Nuestros labios se encontraron sin querer parar. Su cuerpo provocó que el mío desistiera a tumbarse en la hierba. Este era el momento en el que una recuerda lo que advierten tus padres “Ten cuidado”. Pero sin embargo él no daba motivos para pensar que buscaba otra cosa. Sus dedos recorrían mi rostro y los míos rodeaban su perfecto y cálido cuello. No quería otra cosa que seguir besándole sin saciarme. Pero de pronto se apartó de mí mientras sus ojos centelleaban rojizos hacia otro punto lejos de mi rostro. Su ala izquierda centelleó mientras varias plumas negras revoloteaban al salir. Se separó de mi cuerpo con el rostro indescifrable. Miré aún tumbada hacia atrás, donde los ojos ahora rojizos de Zack observaban una silueta humana con dos alas a los lados. Se levantó antes de yo imitarle nerviosa. Aquella silueta se acercaba a nosotros mientras otras dos bajaron de la nada golpeando fuertemente el suelo al paso del desconocido. Luego otros dos más descendieron sin previo aviso. Ahora podía observarles más de cerca. Vestían totalmente de negro, no pude diferenciar sus prendas por la oscuridad pero pude advertir una capucha fina que dejaba ver los ojos oscureciéndolos y una máscara de tela que cubrían sus labios y cuello. Tenía miedo a pesar de poseer dos alas del mismos color, tamaño y anchura que Zack.
-¿Qué queréis?-Preguntó con voz seca.- ¿Acaso no os ordené que…?
-Tenemos novedades importantes, mi señor.-Era una voz de chica apaciguada por la máscara. Sus finos dedos bajaron la capucha y la máscara elegantemente dejando ver su piel morena y oscura. No podía tener más de veinticinco años. Sus ojos redondos y grandes mostraban su color más sádico mientras su cabello negro agarrado en una tensa coleta tenía una longitud muy larga. Tenía un aspecto realmente tenebroso.-Ya han encontrado al penúltimo.- El rostro de Zack se elevó mientras chasqueaba la lengua. Ella me miró cosa que me inquietó.-Vaya…-Rió.-Nosotros nos matamos mientras tú te entretienes con jóvenes y lindas muchachitas.
-Cuidado con lo que dices.-Amenazó Zack sin mirarme. La mujer cruzó los brazos.
-Dime que hacemos.-Zack emitió una carcajada.
-Es obvio, encontrar al siguiente.-La morena miró hacia otro lado molesta. Sin duda aquellas palabras no le sentaron nada bien.
-Mi señor…-Tanto Zack como yo nos giramos cuando escuchamos la seseante voz de Annibal quién, sin capa ni alas, caminaba hacia nosotros. Sus ojos celestes me observaron unos segundos.-… Será mejor que se deje de necedades y se centre en lo que verdaderamente importa, mi señor ya me entiende.
-Alabo tu sinceridad pero yo decidiré que es una necedad y que no.
-Mi señor…-Susurró la mujer de piel cobriza a su espalda. Las otras cuatro figuras parecían estatuas, ni se inmutaban.
-Nefertary, creo que tanto tú como yo sabemos lo que realmente nos favorece… al grupo.-Zack marcó su mandíbula tenso.
-¿Qué pretendes Annibal?- Sus ojos rojizos brillaron con más intensidad mientras negaba con la cabeza.
-Solo insinúo que te comportes como lo que eres, como nuestro líder.
-¿Si no…?-La mujer de piel parda no dudó en contestarle.
-Si no pagarás las consecuencias.-Zack rió vigorosamente.
-¿Crees que me inquietan vuestras amenazas?- Hubo un ambiente tenso. Si la joven -llamada Nefertary- no se abalanzó a Zack, fue porque sabía que Annibal no la seguiría en el intento de sublevación.- Encontrar al último.
Tras una obligada reverencia, Nefertary, caminó unos pasos hacia atrás y saltó hacia arriba de forma agresiva desapareciendo como un relámpago una noche de tormenta. Los otros tres la imitaron, al igual que Annibal –aunque no pude contemplar sus alas por su rápido vuelo- mientras que el último se acercó.
-Dale recuerdos a tu prima.-Luego saltó y se esfumó.
-¿Amon?-Pregunté confusa.
-Y Demetrius, y Vivian, la familia al completo.
-¿Qué ocurre?-Se tensó tras mi rápida pregunta.
-Kimberley… no me hagas preguntas ¿vale?-Caminó aceleradamente hacia el todoterreno y yo tras él.
-¿A dónde vamos?
-A tu casa.-Dejé la puerta abierta del copiloto mientras Zack ponía en marcha el coche. Me miró.-Sube.
-Si ni siquiera son las nueve.-Negó con la cabeza suavemente.
