores y lo que quieren tus padres es… prevención.-Cuando terminé de hablar, me percaté de lo cerca que estábamos el uno del otro y lo poco que me costaba mantener aquella distancia. Solté la mano de Nat. Me sonrió algo más animado y alzó su mano, acariciando mis mejillas que comenzaban a tomar color. Sin dudarlo, cerré los ojos mientras sentía la piel de aquel misterioso pero hermoso ser que me había ayudado a atravesar fronteras inexploradas para mí. Cuando los abrí observé sus labios, los sentí muy cerca de mí y cuando me disponía a lanzarme, alzó su rostro para besar mi frente. Sonreí al comprobar lo débil que era mi sentido de la responsabilidad cuando me encontraba cerca de él. Al apartarse me miró y sonrió confuso por el motivo de mi sonrisa. Y al soltar mi rostro asintió.
-Iré.

Así que Nat y Clariva se fueron a las cuatro y media y yo me quedé con la sensación de haber hecho bien. Cuando había pasado la media hora de su partida, me senté en el sofá con los dos hombres de la casa. Estaban viendo el fútbol. Pero ciertamente ese día me aburría viéndolo. Así que fui en busca de Stella. Entré en nuestro cuarto y sonreí al verla con dos muñecas en la mano. Su cama estaba repleta de vestiditos y muebles diminutos a escala “muñeca”. Me miró mientras terminaba de hablar por la muñeca con una voz más grave.
-¿A qué juegas?-Cerré la puerta y me senté en mi cama.
-A las muñecas, es obvio.-Sonrió.- ¿quieres apuntarte?-Le sonreí. Arrastré mi cama juntando las dos y cogí una de las muñecas desperdigadas por su cama.
-¿Cómo se llama esta?-Pregunté mientras la contemplaba. Stella la cogió y miró para luego sonreír.
-No tiene nombre.-Me la dio.-Ponle uno.
-Está bien…-La observé con más detenimiento. Como casi todas las muñecas, tenía el pelo rubio, liso y largo, los ojos azules y grandes, una naricita perfecta  y una espléndida sonrisa. Acaricié el vestido de fiesta rosa que llevaba marcando su perfecta simetría. Por fin di con el nombre perfecto.- La llamaré Sue.
-Bonito nombre. La mía se llama Kimberley, como tú.-En mi rostro apareció una larga sonrisa.-Ella se va a enamorar de Zack.-Dijo alzando un ken sonriente y perfecto.
-¿Zack?-Pregunté extrañada. Stella dejó los dos muñecos y me miró con una sonrisa pícara.
-Es que… seguro que tú conoces a un chico de tu curso que se llama igual.
-Para no conocerlo…-Susurré.
-¡¿No te parece guapísimo?!-Gritó emocionada mientras entrelazaba sus manos.
-Bueno…
-Es increíblemente lindo.-Sus ojos celestes miraban brillantes al techo. Pensé en aquella situación, ¿y si Stella fuera de mi misma edad? Estaba claro que sería la chica más hermosa de nuestro curso, también estaba claro que todos los chicos estarían por ella y estaba segura que incluso Zack se fijaría en ella. Pobres las niñas que compartían curso con ella… Al lado de sus muñequitas, ella parecía la más hermosa, hecha de porcelana, de bucles dorados y ojos redondos, con el vestido propio de una princesita… era preciosa y la envidiaba por ello. Intenté visualizar mi rostro: serio, con simples -aunque reconozco que era lo mejor de mí- ojos verdes, cabello pelirrojo y sin lugar a dudas, con una vestimenta propia de un vasallo. Me sentí vacía por dentro.-Mira, cuando tenga quince años el tendrá veintitrés, lo suficiente para poder tener una cita romántica con él.
-Piensas en todo.-Me limité a sonreír.
-Oh, pero dime una cosa, ¿cómo es interiormente?-Esa pregunta me cogió desprevenida.
-Pues… no se…
-Tú estás en su curso, debes de saberlo.
-Es que es un chico muy cerrado, y no habla mucho… aunque cuando habla…-Me quedé embobada pensando en él.
-¡Ah!-Pegué un brinco.-Así que a ti también de gusta, ¿no?
-Emm…
-No digas nada Kim, esto queda entre chicas. Aunque si te digo la verdad, hubiera preferido que estuvieses colada por mi hermano.-Añadió con su vocecita inocente mientras me ponía nerviosa.- ¿Qué tal si hacemos eso? Tú sales con mi hermano y yo salgo con Zack. ¿No crees que sea una fantástica idea?
-Stella, ¿no crees que eres… un poquito joven para pensar en eso?-Pregunté nerviosa ante la idea de hablar de ese tema.
-¿Y tú no crees que eres demasiado mayorcita para jugar con muñecas?-Sonrió mientras observaba la muñeca que aún mantenía entre mis manos. La miré y le devolví la sonrisa.
-Tushé.-Ambas reímos.
-La verdad es que nunca he hablado con nadie sobre esto.-Susurró. A pesar de la confianza que me transmitía, no pude contarle que moría por su hermano y también por Zack. Y me sentía culpable. Pero al menos sabía más o menos que sentía por el chico más atractivo del instituto. Y me sentía menos culpable. Durante la tarde estuvimos hablando de todo lo que se nos ocurría. Cada vez le tenía más aprecio. Era cierto que, teniendo una sola presencia femenina en casa que cuando no trabajaba tenía cosas que hacer, nunca podía hablar de estas cosas con alguien de confianza. Quizás estaba ejerciendo sobre ella algo más que influencia adulta, quizás le estuviera ayudando a sacar todo aquello que se callaba. Y así fue, terminó llorando al hablar de su papel en la familia. Cuando la tranquilicé y abracé comenzó a hablar de la manera más sincera que había escuchado en mi vida.
-No los culpo por tenerme en menos estima. Mi hermano les necesita más que yo y mis padres tienen que cumplir sus responsabilidades. Nunca me he esforzado por hacerles ver que quería hablar o simplemente jugar con ellos y quizás por eso nunca se han acercado a preguntarme si quería algo de ellos. Y me siento feliz por esto ya que significaría un problema menos en sus vidas ocupadas. A lo mejor nunca se han parado a pensar si yo les necesitaba pero lo cierto es que me conformo con no estorbarles.-Me abrazó con más fuerza y sentí como su sonrisa se alargaba. Hoy se había hecho más mujer y yo más pequeña al pensar que una niña de once años había madurado mucho antes que yo y que posiblemente todas las chicas.     

One Response so far.

  1. WOW *.* Me encanta, estoy leyendo todo lo que puedo :) Espero terminar hoy (;

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