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Capítulo 3 (Libro 2)

Maldito espejo. No podía dejar de reflejarme en él. Estaba obsesionada por que ponerme, pero no daba con nada que pudiera contentarme. Chalecos, camisas, vaqueros, vestidos… nada. Estaba a punto de darme por vencida cuando Lola me lo preguntó.
-¿Quieres que te ayude?-Estaba tumbada en su parte de la litera mientras leía una de sus revistas. La miré desesperada, tanto, que decidí dejarme ayudar incluso por mi prima.
-Me harías un favor.-Sonrió y bajó rápido de la escalera. Puso cara intelectual y me miró de arriba abajo.
-Esto lo arreglo yo.-Abrió su parte de mi armario donde tuve que hacer hueco previamente y sacó un vestido negro, aparentemente simple y sin más.-Póntelo.-La miré y mientras me lo puse ella aclaró.-A Zack le encanta el negro.- La miré sonrojada.-Te queda mejor que a mí.-No lo sabía pero realmente si era cierto que me quedaba bien. La parte de arriba era negra y de mangas hasta el hombro, de tela fina. A mitad de la barriga entallaba una goma negra ancha para dejar caer una estrecha falda de un negro más suave y claro hasta las rodillas.
-Me gusta.
-Toma.-Cuando la miré llevaba en las manos unas botitas negras finas y terminadas en punta pero sin tacón, algo que me extrañaba en mi prima. Por el frío me puse unas medias finas oscuras y una chaqueta del mismo color.
-¿No es demasiado formal?
-Una cita es una cita, como se nota que no sabes del tema.-Le sonreí.
-Vale pero nada de maquillaje.
-¿Qué, por qué no?
-Porque me siento sucia y no tengo ganas de sentirme incómoda.-Lola me miró y se encogió de hombros cuando de improviso sonó el timbre y mi corazón dio un vuelco. Suspiré nerviosa mientras Lola subía a su cama.
-No lo estropees.-Con esas palabras de apoyo de mi prima salí por la puerta de mi habitación moviendo mis dedos llenos de nervios. Mamá se cruzó conmigo y me miró de arriba abajo. Antes de que dijera nada le despedí con la mano, abrí la puerta rápidamente sin mirar y la cerré de golpe… dando la espalda a la persona que más quería. Sentí sus manos templadas en mis brazos, recorriéndolos desde los hombros hasta mis manos que se entrelazaron dulcemente. Me di la vuelta lo más lento que pude para poder visualizarlo mejor. Íbamos conjuntados, los dos de negro, parecíamos la típica pareja parisina que vagaba por las noches bajo la luz de la Torre Eiffel. Le sonreí cuando comprobé que sus ojos oscuros me observaban tiernamente. 
-Buenas noches.-Me susurró mientras se acercaba lentamente a mi rostro. No hice más que sonreír de forma leve cuando aumentó mi ritmo cardíaco. Pero antes de poder dejarnos llevar, ambos oímos el sonido de un pestillo detrás de mí. Cerré los ojos molesta sabiendo que ocurría. Mamá abrió la puerta.
-Kim, ¿puedes venir?-Me di la vuelta de forma que mi cuerpo estaba de frente a mamá. Le hice una mueca, pero ella ni se resignó.-Venga, cuanto antes vengas, más rápido os iréis.-Me cogió del brazo e inevitablemente me metió en casa no sin antes dedicarle unas palabras a Zack.- ¿No te molestará que te la robe un momento, no?-Supongo que Zack negaría y que se quedaría solo esperando a que se acabara las impertinencias de mamá. Me llevó a la cocina donde papá tomaba su último sorbo de leche sola y caliente.
-¿Qué ocurre?-Cuando vio mi vestimenta dejó su vaso a un lado y preguntó a mamá sin más dilación.- ¿El chico está en la puerta?-Mamá asintió.-Ahora vuelvo.
-Papá no.-Refunfuñé nerviosa.-Después de esto nunca lo volveré a ver.-Suspiré mientras mamá me retocaba el vestido.
-Si no os volvéis a ver por esto es que no te quiere.