-Lo siento, te prometo que otro día te llevaré conmigo hasta que no puedas más, pero ahora tengo que hacer… una cosa.-Subí entre dientes.
Mis padres se sorprendieron al verme tan temprano y al ver a Zack tan acelerado. Le disculpé y les conté lo poco que habíamos disfrutado: Fuimos al restaurante, comimos, pero a Zack le surgió un problema y tuvimos que dejarlo para otro día. Tras un interrogatorio, nos fuimos a la cama y yo con la barriga totalmente vacía. Cuando me acosté y acaricié la almohada, mi mente me permitió sentir de nuevo la piel de Zack en mis dedos de forma que se me erizó la piel. En tan poco tiempo había sentido demasiadas emociones… Mientras intentaba dormir, escuchaba el crujir de la madera al soportar el peso del colchón y el de mi prima. Me habían ratificado no una sino millones de veces que era una litera militar, de las buenas. Pero yo por eso, no me sentía más segura.
Eran las cuatro de la mañana y apenas había dormido. De vez en cuando y solo unos minutos, mi mente se aislaba para dejar que mis párpados descansaran. Pero me volvía a despertar a pesar de no ser saciada la buena obra de mi mente. Desde mi posición, podía atisbar un rojizo mechón de pelo parecido al berenjena que, sin ninguna duda, resguardaba a mis labios del frío helado del invierno. Las sábanas cubrían incluso parte de mi barbilla y ninguna de mis extremidades se descubrían excepto mi rostro que por no moverme permanecía anclada en un lecho de aires helados aún con la ventana cerrada. Permanecía encogida, como una cría solitaria que perdía a su madre en una noche de luna llena, en un rincón, temblorosa. De vez en cuando se escuchaban las contracciones de la madera a causa del frío polar que atravesaba las paredes más rollizas de la casa. Y lo hice, me atreví a moverme, pero no para taparme ni para adoptar otra postura que me ayudara a concebir el sueño. No. En contra de mi conciencia, me levanté incorporándome lentamente, con cuidado de no despertar a Lola que sin duda, su respiración relajada confirmaba su pernoctar inconsciente. Encima del pijama me vestí de malas formas un chándal de invierno. Ni siquiera me miré al espejo. Solo cogí el abrigo que permanecía solo en el perchero de la entrada. Abrigo que me cubría desde el cuello hasta las rodillas. Cogí las llaves intentando no chocarlas entre sí para no producir su castañeo chirriante. Abrí la puerta lentamente más, la traicionera, profería un gemido propio de las películas de terror.
Hacía frío, mucho frío. Y lo peor era que no era raro toparse con este aire helado, más bien era algo normal en invierno, aquí. Metí las manos en los bolsillos casi inconscientemente e intenté caminar a pesar de que mis extremidades permanecían parcialmente congeladas. No me alejé mucho de casa, ya que a las cuatro de la mañana había posibilidades de toparse con un indeseado que fastidiara mi paseo. Así que me senté en el banco donde anteriormente Lola y yo visualizamos a Amon. Mi aliento emitía un vaho casi sólido, blanco y dilatado. Mi nariz empezó a sentir el frío y a adquirir un color propio de un payaso. Me encogí en el banco para mantenerme más caliente en proporción a lo que sentía antes. Sin embargo, y a pesar de todo esto, no tenía a penas síntomas de un gran resfriado. Era consciente de que si me quedaba quieta el frío me terminaría de atrapar así que proseguí mi camino por el parque. Las farolas iluminaban algunas zonas donde los bancos parecían adormilados.
-Kimberley Hilthom.-Murmuró una voz casi ronca. Me di la vuelta algo prevenida por si a caso… pero delante de mí permanecía de pie una mujer que nunca había visto antes, de rasgos mestizos entre africanos y europeos. Su piel era muy morena y aterciopelada, de ojos grandes y negros como el azabache y unos labios algo gruesos y pintados de un carmín rosa que aclaraba su rostro fino y femenino. Su cabello caía hasta sus hombros, liso y castaño oscuro. Vestía con unas botas simples, de tacón afilado y alto que llegaba hasta la rodilla donde unos pantalones medio bombachos cubrían su piel hasta la cadera. Todo era de color negro, al igual que la camiseta de palabra de honor y la cazadora de cuero.
-¿Te conozco?-Di un paso hacia atrás disimuladamente.
-Yo a ti sí, pero tú a mí no.-Eso lo tenía bastante claro por el mero hecho de que nunca la había visto pero sin embargo, ella conocía mi nombre.-¿Qué haces a estas horas de la noche sola?-Su voz no dejó de ser susurrante.
-No podía dormir… ¿Pero quién eres tú?-Sonrió.
-Eríka, me llamo Eríka.
