Por la mañana, y bajo la tenue luz que el sol podía proporcionarnos protegido por las nubes oscuras y cargadas de agua, pude escuchar movimientos lejanos. Alguien entró en la habitación suavemente. Escuché como un taconeo se acercaba a mi cama donde yo, dormida pero con los oídos encendidos y la mente despierta, me mantenía tapada hasta el cuello como un gusanito de seda.
-Cariño, ¿estás despierta?-Las manos de mamá comenzaron a balancearme dócilmente. Mis ojos se abrieron despegándose como si el pegamento hubiera dejado de actuar tras varios años.- ¿Estás despierta?
-Lo estaba.-Me revolví en la cama intentando despejarme.-Odio que me despierten para saber si estoy dormida.-Puse un tono de voz molesto y me incorporé lentamente sintiendo mi cuerpo aún frío. Mamá rió.
-Despierta cuando termines a Lola, ¿sí?-Asentí y mamá se marchó. Bostecé exageradamente.
-Y bien, ¿qué tal ayer?-Preguntó mamá mientras fregaba los platos del día. Lola y yo estábamos sentadas en la mesa con el sueño todavía presente.
-Perfectamente.-Contesté sin esforzarme en decirle los detalles con un bostezo.
-Igualmente.-Dijo Lola más vaga aún. Las dos ya estábamos preparadas para embarcar en el avión, yo, por mi parte, con un jersey gris ancho y unos pantalones vaqueros claros a conjunto con unas botas grises de piel imitada de cualquier animalillo. Mientras que los pantalones de mi prima eran negros llenos de mellas que dejaban ver trozos de su piel algo bronceada sin duda por cremas y más cremas. Su chaquetón verde de plumas marrones en la capucha, cubría una camiseta de manga larga, lana cara y abstracciones de distintos tonos de marrón mientras que sus botas de un color arenoso, eran sin duda de piel auténtica y cuidada manualmente para que sus innumerables pelillos se fijaran fuertemente. Ambas nos dejamos el cabello suelto para cubrir nuestros cuellos de posibles oleadas de frío de camino al aeropuerto, yo desde luego no tenía ganas de ponerme ni pañuelo ni bufanda alguna, sobretodo porque implicaría la abertura de la maleta y buscarla hasta hallarla, seguramente, al fondo, en un rinconcito difícil de acceder.
-¿A qué hora volvisteis?-Mamá sin embargo aún vestía con un chándal que sin duda lo dejaría aquí en casa.
-A las diez, creo. No más de las diez y media. Las dos.-Aclaré la última información sin importar que mamá sospechara de algo. Por su parte, Lola solo me miró de reojos y sin dar señas de anormalidad.
-Eso está bien.-Dejó el último plato que faltaba y se quitó el delantal.-Voy a cambiarme.
-¿Y desayunar? Tengo hambre.-Las tripas de Lola lo confirmaron.
-En el aeropuerto, no tengo ganas de lavar más platos.-Se marchó sonriendo.
Lola se levantó dispuesta a irse –seguramente al salón- cuando la detuve cogiéndola del brazo mientras yo también me levantaba.
-Ahora te toca contarme por qué diablos tardasteis tanto.-Nunca había utilizado con tanta razón la palabra “diablos”. Me sonreí por dentro, aplaudiéndome por la ingeniosa utilización de dicha palabra.
-¿Para qué quieres saberlo?-Me miró fríamente.
-Porque he mentido por ti a mi madre. Podría haberle contado que tú te quedaste… ¿cuánto tiempo? Ah, sí, dos horas más obligándome a esperarte despierta para no molestar el sueño de mis padres.-Lola arrugó sus labios brillantes.-Además te lo permití, me debes una.-Apartó su brazo y se los cruzó pensativa, sin dejar de mirarme.
-Te lo contaré, pero en el avión. Las paredes escuchan.-La detuve otra vez.
-Dime al menos que no hiciste nada que…
-Se a lo que te refieres Kim, y no, no soy como tú crees.-Me miró de nuevo fríamente y se marchó irritada.
Llegamos al aeropuerto a las diez y veinte tras un largo camino. Nos sentamos en unos de los restaurantes que mencionaban la existencia de chili mejicano y pizza italiana entre sus recetas. Escuchamos de fondo a la locutora informar sobre un vuelo a Escocia., al parecer se estaba retrasando. Papá nos tendió el papel de la carta para comenzar a desayunar. Pedimos a lo grande, con numerosos condimentos y una grandiosa y fresquita –a pesar del frío- cola. El camarero nos lo trajo rápidamente, sin prácticamente dejarnos tiempo para acomodarnos en los asientos metalizados y ruidosos. El beicon con tomate estaba realmente exquisito. Aunque bien era cierto que teniendo hambre todo sentaba de maravilla.