-¿Vosotras siempre utilizáis esa muletilla, verdad?-Agudicé mi voz para representar a las madres.-Si no esto es que no te quiere, si no lo otro es que no te ama.-La única reacción de mamá fue sonreír y cerrarme la cremallera del abrigo hasta el cuello, casi ahogándome. Chasqueé con la lengua.-Vale mamá, ya estoy bien.-Le aparté las manos y bajé la cremallera.-A saber que estará sermoneándole papá.-Mamá no hacía más que sonreír. Sabía perfectamente que ellos estaban felices de que al fin tuviera novio aunque eso supusiera una protección máxima.
-Ten cuidado.
-Porque lo digas diez veces más no se me quedará grabado.
-Sabes que si no lo digo reviento.-Le sonreí por primera vez en esa noche tan acelerada. Mamá me acompañó a la puerta donde, para mi sorpresa, papá comentaba el partido de ayer con Zack.
-… pero les faltó el gol, si un equipo tiene buena plantilla pero no gol… apaga y vámonos.-Cuando se percató de la presencia femenina se aclaró la voz, la puso más seria y cambió de tema.- ¿A qué hora la traerás?
-No después de las doce.
-Es tarde.
-¿A las once?
-Sigue siendo tarde… diez y media.-Zack sonrió divertido mientras ambos regateaban.
-Señor Hilthom, no creo que en la primera cita que tuvo con esta espectacular mujer a la que llama esposa, la dejara en su casa a las diez y media.
-Once entonces.-Zack asintió mientras yo intentaba salir de aquella casa para cerrarles la puerta y no verles hasta mañana… para contarles todo.- ¿A dónde la llevarás?
-Al restaurante francés.
-Ese sitio es muy caro.
-¿Y cuál no lo es Señor Hilthom?-Papá intentaba pillarle con la guardia baja, pero sabiendo su naturaleza, era francamente imposible.
-John, déjales ya y vamos a preparar la cena.-Papá asintió cuando mamá se marchó a la cocina.
-Está bien, adiós y cuídala.-Amenazó papá apoyado en el quicio de la puerta. No se movió. Estaba claro que quería vigilarnos todo lo que pudiera.
-Papá…
-Me gusta tomar el aire en la entrada.-Miró hacia otro lado para luego depositar su mirada de ojos verdes en nosotros.- ¿Pero a qué esperáis?
-¡JOHN!-Papá puso los ojos en blanco y cerró la puerta muy lentamente, sin dejar de mirarnos.
-Vamos, apuesto lo que quieras que nos está observando ahora mismo por el anteojo de la puerta.-Zack llamó al ascensor, el cual se abrió rápidamente mientras yo me despedía de papá sacándole la lengua amistosamente.
Una vez a bajo y gracias a que ninguna ventana miraba hacia el aparcamiento, pudimos estar tranquilos.
-¿No te preguntas a donde vamos de verdad?-Le sonreí.
-Estaba a punto de hacerlo.
-Es un sitio donde casi nadie va, más que nada porque es difícil llegar con un coche de ciudad.-Sacó las llaves. De pronto, las luces de uno de los coches parpadeó entre la penumbra de la noche. Mientras nos dirigíamos hacia donde antes se iluminaron luces intermitentes, Zack prosiguió.-Desde allí se puede ver parte de Dublín. Es una especie de precipicio elegante, sin ninguna piedra afilada… como un prado. Allí es donde nos reunimos… pero hoy.-Se acercó a un todoterreno negro y gigantón.-Solo estaremos tú y yo.-Susurró mientras abrió el asiento del copiloto. Era un monstruo aquel vehículo que dejaba totalmente a un lado a los demás coches chicos y raquíticos. Tanto me sorprendió verlo que no me di cuenta de que mi boca formaba una “o”. No hice esperar  más a Zack y me subí mientras él me ayudaba. Cerró la puerta y se dirigió a su asiento. Me coloqué el cinturón y observé su tapicería de cuero veis. La acaricié con cuidado de no estropearla ni mancharla con las manos de una mortal. Me sentí bajita e insignificante con un techo tan alto y ancho. Advertí también su enorme estéreo con impresionantes altavoces frente al reposabrazos de la puerta. Zack entró, se puso el cinturón y arrancó con una llave pequeña. Era impresionante que una cosa tan pequeña controlara a una tan grande. Salió del aparcamiento con gran elegancia, sujetando y moviendo el volante con gran suavidad dando la impresión de ser algo realmente delicado. Paró en el primer semáforo y aprovechó para encender el aire caliente y poner la radio en una cadena de música. Me sentía realmente bien. Con Zack a mi lado me sentía protegida, relajada con la música y templada con el aire. Apoyé mi cabeza en el respaldo de mi asiento y cerré los ojos deseando que nunca se acabara esto. Sonreí dejando ver mis dientes cuando el locutor avisó de una pausa publicitaria. Cuando abrí mis ojos las luces delanteras alumbraban la pedregosa carretera mientras en el cielo oscuro brillaba alguna que otra estrella.