-Sigo sin saber quién eres.-Chasqueó la lengua.
-Quizás te suene tu reciente viaje con Zack en el prado.-Asentí.- Yo era una de los encapuchados.-Arrugué el entrecejo mientras reflexionaba. Todos en aquel momento en el prado parecían clones. Al fin pude decir:
-Demonio…-No contestó, solo hizo un gesto con la cabeza parecido a una bufa interna. En medio de ese silencio asentí para despedirme sin saber que hacer o que decir y cuando me disponía a darme la vuelta, sentí una mano posada en mi hombro, su mano.
-Tienes que irte a tu casa.-Esta vez ya no susurraba, ni siquiera se preocupó de alzar la voz.-La miré confusa.
-¿Porqué?
-Por qué es peligroso.
-Lo único peligroso aquí supuestamente sería el miedo de que te atacara un perturbado... o un demonio-Con fuerza, me dio la vuelta y me miró a los ojos.
-¿Seguro que no quieres ir por las buenas?-Me mordí el labio nerviosa, intentando separarme de ella disimuladamente, apartando mi mirada de la suya.
-Está bien, me iré si me dices por qué es tan peligroso.
-Es peligroso si me descubren aquí, y si estas al lado tendrás consecuencias.
-¿Quiénes?-Titubeó un poco pensando en cómo decírmelo. Al final concluyó.
-Los espíritus celestiales.
Me desperté muy tarde, demasiado tarde. Sabía que mañana nos íbamos a Londres y que tenía ganas de despedirme de todos pero lo cierto es que estaba tan cansada… Me levanté a duras penas, desperezándome todo lo que pude, dejando que mis músculos volvieran a actuar. Me acaricié el pelo mientras chasqueé con la lengua al sentirlo enredado. Pero mis ojos también debían de haber adquirido aquellos horrorosos hinchazones que brotaban al no poder dormir.
Al vestirme, mojarme la cara, y desayunar, mis padres comenzaron a hacer la maleta, bueno, sus maletas. Lola estaba risueña y nerviosa por volver a ver a sus padres, mis tíos. Estaba encendida la televisión en el salón y por algún casual entré para ver lo que ponían. Echaban las noticias de cada mañana. Enfocaban a una niña de un buen aspecto con una bata típica del hospital, sentada en una cama… de hospital.
“-¿Qué sentiste?-Preguntó el periodista a la niña de ojos oscuros y sonrisa alargada.
-Me sentí… bien… mejor que bien. Escuché una voz que me animaba a despertar.-Los ojos de la niña brillaban intensamente, eufórica. Me senté en el sofá atenta, confusa, como si mis oídos quisieran que lo escuchara desviando toda mi atención a la entrevista.
-¿Y viste algo?
-Bueno… creo que sí… creo que plumas, blancas. No me hagas mucho caso.-El periodista rió suavemente y ella también. Entonces mi vista se fijó automáticamente en el cuadro donde aparecía lo sucedido: “Despierta tras tres años en coma” Enarqué una ceja. No sabía porque me tenía que interesar pero mi mente gravó esas palabras.”
Llamé a Pho primero.
-¿Te vas?-Suspiré.
-Si… ¿Querrías venir ahora a mi casa?-Pho dudó unos segundos.
-Claro, te llamaré cuando me vaya acercando, ¿vale?
Su casa estaba algo lejos, pero lo suficientemente cerca como para ir andando a mi casa. Eso me dio tiempo. Llamaría a Zack –se me encogía el corazón cada vez que pensaba en él- después les enviaría un mensaje a los demás –un mensaje que sería el mismo para todos- y… bueno…llamaría a Nathaniel. Estaba dispuesta incluso a ir a su casa si no me contestaba, le echaba de menos…
Cogí el móvil para hacer lo primero de la lista. Pero él me llamó primero.
-¿Zack?
-¿Me ibas a llamar?-Abrí la boca turbada.
-¿Cómo…?
-Déjalo Kim y dime lo que querías.-Su voz sonó cariñosa a pesar de las palabras secas, que incluso se podían considerar groseras… pero en su caso, me tranquilizó.
-Verás… es que mañana me voy a Londres y… no sé.-Esperé unos segundos a que él contestara.
-¿Cuántos días?-Pensé mientras contaba.
-Creo que hasta el sábado.-Zack chasqueó con la lengua mientras yo me mordía el labio inferior sintiéndome algo culpable.
-Quieres quedar hoy entonces.-No era una pregunta.-Por supuesto que lo aremos.-Espiré todo el aire de un golpe que me había olvidado de echar cuando respiré.-Pero quiero que sepas que yo puedo ir a Londres, todos los días si tu quieres.-Mis ojos se abrieron.