-¿Qué tal ayer?-Estaba claro que mamá no le informó a mi chismoso padre sobre la corta descripción de lo ocurrido.
-Estupendamente.-Esta vez Lola se adelantó.
-Volvimos a las diez y media. Las dos.-Aclaré antes de que ocurriera un deja vú en la conversación. Manejé con cuidado el tenedor lleno de tomate para no manchar la ropa.
-Demasiado tarde.
-Papá…
-Es broma.-Alzó los brazos para demostrarnos que estaba libre de pecado.-Por cierto, ese chico, el que acompañaba a Zachary, ¿quién era?-Se llevó un trozo de clara de huevo a la boca mientras nos miraba atentamente.
-Es un buen amigo suyo.
-Es Amon.-Noté en su voz vibraciones nerviosas. Sin duda estaba muy encaprichada con ese chico.
-¿Y él fue tu acompañante?-Señaló con el tendedor a Lola que asentía sin ningún tipo de resistencia.
-¿Qué te pareció John?-Preguntó mi prima con grandes intenciones. Papá tragó forzosamente el trozo de patata y huevo que estaba masticando para poder responderle.
-Bueno…-Se limpió con la servilleta.- Se ven chicos serios, no puedo negarlo, pero siguen siendo jóvenes y con ganas de marcha.
-Papá…-Susurré reprochando su vocabulario.
-Dime lo contrario y dame sobretodo, pruebas de que no lo son.-Chasqueé con la lengua mirando hacia otro lado.
-Pues la prueba es que tú mismo dices que son chicos serios.
-Lo aparentan, no lo son. Quizás me equivoque pero aparentemente, la impresión es de seriedad.
-Lo que ocurre es que no lo conoces.-Estaba claro que empezábamos a generalizar el tema “chicos” con el nombre de Zachary McNemfiel. Papá sonrió.
-A lo mejor tu eres la que no le conoces.-Suspiré demostrando que lo que pensaba al respecto era una tontería. Pero sonreí negando con la cabeza, llevándome a la boca un rico trozo de pan que había en la mesa. Papá me miró sonriéndome, pensando sin duda que me había dado una buena razón para que sus teorías sobre los adolescentes modernos y sus vicios fuera tema de conversación cada vez que planeaba salir con Zack. Lo peor era que yo también lo creía… sin duda.
Los tenedores y cuchillos graznaban suavemente entre ellos por la cantidad de clientes que asistían no solo a éste, sino al de los alrededores. Observé familias, parejas, amigos de distintas culturas y nacionalidades. Se diferenciaban gracias al tipo de comida que se llevaban a la boca. Los turistas que comían tranquilamente al lado nuestra gozaban de la compañía de unos conocidos: dos parejas no muy jóvenes pero llenos de vitalidad por la cantidad de mochilas que apartaron en el suelo o en el reposa manos gris de las sillas. No alcanzaba a escucharles hablar por las continuas megafonías, comentarios y risotadas de los cercanos. Las dos mujeres llevaban camisas de manga larga aparentemente finas, sudaderas con inscripciones de nombres de marcas y alrededor de su cuello, unas bufandas rojas y verdes de rayas blancas y rosas. Los dos hombres se las arreglaban con jerséis morado y azul marino de distinta simetrías y estilos. El camarero colocó los platos cuidadosamente en la mesa. La mujer de la bufanda rayada cogió rápidamente el trozo de tostada bañada en aceite y probó un trozo más bien grande. Mientras asentía gustosamente con el rostro, cogió la servilleta blanca y la arrastró sobre sus labios suavemente. Enseguida el camarero volvió dejando las tazas blancas encima de platitos del mismo estilo y color junto con una bolsita de azúcar. La misma mujer sorbió elegantemente un poco para después echarle algo más del azúcar echado anteriormente. Otro sin embargo, el del jersey morado mantenía entre sus dedos un bocadillo redondo a la vista con tomate, lechuga y quizás… ¿mayonesa? Podía adivinar perfectamente de donde procedían pero preferí asegurarme mientras intentaba entrever un símbolo o señal que los delatara por completo. Y lo encontré, pero no en vestimentas o en mochilas, sino en el habla, un profundo y suave “¡Olé!” me testificó lo que yo sospechaba. ¡Ay! Como deseaba reprimir la nostalgia de probar por segunda vez una rica paella, o un sabroso jamón… ¿cómo se llamaba? Es igual. Quizás volveríamos a visitar aquella ciudad donde los colores y el levante dominaban sus calles impregnadas de olor a azahar y repletas de gracia y encanto ciudadano.
Chica me encanta tu historia !! Me la estoy leyendo ( no he llegado a este capi)pero lo que llevo me encanta !!! Voy a ver si me lo leo todo....xD
Te sigo Te pasas por el mío??
htttp://coorazondedragon.blogspot.com
Un abrazo !!! :D
por supuestoo!!! tiia!