-¿Qué se siente al estar ahí arriba?-Señalé el manto que nos cubría. Zack miró y sonrió.
-¿Por qué tenéis tanto interés en saber lo que no debéis?
-Porque los humanos somos curiosos y cotillas.-Negó con la cabeza sonriendo.
-Te lo puedo contar, puedo contárselo a todos pero seguro que al menos a más de uno le defraudaría. Realmente para nadie es igual. Ni siquiera sabéis lo que verdaderamente queréis y menos lo que os haría feliz. Lo descubriréis cuando vuestro corazón cese de latir y vuestra piel sirva de alimento para pequeños carnívoros.-Sonreí sin parar de mirarle, era difícil no hacerlo.-Es bastante relativo lo del infierno y el cielo, ya que ambos son lo  mismo.-Me puse seria.- Verás, todo es abstracto cuando morimos, cuando cerramos los ojos… y únicamente hay dos sentimientos que forman la frontera entre lo que llamáis el cielo y el averno. La felicidad o la desgracia eterna.-Hizo una pausa mientras su rostro reflejaba cierta amargura, su mirada oscura estaba perdida, pero sin embargo conducía perfectamente. Quería abrazarle pero no era el momento adecuado.-Desearía haber podido conocerte mejor antes, haberme acercado más a ti para saber lo que es sentir la eterna felicidad… e ir a ese lugar donde la piel se convierte en dulces y suaves caricias, donde los pies ya no tocan el suelo y donde nada te importa porque sabes que estás más vivo que nunca… donde todo se reduce a… nada.-Paró el coche reflexionando en su interior más de lo que me había expresado. Podía sentir al menos como de profunda era su tristeza, pero no podía saber lo que dolía tenerla.-Es aquí.-Abrió rápidamente su puerta para abrirme la mía rápidamente. Cerró el coche mientras yo caminaba hacia el pequeño prado donde podía percibir un acantilado. Desde luego se veía parte de la ciudad, las luces y los coches pequeños, propios de un cuadro. Mis ojos se encontraron con los de la luna que lucía un perfecto color grisáceo y brillante. En este pequeño prado, la luz de la luna alumbraba. Me arrodillé sin temor a romper las medias y acaricié las verdes hierbas que cubrían mi rodilla. Era un tacto suave, húmedo por el frío y algo puntiagudo. No me había percatado del frío que hacía en ese momento. Si en la ciudad el frío helaba los huesos, aquí arriba era polar. Zack se sentó al lado mía, lo que provocó que yo fingiera no tener el frío que tenía. Se tumbó en la hierba mientras cerraba los ojos.
-¿Tienes frío?-Le miré sin poder evitar un escalofrío en mi espalda.
-Un poco.
-Debí haberte avisado.-Se incorporó hasta colocarse a la misma altura que yo. Me miró y yo a él, ambos nos observábamos. Su brazo izquierdo me rodeó y me acercó a él suavemente. Apoyé mi rostro en su hombro sin descuidar las distancias que nos separaban del beso. El otro brazo me acarició la mejilla mientras ambos seguíamos mirándonos. Arrastré mi mano por su chaqueta de cuero negra hasta llegar a su cuello donde la dejé quieta mientras mis uñas acariciaban suavemente su piel templada. La luz lunar provocaba un efecto angelical en el rostro de Zack, en un rostro donde los ojos oscuros llenaban los míos de una manera despótica. Su rostro se acercó al mío inclinado su cuello. Nos besamos de nuevo. Decían que no había ningún beso mejor que el primero, pero ahora esa leyenda se enterró y desapareció en mi consciencia. Este beso también fue atronador para mis nervios y para mis adormiladas mariposas que trotaban como caballos en mi estómago. El frío desapareció al igual que la preocupación por todo. Yo había encontrado el cielo. 

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