-Y yo que pensaba que iba a aburrirme…
-Bueno, luego hablamos de todo, te recojo a las ocho, esta vez para cenar de verdad.-Me colgó antes de poder decirle adiós. Estaba claro que no éramos la típica pareja de los “cuelga tú” y que tampoco nos decíamos ningún mote cariñoso. ¿Me creeríais si os dijera que me sentiría incómoda? No tenéis más remedio que creerme. Todo lo que me decía o hacía Zack era suficiente para mí, tenía la sensación de que si hubiera dicho más sería demasiado larga la conversación y si hubiera dicho menos, demasiado corta. Lo siento, soy así de sosa.
“Me voy mañana a Londres hasta el sábado, te llamaré durante mi estancia allíJ”
Corto, pero franco. Les envié a Pau, Vicky, Cheba, Lori y a Andreita el mensaje para que quedara claro que no me olvidaba de ellos… ni mucho menos. De cierta manera deseaba empezar de nuevo el colegio para poder estar con ellos de nuevo y demostrarles que salir con Zack no me había cambiado… aunque mentiría si lo dijera.
Tocaba la parte más difícil, llamar a Nat. Miré el móvil dudosa, pensando la conversación, de que podía hablar cuando él me cogiera el teléfono y me dijera “¿sí?” Tartamudearía, eso ya lo tenía asumido. ¿Cómo podría empezar? Eso daba igual. Llamé rápidamente para no pensar más en ello. Me puse el móvil en mi oreja y esperé… esperé… lo tenía encendido… esperé… y sonó el buzón de voz, una vez más. Miré el móvil como si tuviera toda la culpa y lo tiré de mala gana a la cama –a mi cama- Estaba enfadada, tanto que me dispuse a ir a su casa. Ni se lo dije a mis padres, cerré la puerta con un fuerte portazo y bajé las escaleras hacia el segundo piso, donde vivía. Llamé al timbre sin demora. Enganché mis dedos con la lana de mi jersey de cuello alto morado mientras me mordía el labio inferior nerviosa. Escuché unos pasos hacia la puerta, eran tacones.
-Kimberley.- Era Clariva, su madre. Iba muy bien arreglada.- ¿Qué te trae por aquí?
-Quería ver… a Nat.-Sonrió, se apartó de la puerta y me dejó pasar.
-Está con Gabriel y Ángelo, ¿te acuerdas de ellos?-Asentí.-Es que ahora nos vamos al campo.-Me sonrió sincera.-Pero mientras viene Carl… Asentí sonriente. Ella se marchó a la cocina mientras yo me dirigí hacia la habitación de Nat. Acaricié el pomo cuando escuché risas y gritos de alegría. No pude diferenciar la voz de Nat pero estaba claro que estaban formando una buena… Abrí la puerta lentamente, seria y enfadada. Entré y la cerré casi al unísono. Los tres estaban de espaldas a mí, jugando a una de esas consolas, donde la pantalla mostraba un partido de fútbol. No me vieron. Me quedé quieta.
-¿Mamá?-Preguntó Nat sin volver la vista.- Trae algo de beber, por favor.-Si sabía que alguien había entrado… pero no sabía que era yo. Gabriel gritó un “¡Uy!” angustiado y Ángelo profirió una carcajada.- ¿Mamá?-Miró hacia atrás. Su sonrisa se convirtió en un palo horizontal, y su ceño relajado lo frunció. Ángelo y Gabriel lo imitaron, pero no pusieron cara, solo enarcaron las cejas y miraron a Nathaniel.-Kim…-Susurró entre dientes. Yo me mantuve firme, distante y ante todo, seria, muy seria. Hice algo impulsivo, sin pensar. Me quité la pulsera de los cristales de vida y se la tiré furiosa, con fuerza, llena de rabia por dentro y por fuera, no solo por evitarme sino por no decir nada cuando me había visto… solo pronunció mi nombre. Retuve las lágrimas cuando ni siquiera miró la pulsera tirada en el suelo, mantenía su mirada alzada, clavada en la mía. Sus ojos celestes no mostraban ninguna emoción. Ángelo y Gabriel se mordían el labio, de vez en cuando se miraban, pero tampoco me dijeron nada. Cuando una lágrima se me escapó, provocando un suspiro ahogado de mi garganta, abrí la puerta con fuerza y la cerré de igual manera. Ni siquiera me despedí de Clariva cuando cerré la puerta de la entrada.
Me tiré en la cama, llorando, llena de rabia. Suerte que ni mamá, ni papá, ni Lola me habían visto, todos estaban en el salón, organizando el viaje. Me tumbé boca abajo, dejando que mis lágrimas brotaran de mis ojos y que la almohada las secara al contactar con ellas. La abracé fuertemente mientras mi cuerpo temblaba suavemente –quizás las mariposas también lloraban.